El no miope, el no astigmático, no hipermétroe, probablemente no saben de lo que hablo. Los que disfrutan sin ambages de una dichosa vista de pájaro, los afortunados que otean el paisaje y detectan corcomanes o mantis en la distancia, o disfrutan de la ventaja de discriminar al llegar a una fiesta, me gusta no me gusta, conozco no conozco, sile nole, esos planean sobre el tema que limita y entorpece la vida a medio mundo. Siempre he pensado (es evidente) que la vista es un don que separa la paja del heno, los que no ven mueren devorados por el depredador que no han visto, son atacado por medusas que han confundido con asquerosas bolsitas que han intentado apartar con la mano, sufren picotazos de bichos "mosquita, mosquita; mosquita, mosquita; mosquita, mosquita, ¡pero coño, si es una avispa!" Demasiado tarde. A urgencias en directo. Confunden el Wasabi con el guacamole, con imaginables consecuencias. Saludan a desconocidos con efusión por no parecer maleducados.
Pero aquellos que arrugan los ojos para
ver la pizarra a pesar de que se sientan en primera fila sin ser filas cero, o fijan
la vista para adivinar el número del autobús al que van a subirse porque no es
la primera vez que han acabado en Cibeles queriendo ir a Alonso Martínez, ellos
sí me entienden. Los que van a por una copa a la barra y se sientan en las
rodillas de un caballero al que confunden con taburete. Los que se van al mar y
estudian desde la orilla los colores de las sombrillas en la ubicación que
eligen para sentarse, los que cogen referencias para bañarse, saben de lo que
hablo. Ahora con los Apple Watch y los Smartphone pasan más desapercibidos.
Porque basta apretar botón de ubicación📍 y se puede uno ir a la boya nadando sin problema,
se equivoca de boya y no hay temor, aunque la resaca le lleve a la zona de
cometas, 200 m al Oeste, no hay pánico; suficiente con dar al botón de
ubicación del reloj sumergible para volver con dignidad y la espalda muy recta
al grupo de amigos que ni se han dado cuenta de las preocupaciones del miope, o
del que sufre astigmatismo. Hay que tener el relojito, eso sí.
En fin, tras esta introducción no quejosa sino descriptiva de unos supervivientes que hubiéramos desaparecido hace siglos de no ser por la tecnología, doy gracias a quien descubrió el tema de las lentes, quien estudió los ojos con paciencia y devoción, que me permite estar aquí y haber conocido a tantos miopes y astigmáticos a los que sigo queriendo; quiero compartir ese sucedido que apuesto que alguno ha disfrutado. Reunión de amigos o familia Charleta previa a la comida, yo una cerveza, yo otra, pequeña, muy fría, botellín. ¿Vamos a pedir vino? La mesa entera cambia la comanda. Tráiganos la carta, por favor, el camarero tacha, el cliente vuelve a mudar intención, traiga las cervezas igualmente, mientras elegimos. La primera ronda se centra en el menú, ¿qué tomamos? ¿compartimos?; ha llegado Felipe, pero está aparcando; Juan siempre aparece a última hora, pedimos antes, vendrá hablando por teléfono, un lío de última hora; yo he venido andando y os llevo ventaja, aquí, al solete.
Una vez el estómago está en calma, el grupillo se pone al día.
Y se miran de verdad. “¡Oye qué gafas más bonitas! ¿de dónde son?” De Óptica Toscana. “¿Me las dejas ver?” a pesar de que tu primer pensamiento es 'como que te las deje? ¿Te pido yo acaso tu empaste, tu muela de otro, tus audífonos?' pregunta equivalente a la del óptico "¿como te ves?" :Pues es que no me veo, me estoy portado, d ala casualidad, una montura, o unas gafas con cristal sin graduación, así es que verme, verme, no me veo'. Pero como va a sonar grosero, re callas y acercas tu cara miope al espejo como cuando te pintas el ojo, que tu propio vaho empaña. Se las dejas. “¿qué tal me quedan?” hay opiniones variadas, discusiones
amigables o apasionadas. A ti, que te han quitado tu herramienta, tu muleta, te
preguntan y no puedes más que sonreír, porque no ves ni torta. Cuando se quita
las gafas el probador, no falla, siempre hay otro que se las quiere probar. Y
van pasando tus gafas por la mesa entera de comensales, a unos les quedan
grandes, a otros pequeñas y así hasta que por fin un alma cándida te las
devuelve. Cuando se hace la luz en tus ojos, viene lo mejor. ¿qué tal me
quedan? “Pero tú no ves nada” “Rompetechos” “qué mareo” “¿vendes cupones?” “veo
borroso” y así podríamos cubrir lienzos de lindezas, a cada cual un poco más
ocurrente. Me tenía que haber puesto lentillas. Es lo que has pensado cuando el
circo se ha puesto en marcha.
Pero vamos a ver, que te quiten las
gafas para probárselas otro es como que te pidan que te quites la ropa interior
para comprobar cómo les sienta. ¿a que eso no se le ocurre a nadie? Pues es
igual. Las gafas no se comparten, no se intercambian, cada uno las cuida con el
primor que tiene a mano, como puede, porque las necesita. Se mantiene una conexión personal y única con ellas, contienen tu secreto, reparan tu torpeza. Es más, sin ropa
interior puedes cruzar la Castellana, sin gafas te arrollan a no ser que seas
afortunado. Que te quiten las gafas graduadas es casi como que te quiten el
novio. Se debe respetar esa relación de intimidad asimilable a las
caricias que sólo se son de él, a los besos que son solo suyos. Es un
revolcón a lo íntimo, que deja vulnerable al gafotas, aislado en su miopía,
torpe en su análisis, indefenso ante solo palabras y expresiones jocosas, sin
poder ver con claridad las expresiones, la complicidad de los gestos, solo e
indefenso en el rincón de los cuatro sentidos. No me quites las gafas, “fueraparte”
de la pasta que te han costado, tiemblas durante la ronda de tanteo. Respiras
cuando vuelven a tus manos, tras el desamparo sufrido, ese confort que da el control aunque sea de tu entorno, recuperada la paz vuelves a relajarte. Distinta es la presencia, ahí ya si que no hay pudor, ni el coronavirus mismo ha podido luchar contra el intercambio, ausente del perceptivo gel hidroalcholico. A saber los contagios que ha habido con origen en tan impúdicas costumbres.
¡Buenísimo!, has traducido perfectamente la expresión que he visto en la cara de los que ven como sus gafas rulan por la mesa. Sentía una especie de lástima que has justificado muy bien. Creo que no lo he hecho nunca, solo con alguna de sol. Mi sentido común me avisaba: es desnudar, un poco, al dueño de las gafas.
ResponderEliminarJaaaaa. Gracias.
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