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27/09/2021

NO ME GUSTA LA FRUTA ESCARCHADA

"No me gusta la fruta escarchada" Le dijo un día la buena de Lola a su marido. Lola, Lolita, se enfadó por primera y única vez en su matrimonio y en su vida, si es que a eso se le puede llamar enfadarse; le dijo a su gran esposo cuatro cosas bien puestas. Él era de mucha categoría, tanto en lo físico como en lo personal, imponía un respeto merecido. Lolita de colofón soltó: "Y que sepas que no me gusta la fruta escarchada". Esa fruta que él, con el cariño y pudor propio del serio caballero que era, le iba  a comprar cada año, cada fiesta, Navidad, cumpleaños; queriendo agasajarla. Recorría a pie la calles de la ciudad caliente, sartén por excelencia del Sur, con el paquetito envuelto en papel de seda y coronado con un lazo. Se quedó de piedra. Lolita que se casó por un accidente de la vida. Lolita buena, silenciosa, prudente, esa manera de escuchar suya tan bella, tan paciente, querida por todos. Lolita, sonriente aunque le fallara la fuerza, Lolita haciendo la vida fácil a los demás hasta el último suspiro. Lola. Grandísima.

Pues a mí, la fruta escarchada, tampoco me gusta. No sé quién se come la de los roscones de Reyes, que queda huérfana en los platos donde ni las migas ocupan. Por no hablar de la guinda de las pastas de té ¿a quién se le ocurrió colocarla? Encima de que parece de plástico, es que estropea la pasta a la que cae en gracia, porque deja su huella, su color, su sabor, un hueco blandengue que no sabe ya nunca igual. Si las pastas son exquisitas,  a lo mejor tiene un pase, pero si son de batalla, la guinda, eso, por algo se llama así. Pero a mí lo que no me gusta de verdad es el marrón glasé. Ni de Mallorca ni de mallorco, que no me gusta, tanto azúcar, nada. ¿Qué es una exquisitez? No lo dudo. Para el que la quiera. ¡Quédatela tu! Y tampoco me gusta el ponche del Alcázar. Ni el auténtico. Hala. Ya lo he dicho. Me lo puedo comer, no es repulsión ni me sienta mal, es que no lo disfruto. Esas voces tras la degustación de la primera cucharada, no las entiendo, ese entusiasmo al reconocer cada una de las capas, el espesor del bizcocho, el tostado perfecto; como su en chino hablaran. En mi familia ha habido bromas históricas sobre la autenticidad del glorioso dulce segoviano, que iguala en fama al cochinillo que se parte con un plato. Pobre. Pues a mí no me gusta el ponche del Alcázar. ¿Qué le voy a hacer? Algún defecto tenía que tener. (Es broma)

Hay comidas que son tesoros par algunos, sin embargo para otros, verdaderos suplicios. Por ejemplo, a una amiga mía no le gusta nada que tenga plumas. El pollo en cualquiera de sus versiones le espanta. Quien dice pollo dice pavo. A otro no le gusta el queso, como a Carlos Herrera, confieso que eso va más allá de mis entendederas. Porque te puede no gustar el queso de Burgos, o el Cabrales, Roquefort, Cheddar, Parmigiano (conocido en los ambientes como parmesano), tete de Moine, Emmental,...Pero, que no te guste ningún queso no lo logro comprender. En fin. A algunos no les gustan las coles de Bruselas. Confieso que hace años que no las veo ni en pintura. La leche condensada o el coco. De entre todos están los que más que no gustarles, es que les sienta fatal. A uno que yo me sé le sentaba fatal el ajo, y aprendiendo a hacer una paella, la doctora le dijo un día, "ahora no mires, que voy a echar el ajo". A la doctora no le cabía en la cabeza cocinar sin ajo, y entendía "me sienta mal" como una forma educada y fina de decir "no me gusta". Pero le sentaba fatal, como a mí el cordero, que me encanta, pero me sienta fatal. Y el personal se empeña en que lo comas.

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