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31/12/2021

¡BIEN POR BETTY WHITE! CHICA DE ORO ¡BRAVA! ¡BRAVISIMA!

Dice la Chica de Oro, la disfrutona de la serie, que el secreto de su longevidad es evitar comer cualquier cosa verde. ¡Toma! A sus 99 primaveras y jugando al golf a diario, da un golpe de efecto es el epicentro de las doctrinas alimentarias del nuevo mundo, torpedo a las dietas. Bombazo que con un poco de sensatez interpretativa nos sacaría de "tanta tontá y tanta bobá". Cierto que su constitución, herencia genética, y otros hábitos quizá inmensamente saludables, sean aeróbicos o anaeróbicos; todo eso debe tener una más que influencia en su salud, pero me encanta la declaración. Declaración de intenciones. Declaración de alegría. Ole. Declaración traviesa, transgresora en estos tiempos de absolutismo de pensamiento. En estos tiempos de listos insoportable siempre con los que no hay quien hable. ¡Ole! Que no come nada verde. Con un par. Siempre habrá algún fundamentalista a quien ofenda su desparpajo y su sinrazón. Olé por ella. No nos podemos tomar tan en serio  a nosotros mismos. En la serie, creo recordar que eran cuatro protagonistas, una muy mayor, que era la más excéntrica; la seria y sensata, muy alta; la guapa, que se hacía la dócil; y luego estaba BW, que parecía la más inocente, la ingenua del grupo. Pero lo que de verdad la definía era una genuina personalidad y un carácter alegre que la hacía sólida. Ahora que lo pienso  ingenua y genuina tienen las mismas letras. ¿Será el azar o la casualidad? como decía una tortuga muy sabia, "no existe la casualidad".

Continua Betty en sus magnificas declaraciones: "Acentúa lo positivo, no lo negativo, suena tan trillado, pero mucha gente elegirá algo de lo que quejarse, en lugar de decir: '¡Oye, eso fue genial!' No es difícil encontrar cosas fantásticas si miras un poco". Y TIENE RAZÓN.  Es muy americano, vale, pero es cierto. Y hay que ponerse. En la misma entrevista, soltó que le seguían gustando el vodka y los perritos calientes,  probablemente en ese orden". ¡Me declaro fan, con mayúsculas y en negrita! Vendrán asociaciones de alcohólicos conocidos o no, para abanderar que no se frivolice sobre la ingesta de bebidas espirituosas. Y venga con ponernos serios.

A mi lo que me encanta esta chica de oro, es que se ríe, en primer lugar y por encima de todo se ríe de sí misma. Hay que tener materia prima auténtica, hay que ser largo de entendederas y tener un corazón de oro, mucha enjundia, un a gran dosis de retranca, para seguir sonriendo. Hace falta buena encarnadura para no presumir de cicatrices. Leo que tiene ascendencia inglesa: ahí está el quiz de la cuestión. El británico se ríe de sí mismo. Eso que llamamos humor inglés no es humor, es inteligencia. Es la herramienta mejor para la vida. El humor embellece, el humor nos hace generosos, el humor crea ambientes agradables, el humor, seguro que alarga la vida. Y además, la alarga mejor. Y si no la alarga, l a hace mejor. El humor es luz, ilumina los espacios y a las personas, nos hace más guapos y más buenos. Porque una vida muy larga y muy desgraciada, mira, no es que no merezca la pena, que todo merece... Es que no hay vidas desgraciadas, sino maneras de vivirlas. La actitud cambia de perspectiva y domestica las penas. 

Te toque lo que te toque, no es mejor ni peor, es lo que hay. Tu eres el único que puedes iluminar lo que tienes con tu actitud. Con tu alegría. No hay que estar riéndose todo el rato como un imbécil. Para eso están las pobres hienas. No. Quítale hierro, no te des importancia. No eres nadie, o casi nadie, para estar amargado. Al Universo entero no le afectan nada tus miserias. Así que, sonríe, empuja, tómate un perrito caliente y brinda con vodka, porque hay muchas cosas que sin vodka no se entienden. Vodka ucraniano, claro.

30/12/2021

CATARROS Y GLOBALIZACIÓN

Empiezo por lo evidente, lo obvio: la Covid, el coronavirus, el virus, bicho, ha sido una faena. La primera pandemia real, del siglo XXI, que afecta al mundo moderno y occidental. No es el hambre, no es la guerra. Es el bicho, que nos ha quitado mucho. Algunos pensaban que íbamos a valorar lo importante a partir de no sé cuando, del final, de cuando se acabara el confinamiento, las restricciones. Quien no sabe lo que es lo importante, ya puede pasarle por encima una apisonadora que le va a dar lo mismo. Al cabo, olvida. Eso no se aprende. Pertenece al selecto grupo que disfruta viviendo en la aristocracia de las emociones. 
Pero ahora vamos a parar. Si esto es un catarro no hace falta que nos numeremos. Si esto es un catarro no quiero oír el número de contagios en las noticias. Si esto es un catarro no me voy a gastar 10€ cada vez que vea a mi tía porque tengo miedo de que se ponga mala. No. Si esto es un catarro no me voy a hacer una PCR cada vez que salgo en avión a cualquier sitio, que la factura aumentar 200€ por cada movimiento, más un seguro Covid, porque si me da el chungo por ahí, no se ocupan, más una declaración jurada de no haber mantenido contacto consciente con contagiado. Si esto es un catarro no voy a tener miedo. Si esto es un catarro, ya se acabó. Si esto es un catarro, no es noticia. Y no pueden ocupar primera plana las mascarillas, ni las vacunas, ni las pruebas de antígenos, o el control de anticuerpos que uno tenga, ni decisiones ministeriales sobre cierres nocturnos, de ocio, toque de queda, o restricciones de movilidad. No. 
Basta. Decídanse, y si no saben, silencio. Y cuéntennos qué pasa en Sudán, sí, en Siria, en Pakistán; Korea, ambas. Hay noticia. La miopía nos hará débiles y la falta de consideración con los demás, también. El egoísmo nos hará miopes, y la miopía nos hará frágiles. Vamos a levantar la barbilla y mirar un poco más allá de nuestro ombligo y el lícito objetivo de alcanzar o mantener nuestra propia felicidad, de satisfacer nuestros deseos, los más humanos y los más perversos. Hacer las cosas bien es bueno, aunque no se te llenen los bolsillos de billetes. Ser buena persona, cuidar a los otros, preocuparse, es sano. Y aunque los frutos no sean inmediatos ni tangibles, reconfortan el alma. Vamos a otear el horizonte, que no estamos solos. Vamos a espabilar de una vez, que somos unos privilegiados, por mucha pandemia que nos haya pillado, retransmitida en vivo y en directo. 


29/12/2021

EN QUE NOS HEMOS EQUIVOCADO

¿Qué hemos hecho mal? Para que a nuestros hijos les guste el Nesquick, el pan de molde con Nocilla, que prefieran las patatas fritas de bolsa a las caseras, a las que les echan kétchup y mayonesa; y sobretodo la pizza con piña. Estos niños que no han visto nunca una cafetera que no sea de cápsulas descubrirán en un exótico viaje las plantaciones de café y se sorprenderán al ver los granos, que les traerán por el olor un recuerdo de infancia. Hay que haber tomado Cola Cao, que no hay quien lo disuelva, pan de la Agapita, que por la tarde está duro, si es que queda algo, para saber lo que es bueno. Para saber lo que cuestan las cosas.

¿A quién se le ocurrió poner piña a la pizza? Quizá al cocinero se le cayó un bote de piña en la masa y por orgullo bautizó al resultado como tropical. El azar y la necesidad. Ya lo decía Axtérix, que fue un belga el que inventó las patatas fritas, se le cayeron en aceite que hervía en una enrome marmita, para hacer alguna lindeza con el enemigo. Sí, está genial eso del mar y montaña. Mezclar sabores, dulce y salado. Mi madre le echaba mermelada a la carne, mogollón de mermelada. El melón con jamón, está incrustado en mi ADN. Pero un buen jamón, del negro, sequito, con su grasa, como mucho se come con pan, que ni picos necesita.

La elección de galletas conlleva más tiempo y atención que la de pareja. El ya añejo surtido que abarcaba las María Fontaneda, aceptada la Dorada, hasta las lujosas Chiquilín y por supuesto pasando por las Artinata; se ha complicado a velocidades supersónicas. Ahora el espectro va desde las galletas con o sin avena, con o sin relleno, chocolate de todos los colores, cremas varias, galletitas bañadas, formas de rosco,... ¿Donde están esas galletitas redondas, de mantequilla, que alguno se ponían en los dedos como brillos que no pasan y se las comía a bocaditos? 

Pero el tema es ¿en qué nos hemos equivocado para que esta generación que viene, pobrecitos?, que encima de comer sólo pan de molde, la madre le quita los bordes, que están duros. “El niño. Pobre”. Me recuerda a las aves que elaboran un poco el alimento antes del alimentar a sus crías, cuando son bebés, pero nuestras crías nos sacan la cabeza y seguimos con las mismas. Este niño que no rebaña la tapa del yogurt. “¡¿Te dejas eso?!”- un descompuesto padre no puede sino rechupetearla. ¿Qué hemos hecho mal? Esta sobreprotección los va a dejar al albur del futuro, sin herramientas. De verdad solos ante el peligro.

¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué caramelos comen nuestros hijos? ¿Qué chuches? ¿Saben lo que son los quicos? Esos rompedientes que se compraban a las quiosqueras con mitones, sin control alguno de calidad. El regaliz que había que ablandar a lametazos. Las pastillas de leche de burra, que tenían distintos colores y sabían todas igual. Los dedos de fresa, duros como piedras. Y sobre todo, los caramelos de cubalibre. Recuerdo una vez que mi padre me pidió uno, lo probó y me preguntó dónde lo había comprado; él siempre respetuoso con sus hijas, desde pequeñas, me dijo que lo eran de niños esos caramelos. Si es que hasta las chuches ahora son de mírame y no me toques, todas son gominolas, ¡ay de esos adoquines maños, o los caramelos de piñones que guardaba mi abuela como tesoros para regalarnos! Beben Coca Cola Zero y están siempre cansados. Tienen frío con una brisa, les molesta el sol en los ojos. Duermen con calcetines y sudadera. ¿Qué va a ser de ellos?

No saben quién es Guillermo ni han leído el Guardián, “es de pensar”. No saben quién es Giorgina ni torres de Mallori. Eso sí, se han hecho la “láser”, piercings, y quieren probarlo todo. ¿TODO QUÉ? Eso sí, adoran a los súper-héroes. ¡Bien!

Son unos melindres, pusilánimes, de mantequilla. ¿O será que soy mayor? Je. Je.


27/12/2021

LA MASCARILLA EN GROENLANDIA


Ya está, lo digo, la mascarilla en exteriores, así, en general, me parece una solemne tontería, papachurrada, memez. Lo digo con el raciocinio que me corresponde, como ser humano que soy, que para eso se nos ha dotado, sea quién sea nos dotó, (o fue el azar y la necesidad) del intelecto y la razón. Con eso y un mínimo de coherencia, afirmo rotundamente que la mascarilla en exteriores es una solemne gilipollez. Pronuncio la palabrota sin que me de vergüenza,sin pedir perdón, con todas las letras, acentuando cada una de ellas y poniendo énfasis en cada una de las sílabas. Lo digo en alto, con mayúsculas. Sin dudar, sin titubeos. Lo digo porque me da la gana, porque soy libre, que puedo decir lo que pienso. Y no ofendo. He usado la palabra tontería y otras más sonoras a modo de definición, no de insulto. 

Pienso que es absurdo no permitir ir sin mascarilla en Plaza de Castilla cruzando un semáforo vacío y sin embargo que se pueda prescindir de ella la sierra, así en general. Porque aires libres hay muchos, y sierras también. Aunque no se lo vayan ustedes a creer la sierra a veces parece la Gran Vía, y si no lo aceptan como verdad, que es tan en su derecho, suban un sábado a la laguna de Peñalara o váyanse al parking de Cotos, que ahí sí que hay gente. Pero como estamos en la sierra, y han decidido que hay no hay que llevar mascarilla al aire libre, en la montaña, ea, todos a vernos las caras. Ojo, que me parece bien que no haya que llevarla. Pues lo mismo en Madrid paseando por el Boulevard desierto de la Castellana; me encuentro un andarín caballero, me pongo la mascarilla. ¿Pero para que me voy a poner la mascarilla si voy sola? que no hay nadie, nadie que enfrente no hay nadie. Y es nadie la muerte si va en su montura. 

He decidido, por tanto, que me voy a comprar un chándal, "u"  dos. Como lo que sí que se puede es ir sin mascarilla cuando vas haciendo deporte, a partir de ahora mi atuendo es el chándal. Como no soy muy de tal prenda, creo que el único que tengo es uno azul del Colegio con una raya toja vertical en la pernera. Es demasiado  no creo que me quepa. Me voy a comprar uno mono y que me diga alguien que no estoy haciendo deporte. En cuantinto que vea a la policía me echo a trotar con gracejo. Arreglado. Voy a ir con mi chándal estupenda ¡hala!, al Mercadona, al Corte Inglés o la Oficina Y al aeropuerto a recoger a mis socios. Y que me chiste el conserje del despacho. Buena estoy yo. No aguanto una mosca. Ya llevaré una muda apañada en el bolso si he quedado después. Ya me encenderé un pitillo para quitarme la careta, o lo llevo en la mano apagado. Siempre soñé con volver a fumar. En bandeja me lo han puesto. Mientras, en chándal y con mis deportivas.  Hala. 

Vamos a ver que yo me he vacunado, y la vacuna, sin ser una experta en la materia ya me he informado que fetén no es. Vale. Nos ha librado de unos atascos en las UCIs, en la UVIs antiguas. Bien. Ha aliviado a los sanitarios por ahora del horror de otras olas. Vale. Me vacunado, ya llevo mis tres dosis de vacunas, porque soy mayor. Lo he hecho bien, me he quedado en casa cuando me dijeron, no disfracé de perro se mi hijo pequeño para engañar a la autoridad y disfrutar de un paseo, he sido muy obediente aunque no estuviera de acuerdo. Pero ya está bien, que me diga alguien a mí qué utilidad puede tener cuando yo estoy sola por la calle Perseo, en pleno desierto del barrio de la estrella, o por la calle José Antonio Pérez Benedicto, o por la calle Comisario de Fraguas, sola, a las tres de la mañana, que pueda venir un poli pararme y ponerme una multa. Suena a afán recaudatorio sin más. Porque peligro no tiene y no me hace falta tener unos estudios, ni una carrera de ningún tipo para saber que no contagio a nadie, ni aerosoles ni puñetas. No hace falta ni tener raciocinio.

Yo entiendo a los no vacunados, porque no tenemos ni idea de los efectos secundarios de la vacuna,  exactamente igual que no tenemos ni idea de los efectos secundarios del paracetamol ni del ibuprofeno y de muchas cosas que nos pinchan en el hospital cuando llegamos malísimos y queremos que nos curen a toda costa. Sin ir más lejos la socorrida aspirina infantil está prohibida por no sé qué efecto qué puede tener. ¿A quien no le ha salvado una noche de tinieblas y llantos la de la cajita verde y blanca?Sin saber y sin sentirme obligada, yo me he vacunado. Tapándome la nariz, me he vacunado. A pesar de que no quería vacunarme, porque no me daba confianza la vacuna. Pero ¿quién soy yo para tener o no tener confianza en una vacuna? ¿Que autoridad enarbolo? ¿La de un comentarista de radio? ¿La de un tertuliano? O una opinión de un médico amigo, qué esa sí que es buena tinta, pero de lo que me dice entiendo la mitad de la mitad. Y ya es mucho. Es como si digo que no tiene calidad la gasolina que me ponen en el surtidor, pues me servirán la gasolina que hay.  O sea es lo que hay. El tema de las vacunas es incuestionable, no hay nada que discutir. Lo que está fuera de argumentación también es que la población ingresada por el bicho es mayoritariamente no vacunada, excepción hecha de aquellos que están malitos de otras cosas antes. La mayoría de la gente que se está muriendo es gente que no se ha vacunado. Angelitos. Pero yo me vacuné, y entiendo que cada uno tiene su moral, su ética, su miedo y sus convicciones. 

A lo que no hay derecho es que nos hagan hacer gilipolleces porque entonces ya surge el todo vale y eso no puede ser, porque se va toda la mierda, se va todo a freír espárragos, o más lejos. Claro, porque si empiezan a imponer normas que no son entendibles, que no tienen sentido, entonces es cuando la gente empieza a hacer lo que le da la gana. Hecha la ley, hecha la trampa. Si tú me dices ponte una mascarilla para entrar en el Día, pues me la pongo, porque entiendo que hay mogollón de gente. En el autobús, metro, también. Ahora bien, si me dices que tengo que usar guantes para coger las peras, escoger la mandarina que me voy a llevar, me remueves. Que las mandarinas antes de llegar al lineal han estado en el suelo, con bichos, las han tocando 350 millones de personas, no me fastidies que hay que coger guantes ¡qué más da que la coja uno o si la coge otro!  Habrá que que lavarse las manos cuando te vas a comer la mandarina. Como se ha hecho de toda la vida de Dios, en una casa decente las manos se la van antes de comer con agua y jabón, la Toja. Y te secas bien. Lava la fruta cuando la compras si quieres, pero en el estante del supermercado la fruta no está impoluta, ni limpia de polvo y paja. ¿Me vas a poner una multa tú a mí también por tocar varias manzanas a ver cuál me gusta más? Pues ka mascarilla obligatoria por la calle sin más, independientemente de la distancia, lo mismo. 

Cuando empieza la tontería y la sinrazón,  empieza el caos y la rebelión. Vamos todos por la calle con nuestra mascarilla, siendo súper respetuosos, aun asfixiados, da igual. Eso sí, estamos deseando entrar en un bar, aunque sea dentro, sin terraza, para tomarnos un café, para estar sin mascarilla y todos achuchados. Como sardinas en lata. No vale.

Y como he visto a un humorista poner en boca de dos astronautas flotando sin gravedad, uno con su mascarilla sanitaria y el otro sin: ¿no sabes que hay que usarla en el espacio exterior? Sí, en el espacio exterior, y yo te buscaré en Groenlandia. Ya lo decían los Zoombies: Todas las secuencias, han llegado a su conclusión, el tiempo no puede esperar. Atravesaré el mundo y volando llegaré hasta el espacio exterior. Y yo te buscaré en Groenlandiaen Perú, en el Tíbet,e n Japón, en la isla de Pascua. 

22/12/2021

MOJAMA O JAMONA

Todo sea por no hacerme un lifting. He decidido que a la vejez viruelas. Por herencia tenía dos posibilidads, en mi familia unos son los flacos y otros los repletos. Todos guapos y estupendos, cada uno con su estilo. Los clásicos y los atrevidos. Los que se aprietan el cinturón y los que se lo sueltan, hasta dejarlo en un cajón.

Tras pasar años intentando conservar la esbelta figura heredada de una de mis abuelas, lo he echado todo a perder. Me he dejado llevar. "Me he dejado de ir" Estoy que bozo. Lo mismo me da dulce que salado. Yo que no he sido de postres, le he cogido el gusto hasta a las magdalenas, galletitas de chocolate, que blanco, blanco; que negro, negro. No le hago ascos a nada. Y si nos vamos al ámbito del bocata, ¿qué mejor que un descanso con un buen bocata de chorizo de Pamplona? Levanta a un muerto ese sabor a choricillo de mentira. Seguro que tiene hasta anticuerpos. Ja, ja, ja.

En cuanto a la vestimenta: Cinturillas de goma, camisas desabrochadas y pa'lante. Oronda. Quien no ha usado polvos de talco en el contra muslo para evitar rozaduras, no ha estado gordo de verdad. 
Y es que la carne es débil. Me confié, llegué a un peso ideal, ese en el que todo te cabe, te cierran todos lo pantalones, las faldas te hacen tipín. Y me relajé, que si un pincho de tortilla por aquí, que si un aperitivo, que mira que rica sabe la cervecita por la noche, en copa fría, claro. ¿Cómo vas a brindar con algo que no sea vino? Y una tapita a mediodía, que entretiene el gaznate, para no marearme, no vaya ser que me siente mal el vino. Así una cosa lleva a la otra. 

De pronto dejo de sentirme culpable, pienso que ya está bien de tanto cerrar el pico. Que no lo cierro, lo intento, eso sí. Pero debo ser realista. Yo el pico no lo cierro ni para callarme. Aunque me ponga, y mira que me conciencio. Toda la vida procurando estar calladita y comer menos. Pero es que no soy yo. Yo no soy de estar callada. Cuando no digo nada parece que estoy enfadada. Interpreta mi silencio, decía Almu. Habladora compulsiva y coche escoba por excelencia. Rellenadora de huecos, conmigo no se hace el vacío. de esa forma digo muchas tonterías y como de todo. Que todo me gusta. Menos el hígado. El que se calla siempre nunca se equivoca. Y yo, no me contradigas, que me "contradizco" porque no paro. 

A partir de ahora voy a estar jamona por decisión. Porque a mí lo que pasa es que me da mucho miedo la cirugía. Solo de pensar en meterme en un quirófano para quitarme lorzas, me doy cuenta de que no me compensa. Y si me tengo que poner apretada, me pongo, que donde hay carne hay alegría.

Encima evitas la medicación, porque la angustia se pasa un poquito mientras uno se aprieta una bolsa de patatas fritas. Especialmente si son "la Montaña" Luego te duele la tripa, pero eso es después, de momento, eso que te llevas. Que la angustia no se pasa comiendo, ya. ¿Pero qué es la angustia? Ya está bien de tanto mirarnos para descubrir lo que nos pasa. Disfruta de esas patatas, échale un poco de salsa Perrins. ¡¿A que están ricas?! Es cierto que por mucho que te metas un cordero entre pecho y espalda, el agobio remite. Si acaso, de modo instantáneo, te alegra el momento una suerte de efecto sedante. Si encima lo riegas con un Rioja y unos buenos amigos y mucha risa. el amortiguamiento es evidente. Y dura más. Aunque sea un espejismo y el rebote tenga un impacto brutal. Es como ponerte un poquito de colonia cuando tienes fiebre, que te calma pero no te cura. Pero si no te lo zampas, si no te tomas ese vino, y estás jodido, tampoco se te va a pasar cerrando el pico. Eso sí, te pondrás estupenda, o asquerosita de flaca. Si es que a la gente que no le gusta comer, son muy raritos. ¡No me digas! Siempre con el "no me apetece" O "estoy llena". ¡Pero cómo que estás llena si no lo has probado! Hasta maleducada es alguna. De ahí a "¿quiere usted reventar? " es cierto que hay un camino, pero mira, prefiero al agradecido que rebaña hasta dejar el plato como una pareja y repite como si no hubiera un mañana. ¡Así da gusto invitar a comer! Con el disfrute. 

Por eso y por mucho más, he optado por ser jamona. Que se me quitan las arrugas y no me hace falta botox. Que mojama no soy, acepto.

17/12/2021

¿QUÉ NECESIDAD?

La más lista del Gobierno. En mi opinión, de la primera fila, la única lista de verdad, inteligente. Se meten con ella los muy progres porque es una niña bien y lleva perlas. ¡Que se fastidien! Fue a un colegio de pago, sí; elitista, también, y su formación  es buena, muy buena. Disfrutó de una educación exquisita con grandes dosis de deporte, disciplina y libertad. Y luego aprobó unas oposiciones del copón. Que se dice fácil. Técnico comercial del Estado. Que son cuatro mal contados. Cuerpo de élite. Normal. Se lo han ganado. Haber estudiado. 
Nadie tiene ese magnífico aspecto de mujer madura que se conserva estupendamente. Uno de sus secretos es que siempre fue mayor. Seguro que era la lista de la clase, se le daba bien hasta gimnasia, saltaría la mesa alemana cual grácil bailarina. Era la que  levantaba la mano. Pero sin ser una petarda. Maja. Entró en el Ministerio jovencita, y se le notaba lista desde que llegó.

¿Y entonces por qué? ¿por qué Nadia, te metes en ese jardín de la Memoria (histórica)? Cuando lo tuyo lo defiendes con argumentos, lo que no no lo es, lo argumentas con elocuencia hueca. No te pega nada el papel. Te ganan por goleada los expertos en la defensa vehemente del absurdo. No pierdas tu esencia Nadia. Deja que otros peleen en la verborrea. Tu sigue tu camino de niña buena y estudiosa. Eres la hormiga del equipo, que no te hagan ser cigarra. Eres lo que necesitamos. Que se nos viene encima una buena. Ordena, organiza, que nos haces falta. Dicen de ti que tienes carácter, no se te vaya a confundir con genio del malo y lo estropees todo. Distribuye el ahorro y la ayuda. Mantén tu noble cabeza llena de inteligencia y paciencia, al margen de nubarrones y miserias. No abandones tu eficacia y racionalidad.

¿Por qué reaccionas ante acusaciones que no te afectan? Habéis confundido el espacio con el tiempo. La dictadura de Franco fue, hay otras que son. La nuestra se enterró imperfectamente con la democracia. Nadie es perfecto. Es el mejor de los acuerdos que en su día se alcanzó. Vamos a dejarlo ahí, donde merece. No agitemos el pasado. Tenemos nuestro día a día al que sobrevivir. Y tú eres Patrón de Yate en esta Embarcación que nos lleva. No le dejes los mandos a nadie, que sopla viento de poniente y hay marejada. 

Lo de acusar de falta de equilibrio al contrincante no va contigo. Te haya dicho lo que te haya dicho. Porque a mi me choca oír a los Picapiedra decir "Coño" en el congreso, sobretodo decir "¿Qué coño tiene que pasar...?" Me choca, pero lo compro, lo he aceptado. Tanto monta, monta tanto. A Pablo no le pega nada decir tacos, ni en casa, ¡pero vete tú a saber!. A Pedro se le ve más de calle, corbata fina, zapato d e punta; macarrilla de estilo prestado, con todos los respetos a los macarras y a los mismos Pedro y Pablo. Oye, las perlas no le pegan a cualquiera. No veo yo a las mujeres y ex parejas de Iglesias luciéndolas. ¡Quién sabe si Yoli lo acabará haciendo, después de su paso por el vaticano, nunca se sabe! 

15/12/2021

¿QUIÉN ES LUCAS?


Y digo yo. ¿Quién es Lucas? ¿Acaso es en honor al evangelista la atribución de tal apelativo a los niños de los dos miles? San Lucas, posiblemente  turco, de educación y formación griega  y según cuentan sus coetáneos, médico. Hombre sabio, que realizó una exhaustiva investigación, de periodismo serio, con entrevistas vastas a todos los protagonistas e implicados, antes de redactar su Evangelio, según San Lucas, reza con prudencia. En su honor, o no, hoy circulan estupendos Lucas, "el Lucas" por las estradas madrileñas. Con elegancia y garbo, simpáticos o macarras, chuletas y educados, que de todo hay en la viña.

O es quizá en recuerdo a Suzanne Vega...My name is Luka, I live on the second floor, I live upstairs from you. Yes I think you've seen me before…Yo, desde luego, con mi parca educación en los Evangelios, casi autodidacta, cuando oigo Lucas siempre pienso que vive en el segundo.

Y a propósito de Lucas. ¿Quién se cree la espontaneidad de ese Lucas que es entrevistado por todos los medios con ocasión, esta vez, de la vacunación a menores? Habla con desparpajo de que le van a pinchar y le va a doler un poquito, pero que es una cosa buena porque así va  a poder jugar con sus amiguitos en el patio y va a poder dar un beso a sus abuelos. ¿Pero qué niño habla de amiguitos? ¿Qué niño de cinco años habla así? Hay muchos falsos Lucas, más repelentes que Quique, el de verano azul o que Dora la exploradora. No se cree nadie su relato. Es contraproducente su retransmisión. Da repelús oír esas palabras dictadas. Más parece que se trata de un muñeco de un ventrílocuo.  

¿Y qué me dicen de Montse? ¿Qué chavala de 17 sale en la tele para contar como le ha salido el examen de la EBAU? Solo podía ser Monserrat. ¿Y quién se cree esa imitación de naturalidad con la que emite su discurso? Todos los examinandos atacados de los nervios en los minutos previos a entrar a hacer un examen que les va a marcar el futuro y siempre hay una Montse, muy propia, que vive en las afueras, carpeta en ristre, pegada al pecho; trenzas enmarcando la paz del rostro, que responde a las alcachofas de la prensa.

No lo entiendo. Esos periodistas que encuentran siempre a alguien dispuesto  a dar una opinión a cambio de su minuto de gloria televisiva. Los mejores son los testigos que afloran como setas después de cualquier sucedido. Que ha habido una explosión de gas, ahí está Miguel, el del quinto, que sabe más de renovables que la ministra de medio ambiente. En los terribles casos de violencia, asesinatos, maltratos de todas las categorías las voces son unánimes, María Angustias asegura que se trataba de una familia muy normal, saludaban siempre al pasar y hacía la compra el marido, que ella estaba con el trajín de la casa. No se lo pueden creer, lamentan las nuevas plañideras. ¿En qué nos hemos convertidos, espectadores de dramas buscando un micro o una cámara para contarlo? Ni Dominguín.

Eso sí, ¿alguno se declara testigo del apagón de la sonrisa eterna? ¿Quien es el guapo que sale diciendo que ya sabía él que quien no aguantó vivir estaba así, estaba al límite de sus fuerzas, hundido en las tinieblas? Detrás de una sonrisa enorme. Se inundan los telediarios de estadísticas sobre la automuerte, mayores índices que los debidos a accidentes de tráfico. Descansa en paz. Pero ¿quién vio y no quiso ver el abismo por el que cae el suicida y el mundo que le rodea? No estaba Lucas, ni Montse. Ni se les espera. 


07/12/2021

NO ME GUSTA IR CON EL MALO


 Ir con los malos o los perdedores, en una peli, es como ser del Atleti. O del Estudiantes. La casa de papel es uno de tantos ejemplos en los que uno se equivoca como afición. Sufrir por sufrir. 

Cuando yo era pequeña iba  a un colegio que se llamaba Beatriz Galindo. Tenía cuatro años. Iba paseando mis lorzas por los chalecitos de la Colonia, de la mano de mi madre a veces, otras, de María; mamá María la llamaba mi hermana segunda. La pequeña aún no había nacido. Otro camino era por Doctor Esquerdo. Todo seguido. Yo llevaba una cartera. Con mis tesoros, bolis, lápices y cuadernos. No era una mochila, no, y menos una con ruedas, era una cartera preciosa, de mayor. Me lo pasaba bomba en el colegio. Mi profe, que me enseñó a leer, a sumar, a restar y a multiplicar y dividir, se llamaba Juanita. Y un niño de mi clase, Jesús. Habíamos nacido el mismo día, Piscis los dos. Yo pensaba que teníamos que casarnos. Y no me gustaba que tuviera el pelo largo. Cosas de una niña con las rodillas al aire y falda escocesa. Sujetas las capas con un imperdible en dorado y cuero. Para el frío del cuerpo un abrigo con el cuello redondo, de terciopelo, igual que los bolsillos. Azul, o fresa. 

Cada día en el cole pasaban cosas fascinantes. La infancia es eso, la alegría de empaparse de lo nuevo, descubrir  a cada paso un trozo nuevo en el camino ancho del aprendizaje. Me faltaba tiempo para contarlo todo en casa, mi refugio, donde teníamos una terraza enorme en la que jugábamos a la pelota. A mi madre se le daba genial. Con lo poco deportista que era, hubiera sido una gran tenista. Eso sí, de falda larga, nada de enseñar las piernas. Y pelo corto,  a lo "garson". Elegante y moderna. También había un columpio. Eso antes de convertise en el jardín de la alegría, donde madre sembraba tulipanes, maravillosas hortensias, algarrobos, olivos, laureles.... Al principio solo eran unos geranios muy entretenidos, por los colores, necesidad de riego y la cantidad de hojarasca que saltaban. Socorridos geranios. Esa era la terraza de mi casa, con su todo azul. El caso es que al volver del cole siempre había ocurrido algo y yo estaba deseosa de contarlo. Porque era real, a pesar de que fuera imposible. Esta niña, hay que ver la imaginación que tiene. Me daban ganas de no volver a hablar. Pero pensaba, pobres, con lo divertido que ha sido, se lo van a perder. Y vuelta a empezar. 

El colegio miraba a lo que ahora es la M30, de Madrid, entonces un paisaje abierto y vasto, era el patio del recreo, de mi recreo, donde corríamos y jugábamos con supervisión adulta pero sin ñoñerías, columpios de aristas vivas peligrosísimos según las reglas del presente. Jugar al látigo o a las canicas, a la comba y a la goma. Juegos fáciles, donde se aprenden muchas cosas importantes de la vida. No es el azar quien los mantuvo a lo largo de la historia. Eran juegos espontáneos, ahora prohibidos casi todos. Si hasta han prohibido los balones. Sí. Todos nos hemos llevado un balonazo, y por mucho que con el de fútbol podías perder el sentido, el de baloncesto dejaba unas marcas que picaban, esos circulitos huella de la pelota. Pero aprendimos, aprendíamos. La excesiva protección no desemboca necesariamente en el aprendizaje sino en el miedo. Miedo que nos hace blandos y frágiles. Como este cordón umbilical no roto que supone poner un GPS a nuestros hijos, les hacemos portadores de un móvil con el que podemos geolocalizarles cada minuto; van cogidos de una cuerda muy larga, nunca libres del todo. Nunca solos y enfrentados a las pequeñas sorpresas que la vida y la noche nos tienen preparadas. Es un Gran Hermano continuo, nos pueden relatar en directo y buscar soluciones en nosotros como respuestas en Google.

Pero en los años 70 no había nada de eso. Solo la imaginación. Y yo veía cada día, en mi camino al colegio, la Casa de la Moneda. De la Moneda y Timbre, se dice ahora. Me parecía fascinante que allí se hiciera el dinero. No podía haber pobres ni ricos, porque el dinero se hacía. En mi casa hablar de dinero era de mala educación. Una ordinariez. Así es que soy una analfabeta económica. A conciencia me formaron así. Mi padre jamás hablaba de dinero. Se peleaba por pagar en las comidas de amigos. Era generoso sin medida. Y no necesitaba nada para él. En esos tiempos sus "debilidades " eran los Ducados. Y las corbatas de lana. Mi madre era tan generosa que se lo gastaba todo. Cuando ella me recogía volvíamos en taxi, negro con raya roja. El caso es que siempre me fascinó la visión de la casa de la moneda. En medio de Madrid, al lado de mi casa. Tan fácil, tan discreta, un edificio convencional. Al llegar a casa mi tío Felipe salía de su cuarto o esperaba en el salón, yo anunciaba cuando estábamos todos juntos que se había quemado la Casa de la Moneda. Cada día. No sé porqué. Todo ese papel dentro me parecía susceptible de que una chispa lo prendiera. Y un día tras otra se quemaba la casa de la Moneda. Las llamas se alojaban en mi memoria, calientes y buscando el cielo con grácil agilidad. 

Sospecho que ha sido Jesús, el que iba a ser mi marido, quien ha maquinado todo esto de la Casa de Moneda o de Papel. La peli. Pero me pongo mala. Porque los protagonistas son malos. Sí. Son ladrones. Roban, matan, son de los malos. Y vas con los malos. Porque les conoces y te identificas con ellos de alguna manera. Son buena gentes, no tuvieron oportunidades. Porque ves su punto de vista, y no son tan malos. Son personas que hacen las cosas por algo. Con sus padres y sus madres que lloran por ellos y que se preocupan porque les han encarcelado o porque no saben qué es lo que han hecho mal para que hayan acabado así, porque siempre el padre o la madre es culpable. Así es que no yo no quería ver la casa de papel. Porque en las pelis, no como en la vida, siempre ganan los buenos. Y los buenos en las pelis son los polis. Y me voy a pasar la serie temiendo el día que les pillen o como diría la nieta, Nairobi, que todo se vaya a la mierda. 

05/12/2021

CÓDIGO DE BARRAS

Época convulsa ésta de la pandemia, pre, y un día, espero que sea post. Post pandemia. ¡Cómo mola esa frase! no porque se puedan borrar los años y el daño, no porque se olvide, ¡porque ya haya acabado! Que lo que ha pasado no puede limpiarse tan fácil del recuerdo. Que nos hemos quedado mucho más solos y sin despedirnos, sin tocarnos, durante tanto rato. Demasiado. Hemos dejado de vernos, de cuidarnos. Sin cumplir con obligaciones que no lo son. Con una culpa que pesa. Y todo por el miedo, mucho más poderoso que la enfermedad o la más letal de las armas. El miedo que se extiende rápido en las rendijas del orgullo y el amor. 

Antes de la pandemia, en pandemia y ahora. Esos son los tiempos. El ahora es de duración incierta. Nadie sabe quién será el próximo. Le puede tocar a cualquiera. Da igual la prudencia, estar o no vacunado, pauta completa o simple, dosis de refuerzo; el número de mascarillas que lleves puestas, si son FPP2 o caseras o de las azules, sanitarias; si son nuevas e higienizadas con lejía o cochambrosas llenas de locos y con un aspecto de pertenecía al deshollinador chin chíbiri chin chíbiri. Hay quien se ha cuidado mucho, lavándose con profusión y descarnado las antaño suaves manos a base se geles variados que huelen a limpio al principio pero a rancio en breve. Todos somos objetivo. Nos puede tocar a cualquiera. Se rifa la muerte y hemos sacado iguales papeletas. Los altos y los guapos, los fumadores y los verdes. Deportistas y sedentarios estamos en la línea de fuego de esta tómbola. Es un muro sin lamentaciones, un disparadero con ignoto origen de las balas. Usamos un alfabeto antiguo para identificar la evolución o mutación de la enfermedad y ser políticamente correctos, que no se acuse al alfil ni a la dama, que el blanco sea blanco y el negro y el negro sea negro. Depende. Y nos volvemos un poco mas ignorantes. Es la estulticia de los tiempos, buscar las formas y olvidar el fondo. 

Se han puesto de moda los termómetros electrónicos a la entrada de los establecimientos, centros de trabajo, bancos. Yo debo estar muerta. Nunca paso de 34º C, así es que el otro día cuando fui a urgencias y de un disparo chutaron un 37,8ºC, es solo un catarro, pensé que o bien había caído, vencida y desarmada, o se trataba de algún fallo de sistema. A lo mejor habían usado la máquina para leer el código de barras para medirse la temperatura, como me pasó un día en Mango, que después de enjuargarme a la fuerza, me apuntaron a la frente con la máquina equivocada, 250, el portero no daba crédito, como tenía estudios universitarios me dejó pasar. Estará en grados Farenhait, pensó. Espabilado. 

Poca broma. Pero que viva la madre superiora. Que este finde es puente y vamos a darlo todo. 



03/12/2021

COMIDAS TRANSPARENTES

Siete comensales de edades variadas y apariencia heterogénea se juntan alrededor de una mesa en un restaurante cualquiera. Pinta y vestimentas dispares, del clásico al contemporáneo, particulares todos, personales cada uno, auténticos, sin disfraz. La primera impresión es que se trata de compañeros de trabajo, ¿pero de qué trabajo? ¿A qué se dedican? Nada en su aspecto llevaría a una conclusión clara. Solo tienen en común la sonrisa. Y el andar ligero. Ninguno arrastra los pies.

La camarera del restaurante es resistente. Se trata de la clásica "estoy sola", que se pasa la comida excusando un mal servicio previsible desde el principio. Su actitud es de quien aparenta necesitar ayuda, pero en realidad se trata de una sufridora. Cuanto más favor se le ofrece, más se queja. El grupo en cuestión es irreductible. Hay algo contagioso en la paz que transmiten, establecen un cordón de buenas energías infranqueable. Algo que recuerda a la bondad, a la alegría, flota cual nube sobre ellos. Ignoran la queja, y salen al encuentro. Sonríen. Que tienes lío, te ayudo, te ayudamos. De la comanda se encarga el que parece líder de la manada. Se cambian de sitio en el local por unanimidad. Uno dice que hace frío y es que hace frío. Punto. Se llevan los cubiertos para no molestar, se ocupan de juntar y separar sillas y mesas, lámparas y bolis, por no molestar, dejan pasillos libres, por no molestar. Tu siéntate ahí, tú allí, en realidad da lo mismo porque son los caballeros de la mesa redonda, todos hablan con todos y a la vez, sin perderse nada. Una vez escrita la comanda, la camarera protesta, no es así como se hace. El líder la vuelve a escribir, imperturbable. Son un grupo de galos liderados por un Abraracúrcix que ni siquiera teme que el cielo le caiga sobre sus cabezas, y que irradia un nítido buen humor, un halo de orgullo y alegría, en vez del mal genio necesario para luchar contra los romanos. Entre ellos hay una chavala insultantemente joven, a cuya boda han ido otros dos del grupo, impactados porque les sentaron en una mesa de amigos de los padres. También hay una castellana de Castilla la Vieja, que dice de sí misma que es una señora mayor. Otro se ha apuntado con un grupo de jubilados a escalar entre semana. Otro nos va a regalar una moto por Navidad. Otro aprendió castellano por whatsapp y es el favorito.  En realidad, el secreto es que todos somos los favoritos de todos.

De comida piden montones de patatas fritas muy ricas y unas hamburguesas de las que cada uno se alegra de haber pedido la suya, todos han acertado. Tan contentos. Como niños mojan las patatas en kétchup y una salsa rosa preparada por ellos mimos. Solo con las patatas habrían comido. Se levantan a por servilletas y platos que faltan, quitan platos sucios y recogen, como en casa. Eso sí, el que quiere vino, lo quiere tinto, el que cerveza, una especial, el que coca-cola normal, la quiere normal, no cero y la que la quiere light, light. A pesar de la súplica oculta tras la mascarilla de la quejosa camarera cuando se confunde, nadie cede. ¡Eso no! ¡Anuncia con lástima que no hay pollo! ¿Cómo puede no haber pollo? Alitas, la especialidad de la casa. El pollo no viene desde hace semanas, lamenta la quejosa, pobrecita. Imagino a pollos volando presurosos, o correteando, que no han llegado al restaurante, porque había mucho tráfico. Estoy viendo las alitas que no saben volar, atascadas por culpa del Brexit o el coronavirus, que seguro que algo tienen que ver. Si no hay pollo, más patatas, no hay leche para el café ni mascarpone para hacer el tiramisú. Café solo para todos y nos ahorramos el postre ¿Será el fin del mundo?. Da igual. La charla no baja de tono, no cambia el humor en la mesa del fondo.

Entre anécdotas y encárgate tú de eso, vete mañana a Murcia o a Sebastopol. Vale, me pongo. No sé hacer eso, te enseño. Siempre aparece un voluntario. Nos ponemos, me voy a Salamanca, e escalar a los Pirineos, a buscar suisekis entre las rocas sedimentarias, vuelo a Évora, te llevo; a Croacia. Alguien sabe un montón de Croacia, dónde hay que ir, qué no se puede perder.  Todo es sumar, todo es ir hacia delante, todo es sí, sí, sí, seguimos. No han compartido sesiones de autoestima obligatoria ni de entrenamiento colectivo en la aceptación, simplemente se han encontrado, les unen vínculos potentes, que muchos ni conocen. Forman un grupo compacto, que lleva todo el rato la carretilla hacia arriba. No se les cae nada, ni anillos ni pedruscos. Son en suma, un maravilloso grupo humano. Tanto es así que la pesarosa camarera, cuando se dirige a cobrar la minuta, enfoca al líder y le espeta: "usted viene mucho por aquí, ¿qué son ustedes? ¿amigos?, siempre es usted el que paga ¿es el jefe?. Se ofrece a hacerle descuento. La buena energía es contagiosa. Somos muchos más y los hilos con los que tejemos nuestra historia forman un maravilloso tapiz que es nuestro soporte.