Ya está, lo digo, la mascarilla en exteriores, así, en general, me parece una solemne tontería, papachurrada, memez. Lo digo con el raciocinio que me corresponde, como ser humano que soy, que para eso se nos ha dotado, sea quién sea nos dotó, (o fue el azar y la necesidad) del intelecto y la razón. Con eso y un mínimo de coherencia, afirmo rotundamente que la mascarilla en exteriores es una solemne gilipollez. Pronuncio la palabrota sin que me de vergüenza,sin pedir perdón, con todas las letras, acentuando cada una de ellas y poniendo énfasis en cada una de las sílabas. Lo digo en alto, con mayúsculas. Sin dudar, sin titubeos. Lo digo porque me da la gana, porque soy libre, que puedo decir lo que pienso. Y no ofendo. He usado la palabra tontería y otras más sonoras a modo de definición, no de insulto. Pienso que es absurdo no permitir ir sin mascarilla en Plaza de Castilla cruzando un semáforo vacío y sin embargo que se pueda prescindir de ella la sierra, así en general. Porque aires libres hay muchos, y sierras también. Aunque no se lo vayan ustedes a creer la sierra a veces parece la Gran Vía, y si no lo aceptan como verdad, que es tan en su derecho, suban un sábado a la laguna de Peñalara o váyanse al parking de Cotos, que ahí sí que hay gente. Pero como estamos en la sierra, y han decidido que hay no hay que llevar mascarilla al aire libre, en la montaña, ea, todos a vernos las caras. Ojo, que me parece bien que no haya que llevarla. Pues lo mismo en Madrid paseando por el Boulevard desierto de la Castellana; me encuentro un andarín caballero, me pongo la mascarilla. ¿Pero para que me voy a poner la mascarilla si voy sola? que no hay nadie, nadie que enfrente no hay nadie. Y es nadie la muerte si va en su montura.
He decidido, por tanto, que me voy a comprar un chándal, "u" dos. Como lo que sí que se puede es ir sin mascarilla cuando vas haciendo deporte, a partir de ahora mi atuendo es el chándal. Como no soy muy de tal prenda, creo que el único que tengo es uno azul del Colegio con una raya toja vertical en la pernera. Es demasiado no creo que me quepa. Me voy a comprar uno mono y que me diga alguien que no estoy haciendo deporte. En cuantinto que vea a la policía me echo a trotar con gracejo. Arreglado. Voy a ir con mi chándal estupenda ¡hala!, al Mercadona, al Corte Inglés o la Oficina Y al aeropuerto a recoger a mis socios. Y que me chiste el conserje del despacho. Buena estoy yo. No aguanto una mosca. Ya llevaré una muda apañada en el bolso si he quedado después. Ya me encenderé un pitillo para quitarme la careta, o lo llevo en la mano apagado. Siempre soñé con volver a fumar. En bandeja me lo han puesto. Mientras, en chándal y con mis deportivas. Hala.
Vamos a ver que yo me he vacunado, y la vacuna, sin ser una experta en la materia ya me he informado que fetén no es. Vale. Nos ha librado de unos atascos en las UCIs, en la UVIs antiguas. Bien. Ha aliviado a los sanitarios por ahora del horror de otras olas. Vale. Me vacunado, ya llevo mis tres dosis de vacunas, porque soy mayor. Lo he hecho bien, me he quedado en casa cuando me dijeron, no disfracé de perro se mi hijo pequeño para engañar a la autoridad y disfrutar de un paseo, he sido muy obediente aunque no estuviera de acuerdo. Pero ya está bien, que me diga alguien a mí qué utilidad puede tener cuando yo estoy sola por la calle Perseo, en pleno desierto del barrio de la estrella, o por la calle José Antonio Pérez Benedicto, o por la calle Comisario de Fraguas, sola, a las tres de la mañana, que pueda venir un poli pararme y ponerme una multa. Suena a afán recaudatorio sin más. Porque peligro no tiene y no me hace falta tener unos estudios, ni una carrera de ningún tipo para saber que no contagio a nadie, ni aerosoles ni puñetas. No hace falta ni tener raciocinio.
Yo entiendo a los no vacunados, porque no tenemos ni idea de los efectos secundarios de la vacuna, exactamente igual que no tenemos ni idea de los efectos secundarios del paracetamol ni del ibuprofeno y de muchas cosas que nos pinchan en el hospital cuando llegamos malísimos y queremos que nos curen a toda costa. Sin ir más lejos la socorrida aspirina infantil está prohibida por no sé qué efecto qué puede tener. ¿A quien no le ha salvado una noche de tinieblas y llantos la de la cajita verde y blanca?Sin saber y sin sentirme obligada, yo me he vacunado. Tapándome la nariz, me he vacunado. A pesar de que no quería vacunarme, porque no me daba confianza la vacuna. Pero ¿quién soy yo para tener o no tener confianza en una vacuna? ¿Que autoridad enarbolo? ¿La de un comentarista de radio? ¿La de un tertuliano? O una opinión de un médico amigo, qué esa sí que es buena tinta, pero de lo que me dice entiendo la mitad de la mitad. Y ya es mucho. Es como si digo que no tiene calidad la gasolina que me ponen en el surtidor, pues me servirán la gasolina que hay. O sea es lo que hay. El tema de las vacunas es incuestionable, no hay nada que discutir. Lo que está fuera de argumentación también es que la población ingresada por el bicho es mayoritariamente no vacunada, excepción hecha de aquellos que están malitos de otras cosas antes. La mayoría de la gente que se está muriendo es gente que no se ha vacunado. Angelitos. Pero yo me vacuné, y entiendo que cada uno tiene su moral, su ética, su miedo y sus convicciones.
A lo que no hay derecho es que nos hagan hacer gilipolleces porque entonces ya surge el todo vale y eso no puede ser, porque se va toda la mierda, se va todo a freír espárragos, o más lejos. Claro, porque si empiezan a imponer normas que no son entendibles, que no tienen sentido, entonces es cuando la gente empieza a hacer lo que le da la gana. Hecha la ley, hecha la trampa. Si tú me dices ponte una mascarilla para entrar en el Día, pues me la pongo, porque entiendo que hay mogollón de gente. En el autobús, metro, también. Ahora bien, si me dices que tengo que usar guantes para coger las peras, escoger la mandarina que me voy a llevar, me remueves. Que las mandarinas antes de llegar al lineal han estado en el suelo, con bichos, las han tocando 350 millones de personas, no me fastidies que hay que coger guantes ¡qué más da que la coja uno o si la coge otro! Habrá que que lavarse las manos cuando te vas a comer la mandarina. Como se ha hecho de toda la vida de Dios, en una casa decente las manos se la van antes de comer con agua y jabón, la Toja. Y te secas bien. Lava la fruta cuando la compras si quieres, pero en el estante del supermercado la fruta no está impoluta, ni limpia de polvo y paja. ¿Me vas a poner una multa tú a mí también por tocar varias manzanas a ver cuál me gusta más? Pues ka mascarilla obligatoria por la calle sin más, independientemente de la distancia, lo mismo.
Cuando empieza la tontería y la sinrazón, empieza el caos y la rebelión. Vamos todos por la calle con nuestra mascarilla, siendo súper respetuosos, aun asfixiados, da igual. Eso sí, estamos deseando entrar en un bar, aunque sea dentro, sin terraza, para tomarnos un café, para estar sin mascarilla y todos achuchados. Como sardinas en lata. No vale.
Y como he visto a un humorista poner en boca de dos astronautas flotando sin gravedad, uno con su mascarilla sanitaria y el otro sin: ¿no sabes que hay que usarla en el espacio exterior? Sí, en el espacio exterior, y yo te buscaré en Groenlandia. Ya lo decían los Zoombies: Todas las secuencias, han llegado a su conclusión, el tiempo no puede esperar. Atravesaré el mundo y volando llegaré hasta el espacio exterior. Y yo te buscaré en Groenlandia, en Perú, en el Tíbet,e n Japón, en la isla de Pascua.