Y digo yo. ¿Quién es Lucas? ¿Acaso
es en honor al evangelista la atribución de tal apelativo a los niños de los dos
miles? San Lucas, posiblemente turco, de educación y formación
griega y según cuentan sus coetáneos, médico. Hombre sabio, que realizó
una exhaustiva investigación, de periodismo serio, con entrevistas vastas a
todos los protagonistas e implicados, antes de redactar su Evangelio, según San
Lucas, reza con prudencia. En su honor, o no, hoy circulan estupendos Lucas, "el Lucas" por las estradas madrileñas. Con elegancia y garbo, simpáticos o macarras, chuletas y educados, que de todo hay en la viña.
O es quizá en recuerdo a Suzanne Vega...My name is
Luka, I live on the second floor, I live upstairs from you. Yes
I think you've seen me before…Yo, desde luego, con mi parca educación en los Evangelios, casi autodidacta, cuando oigo Lucas siempre pienso que vive en el segundo.
Y a propósito de Lucas. ¿Quién se cree la
espontaneidad de ese Lucas que es entrevistado por todos los medios con
ocasión, esta vez, de la vacunación a menores? Habla con desparpajo de que le
van a pinchar y le va a doler un poquito, pero que es una cosa buena porque
así va a poder jugar con sus amiguitos en el patio y va a poder dar un
beso a sus abuelos. ¿Pero qué niño habla de amiguitos? ¿Qué niño de cinco años
habla así? Hay muchos falsos Lucas, más repelentes que Quique, el de verano
azul o que Dora la exploradora. No se cree nadie su relato. Es contraproducente
su retransmisión. Da repelús oír esas palabras dictadas. Más parece que se
trata de un muñeco de un ventrílocuo.
¿Y qué me dicen de Montse? ¿Qué
chavala de 17 sale en la tele para contar como le ha salido el examen de la EBAU?
Solo podía ser Monserrat. ¿Y quién se cree esa imitación de naturalidad con la
que emite su discurso? Todos los examinandos atacados de los nervios en los
minutos previos a entrar a hacer un examen que les va a marcar el futuro y
siempre hay una Montse, muy propia, que vive en las afueras, carpeta en ristre,
pegada al pecho; trenzas enmarcando la paz del rostro, que responde a las
alcachofas de la prensa.
No lo entiendo. Esos
periodistas que encuentran siempre a alguien dispuesto a dar una opinión
a cambio de su minuto de gloria televisiva. Los mejores son los testigos que
afloran como setas después de cualquier sucedido. Que ha habido una explosión
de gas, ahí está Miguel, el del quinto, que sabe más de renovables que la
ministra de medio ambiente. En los terribles casos de violencia, asesinatos,
maltratos de todas las categorías las voces son unánimes, María Angustias
asegura que se trataba de una familia muy normal, saludaban siempre al pasar y
hacía la compra el marido, que ella estaba con el trajín de la casa. No se lo
pueden creer, lamentan las nuevas plañideras. ¿En qué nos hemos convertidos,
espectadores de dramas buscando un micro o una cámara para contarlo? Ni
Dominguín.
Eso sí, ¿alguno se declara testigo del apagón de la sonrisa eterna? ¿Quien es el guapo que sale diciendo que ya sabía él que quien no aguantó vivir estaba así, estaba al límite de sus fuerzas, hundido en las tinieblas? Detrás de una sonrisa enorme. Se inundan los telediarios de estadísticas sobre la automuerte, mayores índices que los debidos a accidentes de tráfico. Descansa en paz. Pero ¿quién vio y no quiso ver el abismo por el que cae el suicida y el mundo que le rodea? No estaba Lucas, ni Montse. Ni se les espera.
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