Época convulsa ésta de la pandemia, pre, y un día, espero que sea post. Post pandemia. ¡Cómo mola esa frase! no porque se puedan borrar los años y el daño, no porque se olvide, ¡porque ya haya acabado! Que lo que ha pasado no puede limpiarse tan fácil del recuerdo. Que nos hemos quedado mucho más solos y sin despedirnos, sin tocarnos, durante tanto rato. Demasiado. Hemos dejado de vernos, de cuidarnos. Sin cumplir con obligaciones que no lo son. Con una culpa que pesa. Y todo por el miedo, mucho más poderoso que la enfermedad o la más letal de las armas. El miedo que se extiende rápido en las rendijas del orgullo y el amor.
Antes de la pandemia, en pandemia y ahora. Esos son los tiempos. El ahora es de duración incierta. Nadie sabe quién será el próximo. Le puede tocar a cualquiera. Da igual la prudencia, estar o no vacunado, pauta completa o simple, dosis de refuerzo; el número de mascarillas que lleves puestas, si son FPP2 o caseras o de las azules, sanitarias; si son nuevas e higienizadas con lejía o cochambrosas llenas de locos y con un aspecto de pertenecía al deshollinador chin chíbiri chin chíbiri. Hay quien se ha cuidado mucho, lavándose con profusión y descarnado las antaño suaves manos a base se geles variados que huelen a limpio al principio pero a rancio en breve. Todos somos objetivo. Nos puede tocar a cualquiera. Se rifa la muerte y hemos sacado iguales papeletas. Los altos y los guapos, los fumadores y los verdes. Deportistas y sedentarios estamos en la línea de fuego de esta tómbola. Es un muro sin lamentaciones, un disparadero con ignoto origen de las balas. Usamos un alfabeto antiguo para identificar la evolución o mutación de la enfermedad y ser políticamente correctos, que no se acuse al alfil ni a la dama, que el blanco sea blanco y el negro y el negro sea negro. Depende. Y nos volvemos un poco mas ignorantes. Es la estulticia de los tiempos, buscar las formas y olvidar el fondo.
Se han puesto de moda los termómetros electrónicos a la entrada de los establecimientos, centros de trabajo, bancos. Yo debo estar muerta. Nunca paso de 34º C, así es que el otro día cuando fui a urgencias y de un disparo chutaron un 37,8ºC, es solo un catarro, pensé que o bien había caído, vencida y desarmada, o se trataba de algún fallo de sistema. A lo mejor habían usado la máquina para leer el código de barras para medirse la temperatura, como me pasó un día en Mango, que después de enjuargarme a la fuerza, me apuntaron a la frente con la máquina equivocada, 250, el portero no daba crédito, como tenía estudios universitarios me dejó pasar. Estará en grados Farenhait, pensó. Espabilado.
Poca broma. Pero que viva la madre superiora. Que este finde es puente y vamos a darlo todo.
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