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09/11/2022

EL CORTE INGLÉS DE GENERALÍSIMO

La vida me ha dado mucho. Entre otras cosas, amigos muy requetebuenos, amores; concentrados todos en la zona de influencia del Corte Inglés de Nuevos, antes bien conocido como Corte Inglés de Generalísimo, para los amantes del recuerdo. Luego,  de Castellana. 

No sé por qué se ha producido en mi vida esa concentración de afecto alrededor de nombrado punto neurálgico de mi ciudad. ¿Qué tenía yo ahí? Ni idea. Ni vivía cerca, ni el cole estaba por ahí, ni la facultad. Yo soy de Ciudad Universitaria. Mis parientes tampoco viven ni vivían por ahí, que yo soy de Segovia. 

Era salir de casa y para Nuevos que me tocaba ir. Yo, que fui reticente a aprender a conducir hasta el día que mi amiga Lourdes sufrió un vahído a todo lo alto, en el Puerto de Navacerrada, y me puso las pilas, como hermana mayor que siempre ha sido. Me saqué el carnet en tiempo récord. Desde entonces he olvidado la línea 6, el Circular, el 12, 14, el 7, 5, el 45 y todos los autobuses que llevaban a Raimundo, Castellana media, Ponzano, Robledillo, Basílica. Allí siempre empezaba el plan, ahí estaban, todos juntitos, mis amigos, mis amores. 

Para remate, ¿dónde van mis hijos al cole?: a uno que está en Nuevos. Cuando la gente me pregunta el porqué de la elección del centro, la cabeza me da vueltas igual que a la niña del exorcista. Porque no podía ser de otra manera.  En Nuevos tenía que estar el cole, a tiro de piedra del Corte Inglés de Castellana. No pregunten.

Mi amiga Teresa, a punto de ser nombrada sherpa, junto a su padre, del CI, es capaz de comprar una percha, unas John Smith, si las hubiera usado, una vajilla de la Cartuja y un Barbour, todo en cuestión de minutos, recorriendo con calma y sin preguntar, las venas del Corte Inglés de Nuevos. Mi amiga Teresa y María, lo mismo. Tanto monta. ¿Qué quieres un lápiz?, vamos al Corte Inglés, ¿el último disco de los Smiths?, ¿una lectura del ínclito Marías o  del declarado como muerto Eduardo Mendoza? paseo que se pegaban al Corte Inglés, para un regalo, un evento, manicura, pedicura, tintorería, farmacia. Una de mis hermanas también le cogió afición al centro. 

A mí me da miedo hasta aparcar en ese "Corte". El Pedos Verdes (P2 verde), es en el único  que soy capaz de ubicar, gracias a las reglas nemotécnicas y al amor. Como dice Gema, como Zipi y Zape son dos, y me gusta Tintín, Vuelo 714 para Sídney, tu teléfono es el 2555714. Las reglas son muy útiles. Talyecal, fluapor, cutocodiam. Ahí lo dejo. 

Solo de pensar en acercarme a esas puertas que se abren solas y te cae un chorro de calor como si te desinfectaran, me entra el pánico. Tengo una visión: avanzo por sectores que van evolucionando de electrodomésticos a corbatas y olvido el objeto de mi visita.  El podómetro canta que ya he hecho mis 10.000 pasos. Y aún no he encontrado el vestido que buscaba. Mi padre, fue allí a buscar los zapatos que usaría para las tres ocasiones en que fue padrino de boda.  Pidió unos zapatos ad hoc. Aún se comenta en los mentideros. 

El chorro de calor y los uniformes rojos, son una señal: entra, que ya no vas a salir. Hay gente que vive dentro, duerme en la sección de colchones y somieres, nunca en el mismo lecho; desayuna en la boutique del "grumete", carga el móvil mientras se asea en los baños, trabaja en mesas diferentes cada jornada, no hay días de asueto ni vacaciones, pasea...  No sé si se han apercibido, pero las flechitas que indican salida son minúsculas en la inmensidad del volumen del centro. Busco con desesperación la luz natural, una ventana que me advierta de la proximidad del fin. Pero no la veo. 

Creo que parte del miedo y aversión que tengo al Corte Inglés de Nuevos se debe, como todo, a los traumas a acontecimientos que sucedieron en mi infancia. Lo mejor de ir de compras con mi madre era acabar de ir de compras con mi madre. En el durante, por una cosa u otra, lo normal era enfadarse. Que hija más sosa tengo, hay que ver, que no te gusta nada, con el tipo que tienes tan estupendo. Y otras lindezas. Pero ese momento en el que la doctora, mi madre, preguntaba por tercera vez a una dependienta, por la sección de lencería y la susodicha, por tercera vez le contestaba sin ni siquiera mirarla, porque está entretenida con el bajo de su falda y una uñas rota: "al fondo a la derecha"; ese momento, en que yo sabía lo que se avecinaba, y empezaba a hacerme camaleón para camuflarme en el mueble expositor de las colonias, ese momento que se acercaba como un tsunami, llegaba en forma de "¿para usted qué es exactamente el fondo a la derecha?". Que a mi madre no le faltaba razón, no le faltaba. Pero yo era una niña, yo quería que todo fuera bien, no me gustaban los gritos ni las discusiones. Yo engordaba por no discutir. ¡Qué le voy a hacer! Aunque el sol me queme capaz soy de aceptar que la noche ha caído con tal de que haya paz; sinónimo erróneo de que me sigan queriendo. Ante la contundencia de mi madre, se volvía la uniformada señorita, entre avergonzada y con un enfado de mil demonios. El caso es que nos llevaba a lencería en un santiamén, de la mano. La cosa es que al salir del Corte Inglés, mi madre, que era muy de pincho de tortilla y torreznos a cualquier hora, proponía un café y nos apretábamos el aperitivo entre pecho y espalda,  pocas cosas maridan tan bien. Eso sí que molaba. Y la charla. Y el olor a tabaco rubio. El que no es feliz con eso es que no tiene corazón. Como el que lee Seda, de Baricco, y no siente. Seda es un termómetro de la sensibilidad. Cualquiera sabe en qué cloaca de miseria puede ser enterrada la desgraciada existencia del insensible.

El caso es, la cosa es, que el centro de carena de mi vida se ubica en ese maléfico lugar, cruce de calles y emociones, garajes, ópticas de toda confianza, subterráneos que la noche confunda; los bajos, discotecas, la oficina, casas de amigos y un sinfín de rincones que albergan mis recuerdos y atesoran mi memoria. El otro día sobreviví a él con mi querida tía Mari Gloria, que va camino de igualar al bisabuelo Claudio, en edad y bondad, y salió de las galerías con elegantísimo abrigo. De lo que uno es capaz nunca lo sabe hasta que se le pone a prueba. Cuando ubique mi centro de gravedad, sabré si voy a volcar.

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