Tienen en común la política pareja, o pareja política, que siempre hablan enfadados. De cualquier cosa. Es acercar la boca al micrófono y ya han fruncido el ceño. Sea de leyes o castigos, reivindicaciones o denuncias lo que argumenten, abusan del gesto contracto y la hostil mirada. Les sobra mala leche. Y les falta gracia. No entiendo por qué están tan cabreados. ¿No les decían en casa eso de: qué fea te pones cuando te enfadas? Se puede decir lo mismo sin arrugar el cejo ni levantar el dedo. Pero no. Cierran el puño, intimidan con el índice. Se inclinan con amenaza ¿A quién? Nosotros somos buena gente. No nos hace falta que nos señalen ni nos enmienden la plana. Ellos están permanentemente enfadados. Arengan a las masas. ¿Qué necesidad? No digo yo que se estén riendo todo el rato, como su compañera de partido y otros “sonrisitas”. Que parece, o que somos tontos los receptores o lo es ella. Como ella, tonta no es, por bobos nos toma. O no le caben los dientes para cerrar la boca y es un mero rictus lo que dibuja su cara.
Me recuerdan al típico profesor de la Escuela de prestigio indiscutible, que se acababa quedando solo. Con intachable fama de duro, llenaba las clases en auditorio, las más grandes. Había reservas de sitio con folios y madrugones. Ese supuesto erudito que tiraba tizas a dar. El que se abochornaba del nivel del respetable. El que humillaba el desconocimiento. Quizá no era tan buen profesor. Poco a poco se relajaban las ganas y el interés. Entre academias y apuntes, abandonaba su listón de imprescindible.
Pues estos enfadicas y su antónimo, los risitas, en política, lo mismo. Que les den. ¿Dónde está el arte del convencimiento, esa ambición de conquista para atraer el voto? ¿Dónde el anhelo de la persuasión? ¿Que fue del discurso lleno, ensortijado y con orden y objeto? Déjenos atónito diputado, convenza con su verbo y con su gracia y no con el abuso del desahogo que sustituye al cálido sermón. No vomiten sus miserias. Denos motivos para seguirles, háganse líderes sin envenenarnos. Que somos adultos. Que les va a dejar marca en la expresión esa permanente de su mirada, que los surcos poblarán su frente y ya nunca va a parecer que son felices. Por favor no se enfaden tanto, no griten con vehemencia, que suena a hueco. Tampoco se carcajeen y sonrían explicando como si fuéramos imbéciles lo elemental o lo intrincado. No nos traten así, señores diputados, ni como tontos ni como ovejas, que, de nosotros, humildes votantes, depende que sigan ocupando tan cálido sillón. Y no está tan mal la democracia. Procuremos no estropear esto también.
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