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18/11/2022

VERDE TOSCANO

¿Será que la lluvia se acaba en Pirineos? ¿Será que por debajo del Ebro ya no hay agua? Las nubes se levantan y a excepción de unos trozos del norte de la península que se mojan. Que si vas a Santander, no te olvides del paraguas que no para de llover. De esa cordilleras norteñas no pasa ni una gota. Al menos ordenadamente.

Así, llega el viajero a Italia en otoño y descubre los matices del verde. Que el verde es vida y alegría, que verdes hay tantos como días. Que verdes se diferencian en el horizonte y estructuran el paisaje. Que verdes se dibujan las líneas que separan los prados y los huertos. Que verde es la geometría de la Toscana, que verde, Emilia Romana. Que verde es Italia, que verde que te quiero verde, verde aceituna, verde plata, verde otoño. 

La transparencia de los álamos que se alimentan en la ribera acongoja el espíritu. Corre el aire entre las ramas que las fechas empiezan a desnudar. La niebla que acobarda la superficie del río, arriesga a manar. Cual de un fantasma se tratara, un tono blanco de nube limpia se agarra a la blanda tierra de la ribera. Protege el cielo al suelo lleno de vida, rico en cultivo. Trasluce el amanecer, corre la jornada y anoche a escondidas. Todo en un lapso, en un instante. Pasan los días que la belleza embarga, que la tibieza embriaga. Verde crudo de rocío, sin abrigarse, tapiza las mañanas. Hasta en el bronce de la escultura resalta el óxido del olvido,  verde olivo.

La bienvenida alegre de los cipreses lápiz. Cortejan caminos, acompañan y guían. El albero de las fachadas agujerea las colinas. No es de extrañar que se concentren maestros del arte en estas coordenadas. Da la impresión de que cada momento debe ser guardado para su recuerdo. Por eso, genios de la pintura se acercan al verde toscano, que ni es vino, ni forestal, ni verde botella. Es un verde toscano que abarca del pardo al más oscuro. Siempre verde esperanza. Los maestros captan trozos de esa belleza perdiéndose mirarla en paz y disfrutarla sin retenerla, con tal de hacerla eterna.

Luego está lo urbano, de lo ya habló Stendhal, con su síndrome. ¿Qué no puede ser bello en ese entorno? ¿Quién osaría a alterar el flujo, la energía que transmite el paisaje, cada rincón? Es en honor del campo en el que se asienta, que nace cada pueblo, que cada casa se alza, respetando el olor, respetando el color, reverenciando la suerte que supone abrir los ojos cada día entre tanta belleza. Si colina, colina, si rivera o esquina de un convento, cada espacio es único, un lugar de reverencia, de recogimiento. Verde que te quiero verde. Como verde eres tú. 

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