Te ponen un cuatro. El disgusto es morrocotudo. "¡No, es que no hay que dar tanta
importancia a las notas!" Dice el
revenido profesor. “Pues ponme un ocho. No te digo ya un 10, o un nueve; ¡no
tanto, maestro! eso se los dejo a quien que sí da importancia a las notas. No
es mi caso”. Yo, que no le doy mucha importancia, me conformo con un siete, y
no me importaría tener un 8 en vez de un cuatro.” ¡Coño! Que no anima un cuatro
a nadie. “Te pongo un cuatro y así te esfuerzas más para la próxima” ¡No!
"Felicidades, se nota que has estudiado, 4.9". Encima con cachondeito. ¡ERROR!, ponme
un 5 y dime o "aprietas el culete y le das al pedalete"
o la próxima evaluación la pencas, cate que te crio. Punto.
En estos tiempos de supuesto estímulo a la autoestima
y consideraciones exquisitas enfocadas a la protección de la sensibilidad y soslayo
del sufrimiento al menor, a la salvaguarda de su íntegra personalidad, fomentar
que se desarrolle en libertad, que busque su camino, que sepa de sexo antes de
que le inquiete siquiera. En estos tiempos confusos en que un niño no puede
beberse una cerveza ni votar, pero sí decidir si es hombre o mujer, cuando aún
no se le han quitado los granos de la pubertad; en estos tiempos de vida entre
algodones, no entiendo cómo siguen machacando con las notas y compensando
frustraciones a base de medicinas y tratamientos psicológicos. Parece que
buscan encasquetar en cajones a cada uno, hacer clasificaciones con las que
manejar datos, más que ocuparse, se preocupan. Hay tantos síntomas y patologías
como niños, que si TOC, que si TDA, TDH. Acrónimos etiqueta que no resuelven el
mar de fondo, porque mientras tanto el niño, jodido, con perdón. Al niño hay
que tratarlo a lametazos, no es un experimento. Que los psicólogos están muy
bien, pero los profes, algunos, han perdido el norte. ¡Que manía con machacar a
los estudiantes! Es un la letra con sangre entra encubierto en
buenísimo. En un cierra los deditos que vas a saber lo que es bueno,
pero sin regla. Hubo una época confusa de transición en la que se prodigaban
los "progresa adecuadamente" que desconcertaba a los padres. Pero la
vuelta a la rigidez y calificaciones negativas por, por ejemplo, escribir
asíntota sin acento en mates, es un extremo al que no se debe llegar. Evaluar
solo porque se ha alcanzado el resultado correcto, en mates, es excesivo. El procedimiento
vale, vale mucho. Cierto que, en la vida real, aunque sigas el procedimiento,
si operas de menisco a un señor que venía con apendicitis, la has cagado. Pero a
los 14 años, aun no tienes el bisturí.
En el cole, siempre pensé que se trataba de aprender,
no de sacar buenas notas. ¡Qué manía de fastidiar la mejor época de la vida! Quedan
muchos años para aprender cosas a base de sufrir. ¡Qué ganas de amargar existencias,
asfixiar pasiones, amordazar la alegría! Para ahorrarle las faltas de ortografía,
el remedio es la lectura, más lectura y no tachones en sus escritos. Y mucho
menos, suspensos. Yo tenía un profesor de Electrotecnia que nos advirtió
"el que escriba prever con más de dos "e", está suspenso”. No
imagino el contexto en esa asignatura en la que se podía usar tal vocablo. Y
desde entonces me fijo, hay gente que dice y escribe "preveer",
"preever" e incluso "preeveer". Sabio profesor Fraile, pero
ahí ya éramos mayores de edad (casi todos).
Como siempre, recurro a mi propia historia. No estoy
segura de que mis padres vieran nuestras notas. Las miraban, sí, porque las
cogían con las manos e incluso las firmaban, creo. Ahora a los niños, en
algunos colegios, no les dan las notas hasta que tienen 12 o 13 años, son los
padres quienes las recogen. Alucino. Las notas son del alumno, él es el primero
que debe tener acceso a esa información. ¡Qué ultraje es ese de que yo mire que
le han puesto “sobresaliente” a mi niño en Plástica! ¿quién me ha dado a
mi vela para saber que mi hija ha tenido un 18? (Guiño a los liceanos y franchutes
en general) ¡Qué ha sacado tres Aes! Y lo sé yo cuando ella me lo cuenta. No. Recuerdo
el “mamá, ya me han dado las notas, prepara a papá” y la respuesta en
telegrama, hoy sería un WhatsApp “papá preparado, prepárate tú”. La supuesta
despreocupación por las notas en mi casa, en mi infancia y más allá; la
atribuía a las diferencias entre los hermanos. A ese "cada uno es cada
uno". Y el esfuerzo era lo importante. Incluso recuerdo un día en el que
en el cole me felicitó una amiga, bastante gamberra -había provocado un
incendio con otro niño porque querían hacer que parecieran pergaminos los
trabajos de cartulina expuestos en clase-, me felicitó por no haber suspendido
ninguna y me preguntó que qué me iban a regalar. ¿Una bicicleta? Había sacado
notable en gimnasia, con mis largas piernas conseguí correr muy rápido por el
patio cubierto. Me quedé perpleja. Nada.
En ese momento quizá pensé que mis padres no se fijaban en mí. Las cositas de
celos entre hermanos. "¿Quién es tu favorito?" "Tú, mi
vida". Y nos lo decían a todos. Y lo sentíamos todos, que éramos los
favoritos. No era eso, no querían que me agobiara con las calificaciones,
querían que disfrutara, que fuera niña. Eso sí que era cuidar el espíritu y
respetar al niño. Lo fácil es regañar y premiar. Contenerse y no mostrar la
preocupación ante una mala nota, no comparar,
dejar espacio, eso sí que es valiente. Te voy a querer siempre, te voy a
querer igual, y demostrártelo cada día, que tú te sientas querido. No me
defraudas, sé que te esfuerzas, eso es lo importante, digan lo que digan los
boletines del colegio. "Pero papá, pero mamá". Nada, ni peros ni
peras. Tu sigue esforzándote, que es lo importante. De otra manera no hubiera
acabado de estudiar. La vida no siempre es justa, pero esa enseñanza es la
buena, para mí.
Yo tenía un profe de mates que se llamaba Luis de Paz.
Le sobraban motivos para habernos mandado a todos a la mierda. Por un lado, éramos
incombustibles, rebeldes, contestatarios, niños, al cabo; por otro, él fue un
aspirante a ingeniero que no ingresó, entonces una vez se ingresaba ya se adquiría
el estatus de funcionario. En los tiempos en los que lo mismo daba que en el
examen hubiera que hacer una integral triple que ir haciendo chingoletas desde
Ferraz a la Escuela. Entonces Luis de Paz se hartó de intentar ingresar y se
hizo profesor. Podía estar revenido, pero no. Pasión no tenía por qué
suponérsele. Luis fue un magnífico profesor. Solo había dos números en sus
calificaciones, el uno y el nueve. Ponía muchísimas notas, anotaciones, en su
lista. Si hacías algo muy bien te ponía un nueve elevado a 999999, por muchos
unos que te cayeran, era difícil suspender; pesa más un nueve a la nueve, que
crece a toda mecha, que un uno a la uno, que se queda igual.
Me asusta ver a niños tan preocupados por las malas
notas, angustiados no ya por suspender, si no por sacar menos de un ocho (16),
pidiendo perdón porque han fallado. ¿A quién? Los niños no fallan, lo hacemos
nosotros, que no sabemos enseñar, que no sabemos hacerles tener ganas de
aprender, somos su espejo, su imagen a la que imitar, y con esos ojos de rayos X que tienen, no ven nada.
😍
ResponderEliminar