En la vida las cosas malas ocurren. Y te aguantas. Hay a quien le cuesta más aceptar la realidad. Ese sencillo “es lo que hay”. Frases sabias que resumen con contundencia situaciones que no se pueden cambiar como el “no depende de ti” no son suficientes para los soñadores, y entretienen sus días en el absurdo. Otros están tan panchos, son los inteligentes, y no miran atrás, se enfrentan con el regalo que, como su propio nombre indica, es el presente. No se toman a sí mismos demasiado en serio. Utilizan el humor con habilidad y cariño. Al fin y al cabo, somos seres finitos (matemáticamente). Hay quien tiene la fortuna de que, por nacimiento o formación, por carácter o virtud adquirida es capaz sobre elevarse un poquito y mirar con distancia. En la perspectiva se encuentra consuelo. Es cierto que la fe es un don, una gracia, un regalo y ayuda a la aceptación.
Pero en la ficción nada de esto es necesario. Tienen los guionistas en sus manos algo tan elevado como es crear. Creen magia, no miseria. El cine y la literatura son instrumentos cuyo objeto es el aporte de disfrute. Por tanto, escritores, novelistas, guionistas ¡basta de dramas! Y, sobre todo, no maten ustedes al bueno... Es innecesario. Que, si quieren ser profundos, ahonden, pero con gracia, por favor, sin drama. En las historias inventadas no hace falta la miseria.
Hay algunos argumentos que son intolerables. Bambi. ¿A quién se le ocurrió matar a la madre? ¿Quién fue el canalla? La edad de ver Bambi es una en el que la madre es tu alimento, tu espejo, tu almohada, tu luz, tu colchón, tu pañuelo, tu cobijo. Es cierto que una madre es, o deber ser, eso, siempre. No hay edad de jubilación a partir de la cual ya no se es madre. Vale. Pero ese refugio que supone tu mamá, tu madre, cuando eres un niño que casi no sabe ni hablar, que dislexia las palabras a la vez que las aprende; un niño esponja, que mira y escucha. Ese momento de tránsito, en que la madre traduce al mundo las emociones del hijo, sus deseos o sus pequeños malestares. Ese largo e intangible cordón umbilical que solo las hadas y la magia ven en las noches de luna. Ese niño no tiene edad para ver cómo, en una maravillosa película, se muera la madre del bebé, que es él, con el que ese niño se identifica, sin ninguna duda. Es una crueldad innecesaria. Absolutamente. Sé de reputados psicoanalistas que prohibieron esa película a sus hijos. ¿Para qué? ¿Qué imprescindible enseñanza esconde esa muerte, por un cazador, de la maravillosa cierva, que llena de lametazos a su hijo? Esa saliva que cura, que limpia, que mima. Las lágrimas de los niños solo se contienen con la esperanza de que no sea cierto. ¿Que la vida es así? ¿Y?
Avanzando en edad, llega Heidi, que ni padre ni madre. Tiene narices. Eso sí, el abuelo era un tesoro. Cuando lo fue. Porque hay que ser Heidi y tragarse al cascarrabias con el que se encontró después de la "pechá" que se dio subiendo a la dichosa casa de los Alpes. Pero, ¡puñetas! Pobre niña. Encima, su amiga es minusválida. Clara, que lo tiene todo en apariencia, no disfruta de la alegría y entusiasmo de Heidi. ¡Menuda tragedia! Que luego se arregla todo, sí, ¿pero cuantas tardes de sábado y sufrimiento en los 70 hasta que el abuelo recupera la sonrisa y Clara la movilidad de sus piernas? Mientras tanto el pobre pastor al que las dos niñas traen de cabeza, lo aguanta todo. Un santo, ¡Pedro se tenía que llamar!
El colmo fue Marco. Marco, que vivía con su familia, en una humilde morada de un pueblo italiano, al pie de las montañas, donde se levantaba muy temprano para ayudar a su buena mamá, que un día tuvo que cruzar el mar para ir a otro país. En ese momento de la partida la tristeza llegó a su corazón. 400 millones de capítulos esperando a que el pobre Marco, su hermano y su padre consiguieran ver a la madre. La angustia de los espectadores es incombustible. Un horror. Barcos y embarcaciones arribando a puerto y en ninguno está la madre, los niños mirando al mar, como pollitos piando en espera de miguitas. Mientras, Marco se distrae con su travieso amigo, un mono. No doy crédito al éxito de estas series.
Más cerca de casa, ocurrió la muerte de Chaquete, que, a diferencia de la de Fofó, fue ficticia. Se muere el payaso del "cómo están ustedes" y es la vida, que se acaba. ¿Pero por qué Chanquete? Con lo bien que se lo estaban pasando en Nerja esa panda inverosímil compuesta por chavales de todas las edades y condiciones, acompañados por la Mari Poppins española que era esa misteriosa pintora que todo lo entendía, pero que claramente no tenía edad para estar con esos niños. La Chim chiminey, Chim chiminey, Chim chim cher-ee! de la costa andaluza se hizo su hueco en el corazón adolescente, con el sabio barbudo de barco varado tan lejos del mar. En nuestros tiempos se hubiera sospechado inmediatamente de la amistad del grupo con los adultos. Pero, sin tener en cuenta eso, ¿para qué mataron a Chanquete? ¿Es que se murió el actor? ¿No tenían nada más que contar? ¿Se les acabaron las historias y las tramas? Esos guionistas, ni habían leído a los Cinco o Enid Blyton en general, o no tuvieron infancia. La muerte de Chanquete fue y sigue siendo innecesaria.
En tiempos más modernos, seguimos igual. Si ustedes se cargan al protagonista o al favorito del público, simplemente se debe a que la película es excesivamente larga. O carecen de imaginación; haberse hecho ingenieros entonces. Ya sabemos de la mortalidad y del dolor, es evidente que un día le van a pillar (o no), que le van a meter en la cárcel, se divorciará de su mujer. La vida es así. Los títulos de crédito un segundo antes de que todo se desmorone, por favor. No pido más Lo que para mí es intolerable es la muerte de los niños, o su sufrimiento, ya sea en un texto o en pantalla. Denota un morbo solo atribuible a la falta de imaginación. Cierro y apago. .
Hay que aprender de los maestros. ¿Cómo es el final de "Dos hombres y un destino"? ¿Se ven en algún momento los cuerpos tendidos en la arena de Butch y su compañero, acribillados? No. La imagen final es una de esperanza, de confianza, de insensatez, de disfrute y estrujamiento de la vida. Robert y Paul, Paul y Robert confían en que van a poder salir de ésta, como siempre han hecho. Salen del edificio, con las armas en ristre, disparando a diestro y siniestro en medio de una balacera que reciben sin piedad. ¿Qué la palman? Está claro. ¿Y? ¿Qué necesidad hay de mostrar sus jóvenes cuerpos ensangrentados? Tienen que morir, está claro. Pero no hace falta decirlo. Acaba la peli y te vas a casa en paz.
Pero es que ya con esto de las plataformas hay que tener muchísimo cuidado, porque cualquiera puede hacer una película, y, sobre todo, una serie, y colgarla en Netflix, Movistar, Prime o lo que se le antoje. Ahí la basura se acumula más fácilmente que en tu papelera de reciclaje. Si la pandemia ha dejado a mucha gente sin ganas de salir, o les ha inyectado una inercia de aislamiento, no es de extrañar que dejen pasar sus días adheridos a la ficción. Y con estos mimbres, ya es de imaginar los cestos que saldrán. Reivindico la alegría.
A la gente le gusta la tragedia y el regodeo en la miseria.Mira la ley de la memoria histórica.Rn un país que el 69 porciento de las familias ,no reclaman los restos de sus familiares a los 10 años del fallecimiento en las sepulturas temporales,estamos con los muertos de hace 85 años
ResponderEliminarMuy bueno Maria. Reivindico la alegría contigo!!
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