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21/11/2022

EL VIAJE

El viaje en solitario en avión tiene un punto crítico, que es la asignación de asiento. No tanto importa el asiento propio, como el del vecino. Uno debe decidir a veces entre pasillo y ventanilla.  Nunca en medio. Eso te toca. La decisión, desde mi punto de vista, depende de la duración del vuelo. Si corto, ventanilla.  Si largo, pasillo. Por necesidades fisiológicas. Prefiero no molestar.
Una vez en tu asiento, por muy buen libro que lleve uno, por mucho que deba aprovechar el viaje sea para el descanso, sea para el trabajo; es importante el vecino y a la vez compañero de viaje. La proximidad, que afecta a todos los sentidos, provoca, a veces, el rechazo por preservar la intimidad. Por eso, hasta que no llega el compañero hay una suerte de tensión disimulada. De reojo se observa la fisionomía, el tamaño es importante, los flacos son siempre bienvenidos. El colmo es viajar en clases preferentes, donde por muy bien equipado que sea el vuelo, si no hay contacto, lo que seguro que se comparten son sonidos, y en 12 o 14 horas de viaje por mucho que uno se haga el muerto, los ruidos son parte de la intimidad más íntima. 

La suerte o desgracia puede colocar a una divina, que viaja con mallas y zapatillas de deporte, calcetines calentadores; embutida en sudadera a juego y chaleco michelín de lorza estrecha. Se sienta, infla una "u" que le sirve de almohada y sujeta su cuello. Gafas de sol que se retira para colocarse un antifaz opaco, gorra de béisbol sobre coleta prieta, visera caída sobre el rostro. Antes del cierre de puertas ya está disfrazada.

Te puede tocar la parejita que no para de toser. Y tú, sin ser paranoico de la mascarilla, te revuelves en tu asiento. Porque la parejita no para de pedir cosas desde antes que se cierren las puertas. Que si agua, un caramelo, que no me pasa la carraspera. Y llevan, además, un surtido de galletas, bocatas, picos ¡Hasta aceitunas!, en una bolsita. Son muy ecológicos.  Todo lo guardan, todo lo envuelven. Se ofrecen cariñosos uno al otro viandas. Comparten auriculares entre tanto para ver una peli. Y la mascarilla, él por debajo de la barbilla, ella colgando de una oreja. Entre los sorbitos a la botella,  ahora me como un caramelo, ahora un bocata de jamón, no les da tiempo a ponérsela. Tanta tos llama la atención de la fila de delante, de la de atrás y de medio avión. Que no se les pasa. Y no se tapan. Eso sí, los azafatos llevan puestos los ojos de no ver. Han pasado 50 veces a su lado y no han dicho esta boca es mía. 

Te puede tocar un viaje de mayores, muy mayores. Ya apuntarse un viaje al inserso es vivir la senectud sin complejos y aceptar y aprovechar lo que la edad supone de ventaja. Ellos vuelan con la energía y puntualidad de la primera vez. Muchos han empezado a volar en esa etapa de canas y calvicie. Ligeros de equipaje y cargados de historias que no llegan a destino porque en la espera ya las han compartido con conocidos y extraños.  Poco les importa el dónde van. Es la aventura.  Es el alojamiento. Son los paseos. Si tendrán la fuerza y los zapatos adecuados. Las escaleras y las medicinas que llevan preparadas. El idioma tanto les da. No tienen edad de preocuparse, ya se harán entender.  Les inquieta cómo quedan los hijos y los nietos.  ¿Se apañarán sin ellos? Da gusto un viaje con un equipo veterano. Son la mejor compañía. Los que se quejan no viajan, lo hacen los entusiastas. Que les da todo lo mismo. Con igual atención visitan Berlín que Amman. Van en primavera a las playas de levante y en otoño a Canarias. Cambio de maleta.

Lo que casi nunca toca, como compañero,  es el amor de tu vida. A veces sí. Antes, que en los mostradores se controlaba la situación,  ya lo imaginó David Lodge en el "Mundo es un pañuelo", hacer parejitas en los vuelos transoceánicos y a ver qué pasaba. El mundo que imaginaba D. L. era siempre divertido, ya fuera manta o pañuelo, terapia o confesión.  Pero eso es harina de otro costal, el humor inglés que hacía saltar los puntos de las heridas de mi padre, convaleciente y pasándolo bomba con la lectura. 




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