Yo tengo una relación peculiar con el idioma francés. Mira que padre
intentó enseñarnos siempre relativizar su dificultad. Con eso de “se entiende
todo” (no te fastidia, eso lo dice la gente, como él, que sabe un idioma, que lo estudió
en el cole, además de lo requetelisto que era), “es igual que el español”.
Mucho Moustaki (Giuseppe Mustacchi, que por cierto se cambió el nombre
por admiración a Brassens. Como Bob Dylan); mucho Le Métèque, Ma solitude,
Il y avait un jardin. Padre llamaba al coche “La voiture”, como para
familiarizarnos y si había atasco decía “Allez!...! y algo más que no
recuerdo. Era habitual la presncia de su amigo “Guy de Molen”, un forestal barbudo como él y como Moustaki,
con el que supuestamente hablaba de la Procesionaria delante de nosotras. Podrían
haber hablado de cualquier cosa. Para el caso.
Pero no, nunca aprendí francés: Me he perdido a la Piaf, con su vida en
rosa y su nada de nada; a Brassens con su mala reputación, (la interpretación de Paco Ibáñez la llevo en el corazón y con ella cada
12 de octubre justifico mi no asistencia al desfile) Me he perdido a Charles
Aznavour y su La bohème. Soy consciente de mis lagunas culturales e historicas, muchas. A Françoise Hardy con su Voilá
y otros Voilá que han venido después, que me han hecho llorar y emocionarme a
partes iguales sin entender ni jota de la letra. Me sobra imaginación. Y es que
el idioma francés es poesía, especialmente para los que no entendemos nada. Que
no creo que estén siempre hablando de amor los franchutes o susurrando emociones.
Ese Je Vole que fue la despedida de alguien muy querido por mí. Aunque
la letra no dice exactamente adiós; es sí, un adiós, pero de otra forma, más
hasta luego, es un crecimiento personal, una llegada a la madurez. No me puedo
emocionar con la Marsellesa como lo hago con el himno de Italia. Envidio, eso
sí, ese texto que hace al francés llevarse la mano al pecho con fuerza y
lágrimas en los ojos y cantar cual tenor. Sea futbolista o presidente de la República. Tanto da.
Pero a cambio, he sido y soy muy amiga de mis primos, gran parte de ellos,
a la sazón, alumnos del Liceo Francés. De ahí me vienen grandes amistades y
algún amor liceano. Alguno. Y mucha pasión por muchos de ellos. Mucho cariño,
mucha lealtad, mucho pasado y espero que mucho futuro, juntos. Muchas historias, mucha
vida. Compañeros algunos de estudios y de fatigas. Gracias a mis amigos del
Liceo terminé mis estudios. Pero no por sus apuntes o porque me dejaran copiar,
si no porque organizábamos conciertos los fines de semana en la Escuela, en esa
época tan divertida y tan difícil para algunos que fueron los ochenta. Los
fines de semana venían los Nikis, La Frontera, El Aviador Dro y sus obreros
especializados, La Mode, Los Secretos, Mario Tenia y los solitarios. Depeche
Mode, en única sesión. Ataque de Kaspa, los Vegetales, Alaska, Paraíso, Nacha
Pop. Y si no venían a tocar, venían a ver a otros. Así acabamos la carrera, con
mucha banda. Y pasándolo muy bien. Me he ido por ramas como cuando a alguien le
preguntas si le gustan las flores y te contesta: “sí, me gustan las rosas, las
lilas, quitameriendas, edelweiss, las petunias, los hibiscos, las azaleas, los
crisantemos-bueno, que son de muerto-….” ¡Qué mala es la edad, que haces lo que
antes criticabas. El caso es que unos difíciles estudios se volvieron alegres y llenos de color gracias a los liceanos y a la Movida Madrileña.
Ahora bien, además de todo lo bueno, ya he aguantado cantidades ingentes de “es que se me va al francés” tan
manido cuando en la reunión hay mucho endomorfismo liceano. Si la endogamia es
excesiva es muy frecuente ¡Cómo echo de menos a algún novio externo, de una liceana, con el que
compartía estos pensamientos, esta sensación de suplente, de adlátere, que nos
embargaba con frecuencia a los satélites . Nos vanagloriábamos de, sin ser del
Liceo, que en ocasiones nos dejaran llevarles la cartera y en su caso ir dos
pasos por detrás del grupo, cual ciudadanos de segunda que éramos. Me he tragado
mucho eso de Silence méditatif. Mucho zéro (segó), Pabló. Que si
un nueve es un suspenso. Ya sé que puntuáis sobre 20, espabila, divide tú por
dos, ¡multiplícate por cero!, que estamos en España y aquí el top, la excelencia es el 10. Basta
ya de tanta tontería y tanto obrero parao, ¡hombre!
Con sus "oh, la, la"... Euh, Bah, sa va, mais y un montón de muletillas y silencios, ellos mismos demuestran lo difícil que es hablar su idioma. Esos gestos exagerados con las manos indican claramente que no encuentran la palabra. Ramilletes de monosílabos dispersos en el diálogo lo hacen aún más inaccesible. Esto se suma a la falta de premio y ánimo al aprendiz, que nunca dice nada bien. Porque no hemos hablado de los números. Que cambian de base antes de llegar al cien. MON DIEU.
He llegado a mi tope con los nombres. Que si Françoise (fʁɑ̃swaz) o François
(fʁɑ̃swa).
Que uno es nombre de chica y el otro de chico. ¡Cuidado! Se acabó. A partir ahora
si es ella es Paca, (Paquita, si muy familiar), Francisco o Paco. Se siente. He
tenido yo una abuela Paquita, a mucha honra.