Estamos aquí de paso, es
por eso que la ambición, la codicia, el deseo desenfrenado de enriquecerse, de
multiplicar fortuna; la esencia hedonista que sin pudor lucimos, siendo como es
anecdótica nuestra propia existencia, resulta casi extravagante. La
insignificancia que supone la vida de un hombre a escala global es un tema que
no queremos debatir. Ni siquiera asuntos que parecen importantes, como las
grandes discusiones internacionales, de cualquier categoría; el calentamiento
global, como si este globito le importara al universo entero, ni siquiera el
cambio climático o la destrucción completa del planeta Tierra alteraría un
ápice el equilibrio completo del ancho espacio más allá de nuestra atmósfera.
Es una burla a las
dimensiones del universo esta pretensión nuestra de inmortalidad. Es una
pedorreta a la galaxia. ¡Ea! Porque la vida es solo ese rato que pasa entre el
nacimiento y la muerte. Y a pesar de saberlo, a pesar de ser un dato no oculto,
que no depende de la información a la que se tiene acceso, que no depende del
rango social, de la condición, sexo, raza; que nos morimos, aunque parezca
mentira, eso lo sabemos todos desde ese instante primero en que adquirimos
consciencia de estar vivos, a pesar de todo, nos ponemos de lado como estampas denunciado jeroglífico y seguimos súper ocupados y liadísimos, cargados de egoísmo. Entonces ¿por qué? Somos la raza que domina al
resto de las razas, animales y plantas están por debajo de nuestro yugo y
decisión. Decide el hombre cuál es la especie en extinción a proteger para
poder ser esquilmada cuando la reproducción sea suficiente. Se establecen modas
alimenticias y se marcan tendencias en todos los aspectos de la vida humana con
unos hilos que vete tú a saber quién maneja. Y de esa forma, ahora es bueno el
pescado azul, ahora el AOVE (paleto en innecesario acrónimo para el buen aceite),
salva tu juventud sin comer carne roja, duerme de lado, boca arriba, corre 20
minutos diarios, no lo hagas, nada, baila. Sucesiones de según. Según los
intereses se va a por un camino u otro.
Se cree el hombre que en
este tinglado que es el universo, es único y está por encima de todo, que es el
mejor. Sí. Lo cree. Y es propio de cada uno de los mortales, por mucho y
profundo que sea su nivel de reflexión. “Yo
me hago preguntas. No quiero respuestas inmediatas”. Dice ese ser que tu y yo trajimos al mundo y que cada día me da más de lo que yo pude darle nunca. Estoy en
deuda con ella desde hace años.
La transcendencia es lo que al cabo nos trae de coronilla. Lo transcendente. Y es que no somos transcendentes, ni importantes, ni valiosos, ni eminentes, ni esenciales, ni imprescindibles, no. Ninguno de nosotros. No somos más que una minúscula mota que se desvanece al cabo de los años y del que con suerte algunos tienen recuerdo. Pervive en la memoria de los supervivientes, que le hablan, le evocan y le traen a su presente. Mientras tanto, el sentido de la vida sólo puede ser el amor, que no se toca, que no suma, que es generoso, que no se compra, que no entiende de egoísmo. Y por eso es tan difícil para algunos seguir adelante. Yo misma tengo la suerte de haber disfrutado del amor, eso sentí. Para mí fue el amor verdadero, porque yo quise de verdad, quise tanto que sigo queriendo. Eso que dicen que hay que querer hasta que duela, yo no lo veía así. Pero sí duele. Mucho. Y sigo queriéndote. Ahora el amor maternal, fraternal y la amistad, dan sentido a este lapso entre nacer y morir que es mi vida. Tengo que dar las gracias a mucha gente muy buena que me aguanta. Soy consciente de mi suerte. Y los ángeles de la guarda que me custodian.
Estoy muy de acuerdo contigo. Te quiero mil, maestra. El amor es la única "herramienta" al alcance de todos para transcender solo a unos pocos. Pero qué pocos, ¡qué suerte he tenido contigo!
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