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21/08/2021

VIVO DE CINE. ME PIDO COPI

El tiempo que me queda libre, si me es posible, lo dedico a elegir en qué serie quiero vivir. Si el objetivo es elegir una vida, prefiero éstas a las películas porque duran más, las pelis cambian cada día. Te da tiempo a entretenerte en distinguir mejor los rasgos particulares de los personajes. En una película, claro, cambiaría a diario de personaje, y no es fácil, requiere un esfuerzo de adaptación. Y eso que casi siempre elijo patrones parecidos. Pero siempre hay matices, detalles a trabajar. Debo mudar mi manera de enfrentarme a problemas si soy policía en acción o detective privado, o la mujer del presidente del país más poderoso del mundo. O una pobre anciana disfrazada que vive en los suburbios de Londres.

A veces me identifico, otras me enamoro, en ocasiones (en ocasiones veo muertos), en ocasiones reconozco a gente a la que quiero. También hago amigos televisivos. La Rosa Purpura del Cairo se queda corta frente a mi grado de involucración en la pantalla, aunque no veo que se altere el guion con mi presencia. Soy invisible, como en la vida real.

En mi afán de participación, me cuelo en el quirófano y doy apoyo logístico, ¡bisturí!, bisturí, ¡pinzas!, pinzas, y así, obediente. También me gustan las labores de vigilancia nocturna para pillar a los malos, metida en un coche, normalmente me apropio del asiento de atrás, los delanteros están ocupados por los protagonistas; fumando y con un enorme café, dejo que pase el rato hasta que el sospechoso sale por fin de su escondite. Esto suele ocurrir cuando estamos dando una cabezada. Por cierto, siempre me ha escamado el asunto de que los polis que vigilan medio escondidos, fumen; porque les delata el humo, como a los indios, y el fuego antes de la primera calada. Da igual. Me siento en esas tertulias familiares, leo cuentos a los niños, recorro el monte en busca de pruebas. Corro alrededor de un lago, sudando a la gota gorda pero estupenda, ligera cual corzo. Me siento en mesas enormes llenas de comida traída por mensajeros que atraviesan la gran manzana en bicicleta (eso sí que me parece ciencia ficción). Lo que no me gusta es que siempre sobra todo. No soporto el mogollón que piden y que se tire la comida. Salgo a tomar cervezas después de trabajar. Para eso lo mejor es ir con los ingleses, pero me tienen frita con lo de no tomar aperitivo. No hay un maldito pub, ya sea en Aberystwyth o en Leicester, Aberdeen o cualquier ciudad británica, todo tipo de birras, pero ni unas patatas. ¡Y qué capacidad de beber!, esas pintas enormes que se calientan por muy rápido que beban. Eso sí que no lo aguanto. He aprendido a pedir la Lager fría del congelador. Me hago entender. Por no hablar de los pelotazos que se meten entre pecho y espalda antes de empezar con el cervezón. No existe el concepto caña ni cañita. Es beber por beber. No se trata de pasar un buen rato, a esa velocidad de crucero no me extraña que cierren los bares pronto. Ahora está de moda, más fino, en la ficción, tomarse un vino. Tinto al llegar a casa, más elegante. Cuanto más poderío tiene el que se sirve la copa, mayor el tamaño. Tampoco saca unas aceitunitas para ese blanco, un queso y unos picos para el tinto o una “mihita” de jamón. Se lo beben a pelo. Y solos. Eso tampoco, ni en soledad ni sin unas patatas bebo yo. Ni triste. Nunca bebas si estás triste.

No elijo protagonistas enamorados. No. Me enamorisco platónicamente de tanto en tanto. Lo cierto es que para el amor prefiero la vida real, incluso en el barbecho. Me suelen fascinar los personajes más o menos solitarios. Esos que parecen autosuficientes, pero que en realidad piden ayuda a gritos. Me hago grande cuando me doy cuenta hacia donde va su trayectoria, su evolución. Me gustan los que son ingeniosos, que tienen sentido del humor y son listos y buenos. No pido nada casi. Muy al final encuentran el amor. Pero es que no quiero hacerme ilusiones. Además, se encienden las luces con el beso que sella el amor verdadero. Y yo quisiera ver qué pasa después. Para tragedias ya tenemos a Romeo y Julieta, lo felices que hubieran sido con un poco de paciencia. Es que ese Guillermo se las traía con sus tramas, ¡menudo! Dejó atado y bien atado el mundo real, con sus desiertos y sus vergeles, pasiones y desdichas, amores prohibidos.

Lo bueno del cine, o de las series, es que disfrutas de una visión global, controlas lo que ocurre en todos los escenarios. Adquieres un súper poder al ser espectador que te da derecho a una visión de conjunto. Sabes lo que piensan o hacen todos los participantes en la trama. Eso en la vida ocurre poco. Muchas veces lo más importante pasa delante de tus narices, desapercibido. Esos trenes que no ves. Lo importante te pilla nadando, haciendo un recado o enfadado quizá. Eso en las pelis no pasa. No señor. No suelen los buenos caer en trampas inexplicables, se dan cuenta en el último minuto, puedes seguir mirando que no pasa nada. Eso me decía a mi alguien muy real e importante. "Es una peli ". Todo va a salir bien. Quiero ese mensaje para la vida. Todo va a salir bien. A veces da la impresión de que se va a ir todo al traste, que se fastidia, que no llega a tiempo la policía, el médico. O el enamorado se declara cuando ya ella se ha comprometido. Siempre sale bien. En el cine todo vale. No es como la vida, que se tuerce a veces sin que lo veas venir.

Así, en el tiempo que me queda libre, vivo de cine.

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