Seguidores

12/08/2021

LA ALTURA ESTÁ SOBREVALORADA

La madre de mi amiga Teresa siempre le decía a su hija, 'hay que ver tu amiga María lo alta que es, qué bien'. Para


ella la altura era en sí una virtud. Como si ser alta fuera una especie de Don, un escudo antimisiles, como si ser alta fuera sinónimo de tener una dote, de haber traído, no un pan debajo del brazo, sino la boutique del pan del mismísimo Corte Inglés, o Sánchez Romero, un suponer, baguettes parisinas. Como si la altura imbuyese dignidad, inteligencia, hiciera al poseedor merecedor de respeto, objeto del deseo o del amor. Querible, al cabo.

Según mi ucraniana favorita, ser alta está sobrevalorado; estoy de acuerdo. Yo, que soy alta; yo, que soy de una familia de altos y muy altos, sé bien de lo que hablo. Yo me casé con un chico alto, guapo y bueno. Siempre supe y abanderé, que más bueno y grande, muy grande, que guapo, y eso que era un rato guapo. Hasta llevé tacones el día de mi boda, encantada, feliz. No por los tacones, porque sí. Casarte con el hombre de tu vida es lo mejor que a uno puede pasarle. Hablando de altos, un día vi a Romay salir de un seiscientos. Sí, cabía. Le había quitado el asiento. Conducía sentado atrás. Literal. La altura no se elige. La altura te sorprende como los granos, el acné y otros cambios en la fisonomía, en plena adolescencia efervescente. Uno da el famoso estirón mientras otro espera darlo y empieza a mirar hacia arriba. Hay quien parece no acabar nunca de estirarse. Cambia de talla entre estaciones. Cuando murieron mis abuelos, en Segovia, íbamos los primos y tíos juntos, al mismo paso lento de luto, casi pegados, de San Miguel al Jai, también conocido como la Concha, atravesando la plaza. Éramos muchos, de oscuro vestidos. Llovía, apretados bajo los paraguas. Llorábamos los llorones. Todos tristes. Del brazo, de la mano, recorriendo nuestra pena por los adoquines, despidiéndonos. Los segovianos nos miraban intrigados. ¿De quién son? Se intercambiaban gestos, se comunicaban por señas. 'Son un equipo de baloncesto', concluyeron satisfechos. Nos sacaron una sonrisa. Somos altos porque nos ha tocado. No hay más. No tiene mérito. El azar, una proteína o vete tú a saber qué, hizo crecer a mi bisabuelo Claudio después de librarse del mili por bajito. Venía de Abades. A él le debo una parte genética de mi estatura. El guapo debe mantenerse, se cuida, se atusa, se viste, se peina se peina y quiere ser reina. El que está gordo o flaco, depende de sí mismo, tiene margen de maniobra. Pero el alto es alto y punto. No puede hacer nada ni para mantener sus dimensiones ni para cambiarlas. Sin pena ni gloria pasea la envergadura que le ha tocado. 

Por todo eso, la altura está sobrevalorada. Además, ésta tiene sus inconvenientes, a los altos nos preguntan siempre en clase, si estamos en medio de un lío somos elegidos responsables, porque somos a los primeros que ven. Si en el patio hay follón, el culpable es el alto desgarbado. Si hay pelea o discusión, el alto debe responder por los demás. Se nos nota todo, no podemos ponernos en primera línea ni en la cabalgata de Reyes ni en los conciertos, porque los de atrás no ven, aunque hayamos llegado primero. En el cine siempre molestamos, se escoran los de atrás desesperados. Por no hablar de los aviones, nunca nos caben las piernas. ¿A quién hay que conocer para que te den salida de emergencia?. Nos ponen en última fila en cuanto tienen oportunidad, aunque seamos miopes. No aprendemos a bailar, las chicas porque crecemos  antes, y en esa edad confusa les da vergüenza  a ellos que les saquemos una cabeza. Nos situamos en la parte baja de las cuestas. Si hay bordillo, bajamos a la calzada, a no ser que gentiles, nos cedan la acera. Nos quedamos sentadas en los guateques. Se espera mucho de un alto y a veces somos unos pánfilos. Nos suele acompañar la torpeza, la falta de agilidad y control de hasta dónde llegamos con nuestras extremidades, que a veces nos sorprende a nosotros mismos. Somos los que al pasar al lado de una mesa puesta provocamos que el anfitrión brinque a sujetar las copas para salvarlas. En casa ajena nos nos vemos la cara en el espejo, al lavarnos nos agachamos algo más de lo que estamos acostumbrados, la sorpresa llega al levantar la cara. Solo te ves hasta los hombros.En fin. Un lujo. Eso sí, pídeme lo que quieras del estante de arriba, que llego, o ya me las arreglaré. 


5 comentarios:

  1. De mi tío Pepe:Acabo de leer que Maria Leptin, la nueva presidenta del Consejo Europeo de Investigación, no pudo ser bailarina profesional por ser demasiado alta, y tuvo que dedicarse a la investigación. Pobre, mírala: ahora ha tenido que asumir la presidencia del ERC

    ResponderEliminar
  2. Me gusta Montoya, percepción distinta a mi pequeña arquitectura

    ResponderEliminar