s hora, dando un sorbito a un gin tonic. Sentada. Ese es el encuadre, dentro estaba Lola, Lola y Antonio, Lola y sus hijos, Lola y sus hermanos, Lola y las niñas de la farmacia, Lola y sus nietos.
Me impresionó Doña Lola por lo que vi detrás de esa tapa de maquillaje perfecto; de esa casa de alfombras sedimentarias, salones de paso y de Navidad, lámparas de lágrimas, muebles de estilo. Fiestas y cubertería de plata, el cuartito. Doña Lola sin arrugas por dentro y por fuera todo lo tersa y derecha que podía, doña Lola tenía una finísima juerga interior, un humor que utilizaba especialmente para reírse de sí misma, como las personas inteligentes, sin importarle un comino. Doña Lola era una mujer muy seria y con un corazón muy noble. Ella se mantuvo fiel a su criterio y a su espíritu, y fue esposa y madre y abuela por encima de todo. Coriana y farmacéutica. ¿Pensarían sus padres que el bellezón no se iba a casar? No creo. Estudió lo que estudiaban las chicas, farmacia, para comprarse una o porque la tenía. Eso no me lo sé. A ella no le chistaba nadie. Ni se le tomaba el pelo ¡buena era!
A doña Lola le daban lo mismo muchas cosas. Pero siendo como era de Coria, Cáceres, las tonterías le parecían eso, tonterías. Se fue adaptando a los tiempos con una mezcla de sorpresa y juerga. Sin presumir jamás de inteligencia pasó a veces desapercibida, haciendo lo que le daba la gana. Recuerdo la anécdota de la amiga a la que iban a operar de tiroides. Con su acento extremeño, relató en una conversación familiar el evento. Dijo "tiroide", a lo que el hijo pequeño, apodado por Antonio padre "dos puntos, la diferencia", señaló "des", doña Lola no entendía. Repitió la frase. Y el hijo volvió a interrupirla. "Des", insistía el corrector. "¿Destiroide?" Frunció el ceño doña Lola. Las risas se oyeron en Tombuctú. Así era. Y ella tan pancha. A pesar de su encorsetada apariencia, era divertida y muy cariñosa y muy leal. Ajena a las deslealtades de otros. Ajena del todo, casi daba la impresión de ser espectadora de sucesos que ocurrían en una dimensión distinta a en la que ella vivía. Sin embargo no perdía ripio jamás, aunque pareciera despistada o pendiente de temas menores. Sutil en sus comentarios, prudente y divertida y cariñosa. Se dejó querer y quiso. Se portó siempre según sus propios códigos de conducta. De ética y estética impecable, doña Lola, Lola, con su pitillo y su gintónic, apenas tocaba la copa por no estropear su maquillaje, igual la boquilla del cigarro. Aguantó carros y carretas en segunda fila, pero siempre protagonista.
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