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22/07/2020

DENTRO DE POCO NOS COGE CUÉNTAME

“Cuéntame cómo pasó”, para quien no lo sepa, es una serie española que empezó a emitirse hace mil años, en 2001. Está durando más que el pimentón. El argumento arranca allá por el 68. En 1968 tú eras un bebé. Yo cuando oigo “Cuéntame” siempre me sale con música. Cuéntame cómo te ha ido, en tu viajar por ese mundo de amor, volverás dije aquel día, nada tenía y te fuiste de mí. Háblame de lo que has encontrado, en tu largo caminar. Cuéntame cómo te ha ido, si has conocido la felicidad, cuéntame…La letra no tiene desperdicio. ¡Qué rimas! ¡Qué cadencia! ¡Esa manera de encajar un verso con el otro! No me extraña que le hayan quitado parte del título a la serie, ahora es “Cuéntame”, a secas. Se identifica más con Formula V. Pelo largo y flequillo a finales de los 60 en España. Unos mini Beatles a la española. Ellos sí que fueron una revolución, y no la movida madrileña. ¡Qué letras!

Al final de los 60 empieza la serie, cuando nace la canción. Sin hacer spoiler, porque confieso que no soy adicta, podemos recorrerla. En serio, no soy adicta. No. No es que vea sesudos documentales. Me encantaría, pero tienen en mí un efecto somnífero que ninguna medicación consigue. Ya, ahora resulta que nadie ve "Cuéntame", por eso sigue en antena. Por si las moscas. Que no. O sea, Imanol y Ana Duato ya forman parte de la rutina de muchos hogares. "Hoy tengo que terminar pronto de estudiar que hay Cuéntame". Televisión en familia. Son vidas más o menos como otras, padres y madres, abuelos, amigos, ruinas, negocios que prosperan, infidelidades, amor. Han pasado de Duralex al metacrilato, del pisito en Moratalaz al chalet en Boadilla. Un suponer. De la clandestinidad al éxito. Del blanco y negro al mando a distancia. Del 600 abarrotado, la baca petada de maletas y un par de bicicletas atadas con pulpos, al coche automático y viajar en AVE.

El caso, los personajes han crecido con la serie, acelerando un poco la cinta. A uno le ha salido barba, otra se ha embarazado, clarea las cocorotas y las canas abundan. Han pasado la adolescencia, la edad del pavo, crisis de los 40 y los 50, en vivo y en directo. Quizá su éxito se deba a la normalidad, que hace más fácil al espectador identificarse.

Se están quedando sin argumentos. La última temporada se centró en los 90. Dentro de nada nos pasan. En 20 años han hecho 50 y ya no les queda nada para llegar al presente. ¿Y si se convierte en un Gran Hermano? Sería un giro espectacular. Es la única solución. Eso o la cámara lenta. En cuatro capítulos abdica el rey y viene el coronavirus. A este paso van a tener que inventarse la historia. Sacan la vacuna, cualquier cosa. ¡Vete a saber si aciertan!  

19/07/2020

LA VERDAD OS HARÁ LIBRES o NO VALE MENTIR

Mi padre me dijo un día: más vale una vez rojo que ciento amarillo. La mentira es como el limón. Los hay de tipos y tamaños distintos, pero todos provocan el mismo efecto. Anulan el sabor, ocultan la podredumbre. Esconden el mal olor de lo corrupto,  de lo envenenado. La verdad es única. Y además es necesaria. Además, la verdad, aunque no caduca, cuando llega tarde ya no es lo mismo. No sirve. No es un alivio que sobre el entendimiento. Es la puerta en realidad de la traición. Las propiedades curativas de la verdad se disuelven cuando arriba con retardo. Porque la verdad es necesaria en continuo. En directo. A posteriori es una tirita usada, un vendaje sucio. Es reconocer que al acuerdo que no había perdido el juicio. Las mentiras piadosas no son más que cobardes eufemismos para etiquetar el egoísmo y la cobardía. Hay estratos en lo falso, escalafones el termómetro de la gravedad del bulo. No hablo de culpa.  Hablo de la verdad objetiva.
El ejemplo peor del embuste es aquel que se produce por omisión, en cuanto a lo público me refiero. En lo personal cada uno lleva su yugo. Porque si mientes y te curras la excusa, es malo, pero al menos le has dado una pensada. Le has dado a la cabeza. Tienes un motivo y anulas incluso tu integridad por inventar algo que te protege o crees que protege al otro. O para cubrirte. Pero al cabo has hecho un esfuerzo, por pequeño que sea. Aunque sea para cubrirte. Que está mal. Fatal. Es que las bolas son horribles. Horrible. En lo público fue el 11 de septiembre. Esa imagen fija de las torres ardiendo durante horas en todas las pantallas fue el enésimo atentado a la libertad que se produjo ese día. Y el video de los aviones chocando, primero uno, después el otro. Y el derrumbe. Vimos también el avión que se estrelló contra el pentágono. Debió filtrarse sin querer esa comunicación. Después se censuró.
La verdad es única. Y únicos son los muertos. Únicos en Madrid, en Navacerrada, en La Antilla y en Segovia, en Valladolid y en Vigo, en Cigales y en Granada, en Córdoba, en Zújar son únicos. No es que no se sepa, se tiene que saber. Porque cada uno tiene un nombre y una familia. Cada muerto es nuestro, es de quien lo ha perdido. No están sepultados bajo la lava ni calcinados en un incendio. Enfermaron, su situación se agravó y murieron. Hubo un montón de médicos cuidándoles y dando su vida y su pasión por salvarles. Esos médicos de vocación, no de 14 necesariamente. A quien se le ocurrió convertir la medicina en una carrera de obstáculos. Si es importante la pasión en la vida, en la medicina es indispensable. Esos brillantísimos expedientes que estudiaron medicina porque les daba la nota, habrán reflexionado estos meses. Y debemos pensar también en los que no tuvieron nota bastante pero sí vocación y se quedaron en el camino. Quizá sea momento de hacerles hueco.

Igualmente tenemos que saber qué ha pasado en los hospitales, no quiero ver más miedo sin compartir en los ojos de mi hermana por lo que ha visto y no se atreve a contar. No quiero que mi amiga, que ha buceado en el dolor del diagnóstico y pulmones encharcados, se debata sin poder dormir. Hay que hacer público lo que ha ocurrido. Hay que contarlo todo. Solo así podremos superarlo. Sin ser morbosos, solo contando la verdad. Las medias verdades son falacias a la postre. Se hace bola. Y ya nada vuelve a ser lo mismo. 

17/07/2020

YO ME CREO LAS PELIS

Será que tengo poca vida interior. Será. Pero yo las pelis, me las creo. Las vivo como la vida misma. Tengo miedo cuando toca, lloro como si fueran hechos que pertenecen a mi realidad. Y me río con ganas. "Que es una película cari", "mamá no llores", o "¿estás llorando?", me adivinan los caros antes de que alcance a secarme las lágrimas que no puedo contener. "Hija, que es una peli". Todas frases que he oído agradecida de mano de los que más me han querido o aún me quieren. A veces con un poquito de tomadura de pelo, que agradezco con retardo. Pero yo lloré cuando se murió Chanquete y en "Los Intocables" cuando mataron a Jim Malone, a la sazón el bueno del escocés, Sean Connery. No es que llorara, es que sentí su muerte, me dolió la traición. Pero de verdad, la caja de cerillas. La maldad resumida. La vuelvo a ver y confío en que esta vez no muera. Me creo los personajes. No confundo con el actor. Porque luego veo a súper Sean en otra peli y no es que piense “¡que hace este aquí, si se había muerto en los intocables! No es eso. Son independiente los personajes del actor, las personas que deben ser fuera de la pantalla. Para mí son a quiénes interpretan. No me interesa su vida privada. Que no me cuenten que no son valientes mis héroes del celuloide. No me interesa su bondad o sensiblería, no quiero saber de su alcoholismo o sus debilidades. Es que no me interesa. Esa manía de hurgar en la vida privada para denostar a los demás, no la entiendo. No aporta nada. ¿A que si son unos fenómenos no se habla tanto de ellos? Pues si no tienes nada bueno que decir de los demás, no digas nada.

Será que no tengo vida propia. Pero cuando veo una película de miedo, paso miedo. Miedo de verdad. Miedo mío. Recuerdo “El silencio de los corderos”, especialmente retengo la cara de los que estaban en la fila de detrás. Yo no podía mirar la pantalla. Me aterrorizaba el malísimo Hannibal Caníbal. Lo veía como un hombre malo real. Ahora los chavales (y no tanto) le dan para adelante y para atrás a la maquinilla y el cine dura lo que se les antoje. Que no te gusta una escena, te la saltas. Que no la has entendido, para atrás. Pero antes, no hace tanto, pantalla grande, cola para entrar. Emoción intriga, dolor de barriga. Palomitas. Oscuridad y susurros. Y de pronto, te has metido en la peli que no, que no querías ver, mal asesorado. “No da miedo”. "Ni di miidi, ni di miidi". ¡Tu tía la del pueblo! De esas recomendaciones se aprende en quién no confiar para ir al cine. No es que no duerma después, es que no lo puedo ver. La verdad es que gracias a que me creo los personajes, he podido ver otras películas del enorme Anthony Hopkins, que de caníbal pasó a ser mayordomo sin solución de continuidad.
Por creerme las pelis me llegué a marear en una, “A través de los olivos”. Sesudísima película iraní que no conseguí entender. La acción se desarrollaba en la devastación provocada por un terremoto. Me perdí en los primeros minutos, donde se mostraba en pantalla cómo bajaba un coche por un camino imposible, lleno de baches e incomodidades, dando tumbos. Tanto me metí en la acción que me mareé, como me pasaba de pequeña en el coche cuando viajábamos al sur con la baca llena de bicicletas y maletas. A Tere no le gustaba que muriera el padre en "La vida es bella". No tan bella. Decía que ella había visto una versión en que no moría.  La entiendo. Eso sentí con "El niño del pijama de rayas". Mi hermana pequeña decía que en Único Testigo, si te quedas hasta el final, Harrison Ford se da la vuelta y vuelve con ella. Me quedo siempre. por si acaso.
Y ahora que está de moda que les pasen atrocidades a los niños y adolescentes. Imposible. No puedo. Imagino niños desangrados y violentados por la calle, raptados, en furgonetas oscuras, con las manos atadas a la espalda. De camino a un país en el que usarán sus órganos para venderlos en el mercado negro o les obligarán a drogarse, prostituirse. Les veo en harapos, enormes ojeras bajo la mirada perdida. Veo a nuestros hijos, a los niños que conozco, a la que fui un día. Me parece que es real. No imagino el maquillaje ni el atrezo, veo y siento el dolor. Es superior a mí. No soporto ver esas películas.
Y otra cosa que me ocurre es que cada vez que vuelvo a ver la película la siento igual. Como si me hubiera olvidado. Espero que cambie incluso alguna de las escenas. Que haya sido un error subsanable. Y así, en la famosa película de la cita en el Empire State, primero deseo ella llegue, me desespero cuando me doy cuenta de que el argumento no ha cambiado. Me angustio cuando por fin Nickie Ferrante encuentra a Terry McKay en ese apartamento en que yace y se va. Y no se da cuenta de que está paralitica, yo lo revivo. No puedo aguantar la impaciencia, hasta que entra en el otro cuarto y ve su propio cuadro. Es como si lo viera o viviera, más bien, por primera vez. Lloro porque ella no llega a la cita. Lloro porque él se enfada. Me olvido de la siguiente imagen. Lo paso fatal. Como la primera vez. Y así vivo, sintiéndolo todo mucho.

16/07/2020

LAS LINTERNITAS DE LAS SERIES

¿Os habéis dado cuenta de que en las series policíacas, los polis, investigadores, los buenos al cabo, siempre llevan una linterna enana? Da mucha luz, tanto en intensidad como en alcance, sí, pero es diminuta. Parece de juguete. Cuando entran en los lugares sospechosos de ubicar delito, o donde están los malos, después de romper la puerta adecuadamente, avanzan hacia el interior siguiendo un protocolo. Pasa tu, se dicen uno al otro, adosados a los quicios laterales. Entran como un rayo, estiran y cruzan los brazos a la altura de las muñecas. Apoyando uno en otro. En una mano la linterna, en la otra, encima, el arma reglamentaria. Súper profesional. Es una imagen recurrente en las pelis de acción. Igual que cuando no pueden hablar y enguantados se señalan los ojos y luego abren los dedos indicando el número de adversarios a la vista. O algún otro tipo de señal que no me sé.

Por un lado, me preocupa seriamente el tamaño de la linterna que usan los policías. Se trata de un instrumento innecesariamente pequeño. Entiendo el problema del lastre, pero apuesto a que, comparado con el arma reglamentaria, se trata de peso pluma. Además, esos durísimos oficiales, que cargan con cinturones atiborrados de munición, granadas, gases lacrimógenos, pistolas y revólveres de  dimensiones y alcance vario, sin contar el chaleco antibalas, que ligero no será. Y esos chaquetones. Y a los antidisturbios añade el escudo, el casco, la porra. Seguro que pueden cargar con una linterna un poco más grande. Ahora hay materiales ligeros, aleaciones mágicas que hacen milagros con espesores diminutos y densidades mínimas. Las pilas ya no son esas de petaca que usábamos para hacer los trabajos de ciencias naturales sobre circuitos y que pesaban una tonelada. Ni son tamaño xxl, las hay livianas, o ni siquiera llevan pilas la linternas. Se alimentarán del sol o alguna otra energía. De verdad, no entiendo la necesidad de usar esas mini luminarias. Parecen hombres de la Edad Media entrando en una cueva con diminutos candiles. Les falta que se les apaguen en momentos críticos por un soplo de viento, como a Indiana. Indiana, Indiana.

Y por otra parte, me trastorna en particular que siempre esté oscuro el local, la casa a revisar. Sin ser un sótano necesariamente, ni un garaje. Ya sea de día o de noche. Allá donde hay un problema y entra el investigador al mando, se apaga la luz y se adentra el equipo en la boca del lobo. Si el argumento ocurre al amparo de la luna, bueno, excuso la linterna. Pero, una vez que estás dentro, enciende la luz alma de cántaro. ¡Que te van a dar un susto! Dirán ustedes que es por precaución, para evitar ser localizados. Me opongo. Es una pose. Está el interruptor ahí, a la vista de todos, y no encuentras motivo para que no lo den de una vez. Nada. Rayos de luz cruzados tejen el aire, mantienen el suspense y la agonía, van revelando la sorpresa que esconde el rincón. Lo peor es cuando la trama ocurre de día. Entran en una casa y de pronto todo está todo a oscuras. ¿Qué ha pasado? Es un perfecto hogar cordobés en verano, protegido del sol. ¡Abre las ventanas hombre! Pues no, dale con las linternitas. Claro, así se pegan unos sustos de miedo. Nunca mejor dicho. Normal.

15/07/2020

¿TU DONDE TE PONES LA MASCARILLA? CON PERDON

Desde que el doctor Simón y nuestro querido ministro astronauta la y se liaron para enseñar a unos niños a ponerse la hoy famosa mascarilla, han pasado muchos meses. Cuando veo a nuestro ministro aeronáutico le imagino en su salsa interviniendo en un capítulo de los maravillosos friquis de BIG BANG THEORY. Mucho más cómodo con Sheldom resolviendo sistemas de ecuaciones diferenciales imposibles, que en un plató contestando preguntas triviales.

El caso es que ahora la mascarilla es el pan nuestro. Para salir de casa mi padre nos recordaba las llaves varias veces. Una de las pocas rémoras de su infancia, o una historia transmitida por algún pariente, de alguien que recorría las ventanas y las puertas, comprobando cerrojos y contraventanas, retrasando hasta la exasperación cada salida. Todos sus recuerdos eran de alegría, para él: familia, infancia, padres, abuelos, primos, hermanos, eran sinónimo de felicidad. Su único lastre era el tema de las llaves, aunque él siempre estaba en casa al volver. Las llaves, el tabaco, el dinero, la cartera, los donuts y ahora la mascarilla. Encajada en nuestra agenda de rutina de rellenar bolsos y bolsillos de útiles variados. Ya no voy a hablar de tipos porque daría para escribir un libro. Es posible ir perfectamente conjuntado con esta prenda, que se ha convertido en un elemento más de nuestro atuendo y como tal lo consideramos. El uso del pintalabios va a caer en picado. Señores, no inviertan en gloss.

Otra cosa es ¿dónde te pones la mascarilla? Si sigues las instrucciones y tapas nariz y boca eres legal. Eso sí, te asfixias en este Madrid de julio, sumergido en los 45ºC. Hay mucho ortodoxo por ahí, con las orejas vencidas. ¡lo que me faltaba a mí! La casuística es variada sobre dónde y cómo ponerse la mascarilla. No lo achaques a ignorancia. Mascarilla reloj de pulsera es la opción más elemental. El modo “enganchada” al codo, no cuela como protección, pero es operativo; porque si la echas al bolso no hay quién la encuentre cuando la necesitas. O en el momento en que aparece la autoridad si eres de los paralegales. En el bolsillo de la chaqueta, caballero, cual pañuelo para ofrecer a una dama por si una lagrima se escapa de sus ojos de miel, está bien pensado y es elegante. Lo divertido es los que la llevan en la barbilla, no puedo más, me la quito un poco o así no se me ve la papada. O no puedo respirar y solo te tapas la boca. Quiero hablar o beber y solo te tapas la nariz. Pero lo que mola es la mascarilla visera, la mascarilla boina, la que tapa la calva para que no se queme si el sol aprieta. El recurso siempre hábil de sacar provecho. La mascarilla que se sube a modo de diadema, sujetando la melena, como se suben las gafas: Los glamurosos las de sol, a partir de cierta edad, las de ver de cerca. Ahora, la mascarilla. Dependiendo si se trata de la quirúrgica blanquiazul o las de diseño, de flores, tipo militar, con o sin bandera bordada, el efecto en las distintas e imaginativas posiciones es bien diferente.

Deberíamos preguntarnos cómo sobreviven los practicantes de algunas religiones que este tema de cubrirse lo practican como nosotros ir a misa. Por cierto, ¿No se ha parado a pensar nadie en los musulmanes? y especialmente en esas mujeres musulmanas cubiertas, cuyo rostro desconocemos, que para identificarlas visualmente hay que proceder con autorizaciones especiales si no lo hacen voluntariamente, ya que ellas tienen derecho a cubrirse porque se lo da a su religión y sus creencias. Parece coña, pero yo imagino en el patio de colegio, cuando ya se cubren, ¿cómo las niñas, ya cubiertas saben quiénes son sus amiguillas? O en el súper, ¿cómo distinguen a las clientas? Si una hace un “sinpa”, ¿qué? ¿Cómo la describe el tendero a la policía? No, la cosa tiene miga. En los exámenes, ¿cómo saben que no se presentan unas por otras? ¿Nadie se ha parado a pensar en el tema de por qué se cubren las mujeres? No me refiero al consabido machismo de algunas culturas, humillación o sumisión del sexo femenino; que coloca a la mujer un escalón o varios por debajo del hombre, que se obliga a tapar la belleza por evitar la lujuria y esa perorata. Ni tan siquiera a la lectura de las escrituras, donde se recomienda el decoro. Eso es común a muchas religiones y culturas. Miremos nuestras mantillas, no hace tanto. Yo digo antes, mucho antes. Busco el origen de verdad. Seguro que hay tertulianos dándole al tarro. O no, porque hay temas intocables, y este es uno de ellos. Te acusan de fascista por menos de nada. No es mi caso. Que se tapen, pero que cumplan como los demás. Cada uno es cada uno. A mi “plin, yo duermo en pikolin”.

¿No habrá una razón anterior a la religiosa incluso, por la que esas mujeres empezaron a cubrirse? Una razón que implique una protección a la vida de alguna manera, a la supervivencia. Una manera de evitar daños mayores, al núcleo familiar, a la madre, que protege a los cachorros mientras el padre busca el sustento. Antes de asociar la belleza a una suerte de pecado. Estoy segura de que la naturaleza primera de esa directriz de que una mujer se debiera cubrir, es de alguna manera sanitaria, higiénica, protectora de la especie, del grupo. Igual que el motivo último de no comer cerdo lo es. O que las vacas sean sagradas en la India (en India, según la dicen hoy).

¿Cómo ha sido la transmisión en Irán, en Arabia, en la Turquía central? En el epicentro de la cubrición. Deberíamos mirar a todas partes, eliminar la soberbia de nuestra ecuación de occidentales estupendos.



14/07/2020

COMMUTE

Este verbo, que yo sepa, no existe como tal en español. Y es que los españoles no lo necesitamos porque no se practica. ¿Qué viene antes? ¿El nombre o el objeto? ¿El verbo o la acción? Esto le encantaría a mi padre, y a mi tío Felipe también. Mi padre se sumergiría en la nueva investigación. Acabaría explicándolo a través de la procesionaria,  en un descanso de tinto de verano subiendo a la Maliciosa. Felipe levantaría el dedo avisador apuntando pegas a la tesis, con su aroma de universitario inglés. Pepe, como representante aquí de los hermanos mayores, algo tendrá que decir. Carlos sacará punta. Las hermanas, mayor y pequeña, atentas y orgullosas.
Commute: viajar diariamente al lugar de trabajo. Toma del frasco carrasco.
El intervalo de atención hoy día es ese, lo que dura el "commute". Lo que tarda el trayecto. El viaje de casa al trabajo y viceversa. Y ya un poco ensanchando los límites del término, otros desplazamientos obligados que la rutina impone. Del trabajo a recoger a los niños. De casa a ver a tu padre que está malito, si te dejan pasar.
Es ese gap en el que somos libres. 
Si conduces, estás perdido o atado a la radio. Y además es elástico tu tiempo, dependes del ataco y del sueño. En tu viaje, en tu sintonía, ya sean noticias o música, nada de lo que ocurra mientras conduces te da libertad; hablar y pensar, eso sí. No está de moda. Aunque no esté de moda, repite conmigo: quiero amor... Pero si commutas de verdad, yo creo que lo auténtico es el tren. Entonces,  eres el rey del glam nunca podrás cambiar, ajeno a las modas que vienen y van.  El tren es el top del commutador, te permite elegir. El abanico se abre desde el reposo del guerrero en el viaje de vuelta al cabeceo en el de ida, las sábanas recientes. Y en medio está la lectura: una novela marcadas las páginas, la música, el periódico, empezar o acabar la jornada laboral, mirar sin prisa el paisaje, cómo cambia de la mañana a la noche, jugar a las diferencias, un día tras otro, ver los árboles y las nuevas viviendas crecer. Las praderas pasar de un color a otro, los cultivos como tiñen el paisaje. Y el efecto de la meteorología en el paisaje. Pensar e incluso hablar ya sea con el viajero commutador quiere acompaña a diario i a través del invento de las ondas. Afortunado tú que commutas. Hay tiempos variables, sí.  Y capacidad para adaptarse.
Mis escritos, valen para el commutador, a pesar de repetirme a veces, me excuso, es escaso número de lectores de los que puedo presumir, todos queridos, laxos en su juicio a ésta siempre aficionada que se cuela en el mundo de letras, por eso espero se me tolere este alzhéimer literario de repetir o insistir en lo mismo. Según mi familia paterna, es en la repetición donde nace el humor. Pero no todo el mundo lo entiende así. Hay quien se ofende. Allá. El caso, que me gustan las palabras y las palabras sorpresa y las que significan cosas distintas en distintos idiomas. Y las que en alguno ni siquiera existen, porque no las necesitan. Porque el idioma al cabo lo crean y alimentan quienes lo hablan. Y más diferencias que en el color de la piel las hay debido al idioma que hablemos. Es a través del lenguaje y en sus límites donde nacen las fronteras. Ya hablaremos de los afortunados bilingües.

Así que, vamos a conjugar: yo comuto, tu comutas, él comuta. Y en ese rato, también me lees. O te leo.

13/07/2020

HORATIO ES ROMÁNTICO

Horatio, Hache, es único. Horatio tiene una caída de ojos que ya la quisieran para ellas muchas divas. Cultiva un estilo y personalidad inimitables. Sin ser físicamente atractivo, y siendo al asaz menos guapo que muchos de los personajes que le acompañan en CSI Miami, es el personaje clave de la serie. No sé a quién se le ocurrió su contenido, personalidad, su imán. Aunque no fuera el jefe del laboratorio, sería sin ningún género de dudas, el protagonista.

Horatio escucha, parece reflexionar mientras lo hace. No apunta nada, todo lo retiene. Esa manera que ha, de decir tanto, estando callado, es parte de su atractivo. Las frases contundentes con las que fulmina a compañeros, jefes, subordinados, interrogados, desconciertan a cualquiera. Cierran con llave las conversaciones. Su tono y hondura son fruto de una transmisión directa desde el fondo del alma. Parece que las macera en su silencio. Tras reflexión sincera, emite un veredicto irrefutable. Esas sentencias arrastran multitudes. Serán citas entrecomilladas en un futuro cercano. Perdurarán en la memoria. Hay reuniones de amigos en las que los más eruditos tratan de emularle cuando concluye y elabora su discurso final. Muchas series le siguen la pista. Ya quisieran otros policías y detectives. No es fácil, precisa entrenamiento, perseverancia y un don, que ya solo se puede atribuir a los genes o a la educación.

Es importante también la pose. Se gira, manos a la cintura, en jarras, se inclina ligeramente, se le cae el flequillo rojo sobre la frente y la pantalla se llena con su perfil ligerísimamente encorvado. Suele atardecer al fondo, en la noche anaranjada de Miami, cerca del mar. Se le ve de canto, Horatio, con una lenta rotación asoma la camisa entre las solapas de la americana. Su postura al coger el arma, su manera de observar la escena del crimen, transmite el esfuerzo y el dolor compartido. Y el gesto clave: cómo se pone y sobretodo cómo se quita las gafas. Son todos movimientos milimétricamente planificados y que ocurren a cámara lenta, a la velocidad que salen sus palabras a la vez que levanta la cabeza y se enfrenta. El contenido y la mansedumbre con la que emite juicios los hace indiscutibles.

No sé hasta qué punto el pelirrojo policía habrá invadido la personalidad de Caruso. O quizá es al revés.

Horatio lleva la intuición en el ADN. Se da cuenta de las cosas por la piel. Sabe quién es el malo porque lo siente. Parece que lo huele. En cuanto lo ve, se le da la vuelta la expresión. El capítulo podría acabar ahí, en el momento en el que demuda el gesto. Los retales que siguen en el episodio no son más que demostración de axiomas. Mucho se tiene que torcer la cosa para que Horatio se equivoque.

Horatio es un romántico. Eso es lo más importante. Enamorado de un fantasma del pasado. Pasión y lealtad inalterables. Todos parecen quererle. Tan romántico que parece bajito, y el tío mide 1.86. No digo yo que no pueda haber románticos altos, pero a Horatio no le pega serlo, le pega ser pequeño. Tiene un toque femenino en su complexión. No es que esté delgado, es menudo. Su pasado es trágico, eso se sabe nada más verle, por la sensibilidad que aflora de sus poros pelirrojos. Por cómo se acerca de lado al doliente, al huérfano. Por cómo la gente le habla. Horatio es empatía en estado puro. Horatio es incorruptible. No tiene mácula. A pesar de su piel con esa tendencia ineludible a las pecas, a pesar de no lucir complexión robusta, es firme, fiable. No tiene parangón. Se puede no ser fan, pero respecto merece y el mío lo tiene.

09/07/2020

LOS QUE LLEVAN LA CONTRARIA


De mano me opongo. Hay gente a la que le gusta llevar la contraria. Porque sí. No hablo de los que lo hacen por deportividad, según ellos, porque les encanta discutir, rebatir. Y toman las posturas enfrentadas como un juego de espadachines y raciocinio. No, hablo de los listos, esos que se lo saben todo, y, además. se enfadan. Parece que además uno está hablando de una manera categórica. Que les ofendes. Porque actúan como oposición. Tal cual les fuera en ello el sueldo. Y en realidad tu solo has hecho un comentario. Te crees tú que inocuo. De eso nada. La daga te espera, agacha la cabeza, que viene el opositor. Un " hay que ver qué calor hace Madrid” y entonces ellos desenfundan, te contestan calor no hace. Este tema es especialmente desconcertante cuando atañe a cosas que o son subjetivas o sufren de la perspectiva de la experiencia. A veces no hay una verdad y una mentira. Al menos no verdad absoluta.  Los matices caleidoscópicos de la emoción dar color a la realidad. Es cierto que hay otras cosas que sí que tienen que ser blancas o negras. Sin ir más lejos, los muertos en la pandemia. Las matemáticas, los datos, son irrebatibles. Lo que es comprobable no es discutible. Para mi esa es la paz que aportan las ecuaciones.

Pero hay otras, por ejemplo, que sucia está mi calle. "No, no es verdad, durante el confinamiento limpiaban y desinfectaban todos los días" Jolines, pues mi calle estaba sucia, es que yo no me lo estoy inventando y no, yo no quiero polemizar, yo digo simplemente que mi calle estaba sucia y ya está. Pues siempre hay alguien que te tiene que llevar la contraria, que su calle estaba limpia porque ellos veían limpiar todo el rato. Son ganas de ganitas. Porque la verdad absoluta ni se puede comprobar ni tiene importancia alguna, ni todas las calles están sucias ni todas limpias; tú lo único que has dicho es que estaba muy sucia la tuya, y ya está.

Lo malo es que te ponen en una situación de adrenalina subida. Te sacan de la pista de su armonía. Eso es lo que nunca jamás se debe permitir. Porque cuando te tomas como un ataque su respuesta, te pones a su nivel. Y ahí te están esperando. Y son mucho más expertos que tú. Te dan cien vueltas. No tienes ninguna posibilidad. Así que, disimula. Aprieta el botón y hazte transparente. Porque además hay veces que uno cuenta una anécdota, sin ánimo de lucro. Es decir, comenta, sin más. Y el polemizador empieza a sacarse pañuelos de colores de la manga, Dispone de estadísticas y datos irrefutables. No es eso. No es eso. Que no estás en un plató, ni en un debate a la presidencia. Vamos, es una reunión de amigos o parientes, has salido a tomar un vino.

En mi entorno pasó, que crecieron las plantas en pandemia. En mi casa y allá donde iba lo veía. Quizá era lo que quería ver, algo bueno en medio de la desolación. Las calles vacías, persianas echadas. Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie. Y nadie es la muerte. Ya lo decía Alberti. ¡Hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.


Como contraste al vacío, cuyo sonido se incrusta en el recuerdo con más intensidad que el alboroto mismo, las adelfas de la plaza de Manuel Becerra estaban imponentes. Orondas, gordas, petadas de color. Llenas de veneno y colmadas de flores. Efervescentes de color. Los setos de mi calle, sin podar, invadían la calzada, a falta de transeúntes. Libres de tijeretazos que modulan su forma, crecieron libres esta primavera, lucían su envés y su brillo sin vergüenza, con el orgullo de la forma propia y libre. Eso lo vi yo. La vegetación descontrolada, esperando que fueran los jabalís quienes se acercaran a las encinas a dejarlas rasas y paralelas a la pradera, segada por las vacas. Naturaleza sin filtros, en estado puro, incluso en medio del negro de Madrid. Y lo cuento aquí, que no discuto con nadie. Y si me lo inventado es cosa mía. Hala.

LA TELEVISIÓN ES NUTRITIVA


Me estoy alimentando
Con un nuevo programa
Su imagen estimula
Mi amor informativo
Me estoy reconstruyendo
Con un buen telefilme
Dibujos animados
Que aniquilan el cine.
El Aviador Dro y sus Obreros Especializados tuvieron una inspiración premonitoria con su adjetivo a la caja tonta. ¡La televisión es nutritiva! No solo eso, es que se está convirtiendo ya en nuestra única fuente de alimentación, emocional, informativa y corporal, fisiológica. Ampliemos televisión a pantalla y ya no parece que exagero. Acusación con la que he convivido desde que tengo uso de razón. Estamos solos. Solos. ¿Tú quién eres? No eres nada ni nadie. Un telespectador que quiere ser protagonista de una telenovela, de una serie. ¿Eres de policiacas o de románticas? ¿O acaso un tragaldabas que no filtra? ¿te tragas cualquier cosa? ¿Eres del tipo compulsivo o indiscriminado? Si has visto alguna vez Forjado a Fuego eres autentico, o si te enganchan los programas de ese americano medio con un casoplón de cuidado que permite que un desconocido le haga la reforma de su casa, pero luego la vende si no le gusta…ahí ya entramos en terrenos delicados. Se trata de nivel experto lo tuyo.



El consumidor de serie se ha convertido en un sujeto pasivo. En realidad, no tenemos vida. Queremos ser Grey, Ally McBeal, Fraiser o que el doctor House se nos enamore. Series de médicos, periodistas, abogados, adolescentes, amigos, bares, psiquiatras hermanos. Y no digamos la casuística criminalística. ¿De verdad silban las balas en Miami como se aprecia en CSI? ¿Es tan insegura Nueva York? Los hermanos policías de padre policía. La policía que se enamora del escritor, el viudo que ayuda a la teniente para vengarse. En fin. No se extrañarán, señores de esas carreras de nuevo cuño tan en boga. ¿por qué la nota de corte es tan alta medicina? No se cree nadie que las vocaciones aumentan así. Es el efecto llamada de las batas en la pantalla. Todos queremos trasplantar corazones. Eso que hace unos años era finito se ha expandido sin control a través de las plataformas múltiples. Esas amanitas que nacen en las esquinas envenenan nuestras vidas con amores imposibles, casas de chocolate, escenarios de vidas falsas. Plató de salón o dormitorio. La vida inventada de otros, pasa a ser nuestro más preciado deseo. Cada uno se identifica con uno o varios personajes. Doctor Jekyll, Mr. Escondido. Es en ese salón donde quiero estar, que me atienda ese doctor australiano ante los síntomas de mi malatía, que ese psiquiatra de programa de noche escuche mis cuitas y se enamore de mí cuando me vea al salir al bar donde se saluda con un brindis, bajando las escaleras. Quiero cocinar tortitas a diario y hacer barbacoas en mi jardín. Quiero esas escaleras que no van a ninguna parte. Quiero ser periodista o abogado de un bufete de estupendos y estupendas, donde todo vale, donde las reglas son flexibles. Las porcelanas imposibles y la perfección de la escena. No quiero focos. Quiero esa vida.





La esquizofrenia diaria que nos obliga a permanecer unas horas en el teórico mundo real en el que ganarnos el sustento, sea como sea, y el personal, tirados en una cheslón, viendo películas, capitulo tras capítulo de series infinitas, de las que estás al borde de formar parte. Conoces la personalidad de los personajes, cómo van a reaccionar. Les sientes tuyos, forman parte de tu rutina, de tu vida. No entiendes cómo es que no te nombran en las conversaciones. El día menos pensado, besas al protagonista, que se ha enamorado de ti. Te vistes de novia, das a luz en directo, o te pegan un tiro. Al niño enfermo terminal, lo han curado tus cuidados.



La pandemia y sobretodo el aislamiento le ha venido al pelo al estado de soledad en el que estamos inmersos. Brindando por internet, celebrando bodas on line y abrazándonos sin tocarnos. Nos reunimos sin vernos. Estudiamos sin compañeros ni profesores, recluidos. Nos hemos vuelto islotes en un mundo de mentira. En el que lo único visible es lo que sale en la tele. Así las series son nuestras vidas. Somos reclusos de los lujos y los recursos.



Antes Friends, Cheers, Doctor en Alaska, se emitían una vez a la semana. Colombo, Se ha escrito un crimen, Heidi, Marco, Verano azul. Un continuará en un capitulo requería una cuota de paciencia que la idea de la inmediatez que prima en nuestros días no aceptaría. La abundancia en la que ahora nadamos, nos haría insoportable la espera, nos parecería imposible. Normalmente los capítulos se cerraban a diario, quedando siempre una dosis de intriga para que el televidente volviera a la semana siguiente. No eran películas cerradas.



Ahora pillas Escorpión, o Lucifer, y en un fin de semana a base de comida basura, te lo liquidas, Sin hablar con nadie, sin compartir, sin cambiarte de ropa. Es el disparate de la socialización, es el fin del hombre. Sin ducharse, de la cama al salón, sin quitarse el pijama, sin afeitarse, sin levantar las persianas, sin abrir las ventanas. A cal y canto en nuestra propia oscuridad, sin que nadie nos rebata. Solos. Solos. Solos. Cada vez más solos. Y como vida social, el trabajo. Es la muerte de la familia y los amigos.

08/07/2020

PREGUNTAS TRAMPA


Preguntas trampa hay muchas. 
Dícese de esa pregunta cuya respuesta es conocida de antemano. El receptor se ha salido del tiesto. Se ha saltado alguna norma, normita o se ha pasado sin más. Bien sea por autoridad o compromiso adquirido por el interlocutor, el caso es que ésta se coloca en posición ventajosa, al menos un peldaño por encima del interpelado. “¿A qué hora llegaste ayer?” O. “¡Menos mal que ayer no saliste!” (por teléfono, a distancia) Es afirmación con trampa, te ha visto, hay testigos. Semáforo rojo. Ya seas hijo o pareja, ten mucho cuidado con lo que dices. Echa el freno Magdaleno. Cualquier afirmación puede ser utilizada en tu contra. No te inmoles. Gana tiempo. No confieses. Se trata de una manipulación. Te está acusando de lo que ya sabe. O no. Es una encerrona. No caigas. Ojo. Manéjalo. No contestes. Busca una estrategia para no caer en ese cepo de dónde vas a salir herido seguro.

Las preguntas dobles son las que no se pueden responder. “¿Vienes a comer o no?” No hay respuesta válida. Sí es “sí”, ¿sí qué? ¿sí que vienes o sí que no vienes? Y no, lo mismo. Pero estas preguntas imposibles se pueden complicar hasta el infinito y más allá, Burzt. “¿Me quieres o no?” “¿Estas con otra o no?” “¿Ya no es lo mismo lo nuestro o sí?” Son preguntas impacientes. O fruto de sospecha. Depende. Todo depende. De según cómo se mire, todo depende. Muchas veces quien cae en hacer preguntas dobles no lo hace por maldad, o quiere facilitar un poco la respuesta al otro, dejándola abierta, sin querer forzar que vaya en una u otra dirección, o está acostumbrado a que no le contesten. El caso es que este tipo de preguntas son clásicas de Calimeros o padres de adolescentes cargados de paciencia.

Otro tipo de cuestión es aquella que caduca. “¿Me pasas la sal?” Si tarda mucho el contrario, la coge uno. O “¿me traes los pantalones rosas del armario cuando vengas?” “¿Qué?” Acude el susodicho a donde estás, disturbado porque va a lo suyo, móvil en mano, entregado a las redes o a las series, no se ha enterado. “Ya nada”. Ni siquiera se inmuta el otro. Como mucho acusa mentalmente de pesado al preguntón. “Están locos estos romanos”, piensa. Esas preguntas que requieren atención en tiempo real. Un poco. Son temporales. Se autodestruyen, cual mensaje de la T.I.A. Cuando viene el “¿qué?” ya es tarde. Se ha quemado la comida, se ha salido la bañera, o el chaval se ha esnafrado en el columpio. Otro lo ha resuelto. Es cierto que a base de actitudes con retardo más de uno esperará que los problemas de resuelvan de igual manera, sin osar intervenir o tomar partido.

También encontramos en el mundo del interrogatorio, las que llevan respuesta implícita. Son aquellas que tienen como objeto hacerte sentir culpable. Solo hay una contestación válida, si fallas, estás perdido. Se trata de interpelaciones larguísimas que solo buscan una confesión. Contienen en ellas mismas, cual anagrama, la respuesta correcta, así es que tómate tu tiempo y responde con calma. Lo mejor es utilizar algunas de las fórmulas, incluso palabras exactas, que tu interlocutor ha usado, de manera que consigas que rebaje su nivel de enfado y poco a poco cambiar su humor. Porque te la has ganado. Eso está claro. Un ejemplo clásico es el que atañe a los parientes políticos, especialmente a la suegra, sea de él o de ella. “¿Es que no te gustan las albóndigas, pues las he hecho con la receta que me dio tu madre?” En estas aparentes inocentes palabras, todas juntas, se resume la mala leche femenina, el veneno. Varón, abstente, la única salida son flores y sonrisas. No hay sentencia válida, no te empeñes en pedir comodines o tiempo. Ni se te ocurra ser racional. Ataca al corazón y utiliza tus encantos porque ese jeroglífico no tiene solución.

O las preguntas falsas. Tipo “¿qué tal?”. ¡Ojo! Eso no significa nada, no se espera que desarrolles un argumento. No estás en un examen de literatura. Brevedad. Un saludo con inclinación de cabeza es la traducción simultánea. No implica, no acerca, está vacío ese qué tal. Se trata de una expresión manida, muletilla. Hay que tener muchísimo cuidado en responder ahí. Como mucho se admite un monosílabo. Los ingleses lo tienen resuelto. A mí me sorprendía cuando empecé a estudiar. A un: “how do you do?” no se responde con un desarrollo, si no con la misma y exacta fórmula: “how do yo do?”. Para no tener Real Academia son listos estos británicos. Por Tutatis. A “¿Qué tal?” responden oficialmente “¿Qué tal?”. Podrían pasarse así el día, enlazando preguntas que no son otra cosa sino muestras de educación, equivalente a tocarse el sombrero el caballero o a ensanchar la falda la señora, con ambas manos, flexión ligera de rodillas incluida. Se requiere vestido de princesa, aunque sea, imaginario.

Mucho peor que cualquier demanda, por quisquillosa que sea, es el temido “tenemos que hablar”. Unilateral, siempre a destiempo. ¡Qué vivan los interrogatorios!

07/07/2020

LUEGO, SI ESO, MANDO UN MENSAJITO


Compungida por el dolor ajeno. Siente en su piel la pérdida del otro. Se ha ido demasiado pronto. Solo recuerda el escenario de la infancia, la adolescencia confusa compartida. Intervalos de intensidad variable. Música en la piscina, días de verano. Para ella tiene 20 años, se sienta en el jardín, donde los frutales, ha pisado las petunias, con tal de hacer que el hermano tuerza el gesto. Le hace rabiar, solo para luego reírse de su sombra. Se chocan y se ríen. Se quieren. La madre distante mesa sus canas desde la terraza, con aparente atención, distraída. Ha regado con sus lágrimas ya añejas el guiso que la abuela se empeña en enderezar. No vaya a saber a pena. Que hace daño al estómago. Los ojos de mar de la madre se bañan en el agua salada a la que pertenecen.

Los pastores alemanes ladran y saltan juguetones, sin amenaza, en la alegría de la fiesta. A pesar de su tamaño, son niños grandes, como los que se están tostando al sol, a más de 1.000 m de altura sobre la costa. Botellines al sol, sangría disparatada, sardinas y patatas fritas. Las hermanas revolotean la organización, el pequeño anima con carcajadas y recuerdos. Ajetreo general. Verano. Disfrutan. Ella solo recuerda las voces y la risa. Lorenzo y el agua helada. La piscina recién pintada, otra vez. Desorden de jolgorio. Conversaciones rotas y brindis. Recuerda el contacto, tocarse, sentarse cerca, pegados, compartir. Recuerda la sorpresa de los que llegan y se van, los que no estaban invitados. Los que gracias al alcohol se acercan a intimar por fin. Todo le lleva a él, en un mini. Solícito. Familias paralelas, descabezadas. Mini y panda. Un padre siempre omnipresente en su ausencia. El sabor de los recuerdos y el aroma del olvido nublan las miradas cada tanto. Con la esperanza de su presencia a base de traerle cada momento, cerca. De hablar sus palabras. Revivir cada rato para que no se entierre, como su cuerpo. Los hermanos, la madre sola. Dos maneras de enfrentar la orfandad. O acaso sea la misma. Al cabo, el huérfano lo es a pesar del esfuerzo de la madre viuda. Es un niño carente. Anda cojo el expósito desde el instante mismo en que se hace realidad su estatus. No hay edad para tal desamparo. Pero las hay peores. Esa en la que el niño empieza a hacerse hombre, en plena confusión dermatológica y emocional. Ella siempre le necesita, al padre, pero ha sido afortunada, conoció su vejez. Otros te perdieron mucho antes de tiempo. Esos padres que no se hacen mayores.

Y se ha ido el hermano, el de en medio. Así, sin nietos; con una historia por vivir, páginas en blanco, como su padre, como tu padre. En su desesperación comparte el llanto contenido, para traerle un poco a la vida. Que se le ha escapado ya. Para que respire un rato más con los recuerdos. Conservar algo de su esencia, prolongar su estela. Habla con todos los que le recuerdan. Pena su domingo de duelo ajeno. Llora por ellos. Hipa su luto. Aprovecha para soltar sus lágrimas. En medio de la desolación se enciende el pragmatismo “gracias por llamar, ahora les mando un mensajito y pido por él. Maneras de vivir. Es como, un uy lo siento mucho, plancho esta camisa, hago la bechamel y ya si eso mando un WhatsApp. Todo en igual nivel de importancia. Le coso un botón al niño, llevo a la niña a ballet, y pido por él. Es una tabla rasa de emociones. Y aún se cree que es ella quien vive de perfil.

SALGO A LA CALLE Y REZO

Salgo a la calle y rezo. Me sale automático. Rezo porque tengo miedo. Rezo porque estoy sola. Rezo porque me da paz. Si no existiera la religión habría que inventarla, dicen.  Yo creo que si no existiera, habría que descubrirla.
Salgo y rezo llena de miedo. Rezo para cajlmarme,  rezo para avanzar, rezo porque no quiero pensar. Rezo porque me ayuda a pensar. Rezo para protegerme. Y para proteger a los que quiero.
Rezo con desconsuelo, recordando a los que se fueron. Mayor es la desazón del abandono que la de la pérdida de aquéllos que emprendieron el viaje para el que no hace falta equipaje. Me despedí en paz. Les añoro, pero les tengo. 

SU MUSICA


 Su música bailó cuando me acercaba a ti. Su música llenó esa estancia, sin yo saberlo. Atípico modo de llegar al altar.
Gracias. Sin conocerte, sin saber de ti, avancé por el silencio y la alegría. Fue un lapso sin dimensiones a donde quisiera volver cada día. Para besarte otra vez. Para que me recibas en tu abrazo rotundo siempre. Durante esos momentos en los que temía que todo se me fuera a olvidar. El miedo a que fuera un cuento. Esos instantes que quisiera retener porque han pasado tan lento y tan rápido. Y traer a hoy, San Fermín. Como fotogramas que no he fijado en un papel. Siendo protagonista. Igual que el día que nací. Pasan las imágenes deprisa y despacio. Y se me acabarán olvidando. Como todo se olvida, como todo se pasa. Pero la música estaba allí. La Misión. ¿Sería casualidad? No existen las casualidades. Era mi misión, en la que fallé. Veo selvas amazónicas donde valientes con sotana hicieron su camino.
Como el cine de ese pueblecito o el de los abuelos. Otra música que ha viajado conmigo, con la nostalgia del padre, que no volvió a la oscuridad de las salas. Los días iguales, las salas en silencio. Imposible albergarse en el anonimato. El llanto por la muerte de Alfredo. Italia en estado puro.
Y por fin la vida es bella, que no es suyo el sonido, pero podría serlo. ¿Y acaso es bella la vida? ¿Acaso no?