Preguntas
trampa hay muchas.
Dícese
de esa pregunta cuya respuesta es conocida de antemano. El receptor se ha
salido del tiesto. Se ha saltado alguna norma, normita o se ha pasado sin más.
Bien sea por autoridad o compromiso adquirido por el interlocutor, el caso es
que ésta se coloca en posición ventajosa, al menos un peldaño por encima del
interpelado. “¿A qué hora llegaste ayer?” O. “¡Menos mal que ayer no saliste!”
(por teléfono, a distancia) Es afirmación con trampa, te ha visto, hay testigos.
Semáforo rojo. Ya seas hijo o pareja, ten mucho cuidado con lo que dices. Echa
el freno Magdaleno. Cualquier afirmación puede ser utilizada en tu contra. No
te inmoles. Gana tiempo. No confieses. Se trata de una manipulación. Te está acusando
de lo que ya sabe. O no. Es una encerrona. No caigas. Ojo. Manéjalo. No
contestes. Busca una estrategia para no caer en ese cepo de dónde vas a salir
herido seguro.Las preguntas dobles son las que no se pueden responder. “¿Vienes a comer o no?” No hay respuesta válida. Sí es “sí”, ¿sí qué? ¿sí que vienes o sí que no vienes? Y no, lo mismo. Pero estas preguntas imposibles se pueden complicar hasta el infinito y más allá, Burzt. “¿Me quieres o no?” “¿Estas con otra o no?” “¿Ya no es lo mismo lo nuestro o sí?” Son preguntas impacientes. O fruto de sospecha. Depende. Todo depende. De según cómo se mire, todo depende. Muchas veces quien cae en hacer preguntas dobles no lo hace por maldad, o quiere facilitar un poco la respuesta al otro, dejándola abierta, sin querer forzar que vaya en una u otra dirección, o está acostumbrado a que no le contesten. El caso es que este tipo de preguntas son clásicas de Calimeros o padres de adolescentes cargados de paciencia.
Otro tipo de cuestión es aquella que caduca. “¿Me pasas la sal?” Si tarda mucho el contrario, la coge uno. O “¿me traes los pantalones rosas del armario cuando vengas?” “¿Qué?” Acude el susodicho a donde estás, disturbado porque va a lo suyo, móvil en mano, entregado a las redes o a las series, no se ha enterado. “Ya nada”. Ni siquiera se inmuta el otro. Como mucho acusa mentalmente de pesado al preguntón. “Están locos estos romanos”, piensa. Esas preguntas que requieren atención en tiempo real. Un poco. Son temporales. Se autodestruyen, cual mensaje de la T.I.A. Cuando viene el “¿qué?” ya es tarde. Se ha quemado la comida, se ha salido la bañera, o el chaval se ha esnafrado en el columpio. Otro lo ha resuelto. Es cierto que a base de actitudes con retardo más de uno esperará que los problemas de resuelvan de igual manera, sin osar intervenir o tomar partido.
También
encontramos en el mundo del interrogatorio, las que llevan respuesta implícita.
Son aquellas que tienen como objeto hacerte sentir culpable. Solo hay una contestación
válida, si fallas, estás perdido. Se trata de interpelaciones larguísimas que
solo buscan una confesión. Contienen en ellas mismas, cual anagrama, la respuesta
correcta, así es que tómate tu tiempo y responde con calma. Lo mejor es
utilizar algunas de las fórmulas, incluso palabras exactas, que tu interlocutor
ha usado, de manera que consigas que rebaje su nivel de enfado y poco a poco
cambiar su humor. Porque te la has ganado. Eso está claro. Un ejemplo clásico es
el que atañe a los parientes políticos, especialmente a la suegra, sea de él o
de ella. “¿Es que no te gustan las albóndigas, pues las he hecho con la receta
que me dio tu madre?” En estas aparentes inocentes palabras, todas juntas, se
resume la mala leche femenina, el veneno. Varón, abstente, la única salida son
flores y sonrisas. No hay sentencia válida, no te empeñes en pedir comodines o
tiempo. Ni se te ocurra ser racional. Ataca al corazón y utiliza tus encantos
porque ese jeroglífico no tiene solución.
O
las preguntas falsas. Tipo “¿qué tal?”. ¡Ojo! Eso no significa nada, no se
espera que desarrolles un argumento. No estás en un examen de literatura.
Brevedad. Un saludo con inclinación de cabeza es la traducción simultánea. No
implica, no acerca, está vacío ese qué tal. Se trata de una expresión manida,
muletilla. Hay que tener muchísimo cuidado en responder ahí. Como mucho se
admite un monosílabo. Los ingleses lo tienen resuelto. A mí me sorprendía cuando
empecé a estudiar. A un: “how do you do?” no se responde con un desarrollo, si
no con la misma y exacta fórmula: “how do yo do?”. Para no tener Real Academia
son listos estos británicos. Por Tutatis. A “¿Qué tal?” responden oficialmente “¿Qué
tal?”. Podrían pasarse así el día, enlazando preguntas que no son otra cosa
sino muestras de educación, equivalente a tocarse el sombrero el caballero o a
ensanchar la falda la señora, con ambas manos, flexión ligera de rodillas
incluida. Se requiere vestido de princesa, aunque sea, imaginario.
Mucho
peor que cualquier demanda, por quisquillosa que sea, es el temido “tenemos que
hablar”. Unilateral, siempre a destiempo. ¡Qué vivan los interrogatorios!
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