Horatio escucha,
parece reflexionar mientras lo hace. No apunta nada, todo lo retiene. Esa
manera que ha, de decir tanto, estando callado, es parte de su atractivo. Las
frases contundentes con las que fulmina a compañeros, jefes, subordinados,
interrogados, desconciertan a cualquiera. Cierran con llave las conversaciones.
Su tono y hondura son fruto de una transmisión directa desde el fondo del alma.
Parece que las macera en su silencio. Tras reflexión sincera, emite un
veredicto irrefutable. Esas sentencias arrastran multitudes. Serán citas
entrecomilladas en un futuro cercano. Perdurarán en la memoria. Hay reuniones
de amigos en las que los más eruditos tratan de emularle cuando concluye y
elabora su discurso final. Muchas series le siguen la pista. Ya quisieran otros
policías y detectives. No es fácil, precisa entrenamiento, perseverancia y un
don, que ya solo se puede atribuir a los genes o a la educación.
Es importante también
la pose. Se gira, manos a la cintura, en jarras, se inclina ligeramente, se le
cae el flequillo rojo sobre la frente y la pantalla se llena con su perfil ligerísimamente
encorvado. Suele atardecer al fondo, en la noche anaranjada de Miami, cerca del
mar. Se le ve de canto, Horatio, con una lenta rotación asoma la camisa entre
las solapas de la americana. Su postura al coger el arma, su manera de observar
la escena del crimen, transmite el esfuerzo y el dolor compartido. Y el gesto
clave: cómo se pone y sobretodo cómo se quita las gafas. Son todos movimientos
milimétricamente planificados y que ocurren a cámara lenta, a la velocidad que
salen sus palabras a la vez que levanta la cabeza y se enfrenta. El contenido y
la mansedumbre con la que emite juicios los hace indiscutibles.
No sé hasta qué punto
el pelirrojo policía habrá invadido la personalidad de Caruso. O quizá es al revés.
Horatio lleva la
intuición en el ADN. Se da cuenta de las cosas por la piel. Sabe quién es el
malo porque lo siente. Parece que lo huele. En cuanto lo ve, se le da la vuelta
la expresión. El capítulo podría acabar ahí, en el momento en el que demuda el
gesto. Los retales que siguen en el episodio no son más que demostración de
axiomas. Mucho se tiene que torcer la cosa para que Horatio se equivoque.
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