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13/10/2020

DÉJATE LA MASCARILLA


La pandemia nos ha dado una oportunidad a los feos, ha hecho tabla rasa. Yo no me quito la mascarilla ni para ir al baño. Si me tomo una caña en compañía, tiro de pajita, que para eso están. Me quedo tan pancha. 

Tú ves a un señor con mascarilla por la calle y no sabes si es feo o guapo, con tal de que vaya más o menos apañado y limpio, es resultón. Una chica, lo mismo. La mascarilla tapa casi entera la cara, con el pelo y las gafas, poco queda visto. Tu imaginación hace el resto. Como somos simples de espíritu le ponemos nariz y boca convencionales, de acuerdo con su mirada. De tu cosecha salen las facciones que más o menos controlas. Labios dientes y nariz sin sobresaltos. Tus modelos mentales son gente a la que ya quieres, algún actor, algún dibujo que has visto. Rostros que te gustan. 

Las sorpresas cuando la gente se quita la mascarilla son morrocotudas. No tiene desperdicio la cara de alucine cuando alguien se pone a beber un vaso de agua al medio de la oficina. Dices ¡Dios mío! y este tío que tenía esos ojos verdes alucinantes ¿es ese monstruo de ojos verdes? Barbas descontroladas y pirsin escondidos aparecen por sorpresa. El equilibrio en un rostro siempre es importante y no es un don que disfruten muchos.

Que les den morcilla a los granos hormonales, esos que amenazan cada mes a las mujeres y que requieren toneladas de maquillaje y paciencia para no explotarlos y aumentar el desastre. Se acabó ese miedo a dónde aparecerá este mes. ¡En la nariz por infeliz? Acaso en la comisura de la boca, en el centro de la barbilla, como si fueras un macho cabrío o decorará la zona de tu bigote haciendo sospechar con sombras bello que nunca hubo. O sí. Muere el glos, adiós al pintalabios y al colorete. Un poco de rímel basta. Y el resto con careta. ¡Qué oportunidad para el tuneo, para el disfraz! Han salido todos los feos en tropel, a comerse el mundo. Ocupan orgullosos las primeras filas sin pudor. No más terapia de autoestima. Que hay que ser guapo por dentro. Ea. Aquí estamos los feos para comernos en mundo. Pero que no nos quiten la mascarilla.

Y encima, el susodicho, la susodicha tiene gracia con el asunto de la mascarilla, sabe que gana mucho. Que sube su caché. Aprovecha para el coqueteo al que ni tendría opción a pecho descubierto. La espalda erguida, la gracia, la galantería, lo saca todo. El susto cuando desaparece la careta es bestial, pero ya ha nacido el afecto, le has cogido cariño al monstruito escondido de corazón enorme. Ya hay un camino hecho. Ciranos escondidos, poetas en barbecho que han amanecido.

Yo, que soy de mucho saludar, saludo hasta a los policías del Ministerio del Interior. No hago distinciones. Es una tara que tengo, me recuerda a Nava, a pasear con licencia padre por la Sierra. Me estoy haciendo amigos, porque entre la miopía y la mascarilla prefiero abusar de saludos que ser maleducada. Eso si. A saber con quién confraternización! 

De todas formas, hay gente que no quiere quitarse la mascarilla porque se ven estupendos así. No hace falta ni estar flaco con tal de apañarse un poco el atuendo. La talla no es un factor determinante en el atractivo. Se enfoca la atención en las palabras, en los gestos que se ven. El resto se rellena con la imaginación. Cultivar una relación afable con el de enfrente solo depende de uno, no hay factores injustos como el pelo fosco o panocha, ser flaco como un junco, tener cuerpo de donut. Todo pasa a un segundo plano. Alguno no quiere quitarse la mascarilla ni para fumar. Hay que haber asegurado el terreno antes. Aunque no hay fumador feo. Ni antipático. Son condiciones inseparables. Eso sí, lo siento por los guapos. No se puede tener todo.

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