Recuerdo a Mafalda antes de comprenderla. Recuerdo entrar a hurtadillas en el cuarto de mis padres. Ellos
dormidos y yo con ese libro gris plata sobre mis piernas en loto. Pasaba las
páginas aprendiéndolas. Diez años con Mafalda. Solo de mayor tuve los
cuadernillos de colores, tamaño media cuartilla, apaisados, con tantas tiras por hoja, de
cuatro viñetas cada una. Recuerdo leer a Mafalda mucho antes de entender lo que
leía, aun no sé si he entendido todo. Mafalda y su entorno suponían una manera reflexiva de mirar el mundo con un fino humor adulto desde la ingenuidad natural del niño.
Los comics, y Mafalda entre ellos, fueron a los 70 como las series de
Netflix al 2020. Los personajes formaban parte de nuestra rutina. Todos
teníamos un hermano Guille al que le gustaba la sopa al muy cretino. Un Felipe,
pobre. "Dios da pan al que no tiene dientes" Le decían a Felipe. Quién no ha tenido una amiga cursi y directa como Susanita, que lo que quería era
casarse? . Susanita sin filtros rodeada de progres. Ella solo pensaba en lo que ganaban los padres, en su futuro, su esquema de vida y
su egoísmo. Un bruto y bueno Manolito que no se enteraba de nada y trabajaba con los
pies en la caja del supermercado de su padre. Un padre que funcionaba a base de collejas. Me acuerdo de lo rápido que le
crecía el pelo a Manolito. De Miguelito, tan iluso, cuando descubría con qué se
ataban los cordones los gigantes. Con su pelo de lechuga y sus pensamientos que le confunden entre la ilusión y la realidad; navegando sin rumbo. Y Libertad, en su casa minúscula, gritando
para que pareciera grande. Libertad, llena de apariencia de justicia, tan
pequeñita como su nombre. Los padres de todos los personajes eran fantásticos.
El padre de Mafalda volviendo hecho polvo del trabajo, cuidando su “dos
caballos”. Bajando a mirarlo por la noche cuando lo compró. Y pasaba el trapo
después de que alguien lo tocara. La madre despeinada, paciente y sorprendida tantas veces. Siempre ocupada, con servicios mandil. Los padres de Susanita,
como ella, tal cual. Ella con su enorme collar de perlas y su triporra. La madre de Libertad y el padre de Manolito, iguales a sus hijos. Fantásticas
las clases con Manolito levantando la mano que no se había enterado de nada, nunca. La
vida, en fin, en el colegio, en vacaciones, en casa, con los amigos; fotos de
la rutina, con la bola del mundo siempre cerca.
Nadie sabe más de Mafalda que Rafa. Cuando su chica, medio británica, se
enamoró de él, ella, lectora furibunda, ni sabía de la existencia del
personaje. Se lo leyó todo. Porque Rafa recurría a Mafalda para explicar las
cosas de la vida. Normal que su hijo se llame Guille.
Mafalda siempre queriendo curar al mundo. Sus mayores virtudes para mi eran su bondad y su curiosidad por aprender. Mafalda y sus amigos, esos
niños mayores que nunca crecerán. Hay que aceptar que de todas maneras que Mafalda era un poco repipi para ser una niña, que podía tener 8 años. Así que, en fin, había que aguantarnos a esa banda de imberbes que en vez de ver Superman o leer Mortadelo (que también) presumiamos de diferentes. Sin enterarnos de nada los que lo leíamos con la misma edad que los personajes. Mafalda era como Alicia, de mayores.
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