Me encanta hablar de los nombres de los sitios, pero se lleva el premio gordo
"one shot". El término es
teóricamente fotográfico, pero la ubicación del establecimiento, recién descubierta,
ha desatado todas las alarmas de mi imaginación. Además, nunca he visto entrar
ni salir a nadie del ínclito lugar. Ni tan siquiera coches que desembarcan. Ni
un bedel o portero con librea, que es lo que encaja; no hay vida en el entorno.
Siempre lo veo de noche, con lo que el misterio que lo envuelve se multiplica.
Esa fuente luz solitaria en medio de la oscuridad, un portal abierto, todo
junto me lleva a fantasear.
Se trata, aparentemente, de un hotel. Por fuera no es más que un edificio noble y elegante. Esa fachada de piedra bien conservada, encaja ventanales de vértigo. Los portones abiertos dejan ver un patio efervescente de plantas, un cabeza cortada,y un ascensor que probablemente disponga de un banco aterciopelado. En el dintel, a la entrada; con discreto misterio, figura un cartel que, obligados, los dueños encajan en su fachada romántica. Ojo. Ladrillo visto con un guiño segoviano que deja un suerte de esgrafiado visto en aleatorio. Como un recuerdo. Como cuñado un niño pinta. Un desconchón en una pared, y detrás, tres tres paralelas cortadas que simulan en ladrillo escondido. Figuran el rectángulo una H y un puñado de estrellas. Desentona el nombre siempre encendido, que cuelga en la oscuridad con fluorescencia amarilla.
Se esconde el hotelito en las tranquilas aceras arboladas de un exquisito
barrio madrileño. Parece mentira que forme parte de una cadena, porque en sí
mismo, parece único. Vecino de edificios con jardines que huelen a hierba recién
cortada y lucen parterres de temporada, las mimosas en los rincones. Escoltado
por casas de iguales y enormes cristaleras y que reflejan amplios interiores,
con distancias largas de suelo a techo, librerías atiborradas de libros sin polvo.
Inserto entre instituciones oficiales y ministerios. Protegido por policía
armada hasta los dientes a izquierda y derecha. Ahí se encuentra “one shot”.
Solo para iniciados, miembros del selecto club de la exclusividad. El nombre,
junto a la discreción del diseño y el entorno, transmite misterio que no me
puede producir más intriga.
Imagino, por supuesto, reuniones clandestinas de altos cargos que fuman
auténticos habanos y beben coñac un poco caliente. Al amor del fuego de
chimeneas en invierno; en verano en la despejada azotea, cuentan las estrellas
mientras manejan los hilos del futuro. Amantes furtivos entretienen su secreto
al abrigo de esas paredes almidonadas. Superficies enteladas de cisnes y
escenas japonesas albergan confidencias. Conversaciones secretas de personas
que en teoría no existen, viajes que no se hicieron, cámaras que se apagan al
paso de determinados individuos, gafas oscuras, gabardinas excesivamente largas
o demasiado escuetas. Mujeres de piernas infinitas y miradas sin fondo, hombres
trascendentes con voz de barítono. Inquietantes personajes con una capacidad de
convicción y seducción sin límites.
Imagino que detrás de esa puerta siempre abierta no habrá estado de
alarma, de excepción o de alerta. Se trata de un espacio protegido, donde el
tiempo no es un factor determinante, impermeable a lo que acontece en el
exterior. Las fuerzas del orden, cual alfiles a las puertas de las embajadas cercanas,
pendientes de coches oficiales o camuflados, protegen el secreto del jazmín.
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