Hoy quisiera lucir un diploma de abogado en mi despacho. Abogado, que no
licenciado en derecho. Que no es lo mismo. Por lo visto. A lo mejor el diploma
sí. No sé. Mi abuela estudió derecho allá por mil novecientos treinta tantos.
La prehistoria. Hace casi 100 años. Todos decíamos que era abogado. No.
Licenciada en derecho. Resida en donde resida la diferencia. Vale. Con tal de
discutir algunos es que no te dejan hablar o te hacen perder el hilo de tu
discurso. Yo hace tiempo que abandoné la necesidad de tener razón. Hoy me basta
estar de acuerdo conmigo misma.
Tal cultura y estudios jurídicos se me antojan armas para argumentar mis
tesis sobre lo que está ocurriendo. Siento que no tengo fundamento teórico
suficiente. Me pregunto si lo necesito. Porque la única formación que me sobra
en todo esto es gutural. En el centro de mi garganta se anuda la indignación y
el desconcierto. El cansancio y el aburrimiento. Me ha salido un pareado sin
haberlo deseado. Estoy llena de un cóctel de sensaciones que me petrifica. No
entiendo nada. ¿Cómo puede ser que lo que está ocurriendo en el mundo sea
aprovechado como una oportunidad política? ¿Cómo puede ser que de la desgracia
y la enfermedad se pretenda obtener rédito? ¿Quién quiere ganar ahora? No se
trata de eso. Se trata de vencer a un enemigo común. Es apolítico, es diminuto
y muy cabrón. Muta. Sus efectos son devastadores, nos han sobrepasado. No se
conoce la cura.
Llevamos casi un año que si mascarilla que si guantes, gel hidro
alcohólico, retrovirales. Somos burbujas andantes cuando osamos a pisar el
exterior. Acojonaos cuando alguien tose, entramos en pánico si nuestra
pituitaria no detecta el olor del guiso del día y lo identifica sin ningún
género de dudas. “He perdido el olfato” le dijo mi mini sobrina a su madre con
autoridad aplastante. Nos estamos volviendo locos de soledad. Abandonamos a
nuestros padres para no contagiarles. Hemos dejado de besarnos cuando nos
encontramos. No sabemos cómo actuar cuando nos vemos. La gesticulación escondida
no acompaña. Hubo quién comparó la situación con la de la guerra. Se han parado
los países como si la hubiera.
Los políticos, todos, deberían estar ahora a la altura de las circunstancias.
Por nombrar ejemplos que nos pillan un poco más lejos y con las que podemos pensar
con perspectiva, no nos merecemos a un Trump que hasta que no se ha contagiado
no se ha puesto la puñetera mascarilla. Y como a él, a unos cuantos.
Necesitamos un gobernante con mayúsculas, alguien a quien respetar. Gente a la
que recordar, no una panda de estúpidos dándose codazos para salir en la foto. No
nos merecemos que nos traten como imbéciles. Si hay que quedarse en casa nos
quedamos. Miren en marzo. Nos quedamos. No había un alma en las calles. La
ciudad resultó invadida por la naturaleza. Un poco más y salen los adoquines
bajo el asfalto; un poco más y las aceras se tupen de hierba. ¡Qué primavera
señores! Lo que han hecho el puente del Pilar en Madrid da cabida a la
picaresca. A escaparse de puente. Con ataúdes en lista de espera, muertos sin
despedir en el cementerio, enfermos aislados y drogados cuya recuperación total
no se atreven los médicos a asegurar porque no saben De esa forma, nadie en su
sano juicio se pira. Sea un estado de alarma decretado o no. Pero si nada es
claro, si la norma va a golpes, se llenan los telediarios de medias verdades,
se deja de escuchar. Si el gobernante divaga, si se le pierde el respeto porque
se a él se le ve perdido y cagado de soberbia no se deja ayudar. Entonces, se
entiende la desobediencia. Aunque sea una insensatez, pero esto es como un
castigo injusto. Ante eso, lo sano es rebelarse. ¿Que se prohíbe salir el
puente del Pilar, por precaución? Vale, pues háganlo bien.
No me vengan con bobadas. Que si uno va a ver al otro, que si no va, que
no le llama, que no le coge el teléfono o le manda un mensaje. ¿Pero de qué
están hablando? ¿De una pareja de adolescentes que ha regañado? No me interesa.
No nos interesa. Que si uno no hace cosas, que el otro sí. No nos interesa. No
abusen de su situación de poder. Hagan sus deberes y déjense de bobadas. Enciérrense,
pepés y pesoes, podemitas y voxes y naranjas, canarios y turolenses, todos. Y
hasta que no haya fumata blanca, no salgan.
Queremos una solución consensuada. Tómense su tiempo, si se equivocan habiendo
trabajado, lo entenderemos. Pero así no. No
es esto, no es esto. No se trata de una ley que se va a cambiar pasado
mañana. Se trata de las personas gente que mueren cada día, gente que enferma y
nadie sabe cómo puñetas se han contagiado. Ancianos solos y acongojados que ya
no quieren salir. Muertos por enfermedades de las que se domina la curación
porque los consultorios están vacíos esperando las horribles patologías que es coronavirus
provoca. Y hay un miedo incrustado en las entrañas que nos hace no acudir a
hospitales.
Nos controlamos la temperatura. Se ofrece higienización allá donde vayas.
Hay oficinas en las que al visitante y al trabajador se le da un baño de desinfectante
a la entrada. ¡con lo que se me riza a mí el pelo con la humedad! Estamos locos
haciéndonos test en cuanto alguien sube de 37. ¿y si tengo mocos? ¿anginas? ¿Y
si me acatarro? ¿Si me hago un esguince? ¿Si tengo cataratas? Nadie conoce
realmente el protocolo. No puede ser. Hay que restablecer la calma. Hay un
estado de alarma no decretado y es la alarma que todos sentimos. Es
peligrosísimo el fregado en el que nos están metiendo los incompetentes. Y sí
no saben, dejen paso a otros.
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