A veces lo que parece una faena es más
bien una actuación. Algo que uno mismo provoca para pararse y reflexionar hacia
dónde se está dejando llevar. Por ejemplo: Ocurre algo supuestamente malísimo.
Hay muchas maneras de enfrentarlo. Sin hablar de esa coletilla “todo tiene un
lado bueno”, que es una falsa tirita. Porque hay cosas que no tienen un lado
bueno. Ninguno. Se ponga uno como se ponga. Pero en ocasiones, en ocasiones veo
muertos. Lo que en un principio puede ser el fin del mundo es en realidad el
único camino para mejorar tu vida. Para no seguir sin mirar. En ocasiones es la
manera, en la vorágine en la que convertimos nuestra vida en estos tiempos
modernos, de parar y pensar. ¡Qué razón tenías Charles!
En mi caso, en plan
confesión, y sin que sirva de precedente; la gota que ha colmado mi vaso ha
sido el despido colectivo que ha ocurrido en mi empresa. Despido que me ha
afectado en primera persona, si no, no tiene gracia. Yo nunca me hubiera ido.
La estabilidad que me daba mi trabajo era mayor que mi ambición. No he querido
tener subordinados ni ser jefa. Es más, nunca he querido tener una jefa. Ese es
otro tema. He cambiado de directores, de contenido, pero he tenido mi mesa,
durante más de un cuarto de siglo. Hubiera seguido. He aprendido mucho
trabajando y me lo he pasado muy bien en el ejercicio de mi profesión. He
procurado hacer de cada etapa la más interesante. Sin elegir, metida en la corriente de lo que
me tocaba. También es cierto que la tranquilidad me ha hecho soportar
situaciones de tedio e injusticia. He vivido el mundo al revés.
Pero de pronto me
despiden. Y lo que desde fuera es un drama, para mí fue una liberación. Me
quitaron la tapa de la olla y empiezo por fin a cocer a fuego lento. He visto
todo lo que no he hecho. Lo más importante, he visto que nunca he dedicado tiempo a lo que de verdad importa. Lo que es mi prioridad por encima de todo.
Tiempo para disfrutar y cuidar de lo que es importante, los míos, mi familia.
Espacio para estar atenta, para abrazarles, para decirles cuanto les quiero.
Estar en casa, mirar qué calcetines están rotos, preparar una tortilla, esperar
a los míos y hablar con ellos más, mucho más. Cómo hacer más cómoda y feliz la
vida a la gente que más quiero. Como prioridad; no yendo a Leroy Merlin a
última hora para hacer un apaño. No. Más bien cogiendo una tela antigua y
remendando pantalones. No subcontratando el ejercicio de ser madre, mujer de,
hija de, hermana, amiga. Esa delegación nunca da alegría. He visto cómo día
tras día aparqué mis verdaderas pasiones, mis verdaderos amores con un agotamiento impuesto. No hace falta decirlo, el
cansancio provoca un mal humor con traducción inmediata. Nunca fui valiente
para parar yo la máquina. Ahora se ha encendido la luz.
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