Casi no sé ni cómo se dice, menopausia o menopausea. No te rías. A ti te pasa lo
mismo. Si el sexo es tabú no digamos la menopausia. Ese innombrable estado de
la mujer en el que deja de ser productiva. En el sentido literal de la palabra.
Se vuelve inservible para el hombre. Ya no puede darle descendencia. O más descendencia.
De un lado están las obvias consecuencias fisiológicas, y las que no lo son tanto; porque a no ser que tengas cerca a un médico mujer mayor, las tres emes, jamás te alertará de minucias respecto al bello facial y otras lindeces. (Ahora todo es susceptible de ser descrito en Wikipedia. ¡cualquier cosa antes de acudir a un especialista!) El caso es que cuando llega nadie te
ha contado nada.
Capítulo dos son los síntomas. No es calor. No. Es asfixia. El riesgo que cogerse un catarro
es poco en el momento de los temidos sofocos. Porque si es invierno y la
temperatura no llega a cero grados; la pulmonía acecha las entrañas. Las ventanas
abiertas es una insensatez; pero es que no se puede aguantar. El impulso es echarse
a la calle y respirar porque el calor es tal que no te llega el aire. Literal. Son
de admirar las discretas usuarias de abanicos que, coloradas como quinceañeras se alivian sin alterar a otros su entorno. Esas mujeres que son supervivientes en
atmósferas hostiles. Benditas sean esas santas. Algunas damas ochenteras no tuvieron síntomas. ¡No te digo!
Esas que han mandado siempre. Ellas que han tenido un irritante termostato que
les ha hecho abrir y cerrar ventanas a discreción, creando “corrientes”,
encendiendo ventiladores y aires acondicionados. Incluso al aire libre eran dueñas y señoras y a su antojo jugaban con los grados, humedades ambientales y brisas. Ellas olvidan. Claro. Y no se
lo cuentan a las que vienen después.
Es cierto que cuando el síntoma pasa, todo es
virgen. No hay recuerdo ni señal de dolor. Quizá por eso seguirá siendo la
eterna desconocida. Y a lo mejor hay que dejarla ahí. Efímera e inservible, lo
mejor es no echarle cuentas.
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