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23/11/2018

LOS PAYASOS


Dicen que los payasos son los hombres más tristes. Los payasos y los comediantes. La gente que hace reír a los demás lleva la pena dentro. Sabe lo que es. Y por eso buscan maneras de combatirla. Por eso saben cómo luchar. El humor es el camino. En su corazón albergan el dolor, y su bondad les lleva a compartir las herramientas. Humor y amor. Potente combinado.

A veces los payasos tienen un aspecto aterrador. Esos que llevan la risa pintada en la cara. Sus labios finos con las comisuras hacia abajo. Un paréntesis convexo. De lejos, en el circo, no se ve la línea de la pena que se dibuja debajo de esa grotesca boca encarnada en fondo blanco. Camiseta de rayas o cuadros de colores, zapatos enormes y pantalones saco sujetos con tirantes. Pelo de fregona. Ojos en cruz. Nunca entendí lo absurdo del atuendo. Que no pudieran andar bien por culpa de esos pies que no les sujetaban a pesar de ser grandes plataformas. Que se cayeran todo el rato, tan torpes. El físico del payaso produce más desasosiego que alegría. Es el reflejo de su pena. De su catástrofe. Esa pareja payaso listo y payaso tonto. O serio y simpático. No se sabe quién es quién. Siempre diferentes. Uno alto y el otro bajito. Payasos o humoristas más modernos se disfrazan de personas convencionales. Corbata y traje oscuro. Con voz arrastrada por el güisqui. Da lo mismo el atuendo, el esquema es sacar de la pena y la miseria algo bueno. El esquema busca la carcajada o la sonrisa tímida. Quieren absorber lo feo de la realidad del mundo. Secuestradores de dolor. Asesinos de lágrimas. Pero el esfuerzo del payaso por sacar una sonrisa al público no se puede pagar. Es lo más tierno y bonito. Un alma en pena que solo busca la alegría del otro, aunque dure muy poco. Es lo mejor. Es lo más generoso y altruista que existe. Es dar sin pedir. Es la bondad en vivo y en directo.

Para hacer reír no solo hace falta tener gracia. Casi la gracia es lo de menos, para hacer reír hay que ser fino de espíritu, hay que mirar al otro, meterte en él. Coger parte de su dolor y hacer un guiso, empanarlo con mimo, amasarlo, darle calor, hornearlo con sal y pimienta y alguna especia que traigas de allende los mares. Para hacer reír hay que ser bueno y atento. Hay que renunciar a uno. Y ser otro.

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