Tenía que ser un Golf. O un Bravo. O Brava…que tiene
guasa. Son dos conjuntos disjuntos de conductores; eres Bravo o eres Golf. La intersección es el conjunto vacío. Ambos
modos de conducir tienen algo de temerario.
Pero nada que ver uno con el otro.
Los del Golf aceleran con la alegría que les permite
el motor. Así, después de un nano
segundo esperando a que el coche que va delante ocupando el carril izquierdo de
la autopista, se aparte; bien pegadito a él, adelantan por la derecha sin
inmutarse. Los insultos y tacos quedan dentro del vehículo. El Bravo en cambio acosa al de delante, desoye
toda recomendación respecto a distancia de seguridad. Se acerca tanto que no ve
la matrícula; le da las luces, insiste con el intermitente de la izquierda.
Incluso puede llegar a tocar el claxon.
Si no se aparta, la solución es la misma que la del Golf, pero no se
ahorra enseñarle el dedo de la palabrota al despistado ocupante del carril
izquierdo, que, estupefacto, nota una alarma y la alerta binaria en lo más profundo de su sistema nervioso.
En un semáforo el primero que sale es el Golf, por
pericia, experiencia y prisa. Le sigue de cerca el Bravo; que ha atufado a los
peatones con su ruido y su humo a base de acelerones en el paso del rojo al
verde. El Bravo es competitivo. Mira a
los otros. Se mide. Se pica. El del Golf es indiferente, concentrado en la pasión de conducir. En todas las variables y posibles reacciones de peatones, otros conductores, climatología. Le gusta conducir. Visten en
invierno Barbour y chalecos acolchados. No son amantes del aire acondicionado.
Estropea el motor. Prefieren ir abrigados. En verano, las mujeres lucen sus
piernas morenas debajo de vestidos de flores. Cabello al aire. Son coches afortunados porque sus
dueños, en general buenos fumadores de Marlboro, suelen cuidar el vehículo. Se
saltan las normas de circulación conociéndolas, porque se saben tanto la
carretera, y su Golf, que es un apéndice, sus piernas; conocen por haberlo aprendido en su piel, la
velocidad adecuada en cada tramo. Conducen pegados al asfalto, cual coches de carrera o de coche. Saben la manera de tomar las curvas, si la visibilidad es nula en
un tramo en el que está permitido adelantar. Rebasan la raya continua porque
están atentos al horizonte, y ven en carreteras de dos carriles, el más allá,
las incorporaciones, los cruces, las temeridades de otros. Conocen los “ceda”
que deberían ser “stop” y frenan en seco. Y los “stop” que no hay que hacer a
no ser que haya testigos uniformados o recaudadores al acecho. Eso sí, al menor ruido extraño, intervienen;
ya sea ellos mismos o su mecánico de confianza.
Sus máquinas funcionan como relojes suizos. Porque las cuidan. En cambio,
los de los Bravos fuman Ducados o Winston. Beben a morro de latas de bebidas
isotónicas que espachurran y tiran en cualquier sitio. Conducen con camisetas que dejan los hombros al aire, enseñando la
mata de pelo de las asxilas y algún que otro tatuaje de amor de madre. Tipo Marlon Brandon en un tranvía. Pero ya
quisieran ellos. Del espejo retrovisor interior cuelgan un par de abalorios. Han
tuneado el vehículo con mil filigranas, desde asientos forrados con esas mantas
de bolitas masajeadoras hasta cojines bordados. La música la escuchan a un
volumen tal, y es tan hortera, que no distinguirían ninguna señal que les mande
el motor a no ser que se encienda una luz en el enorme salpicadero. Al llegar a
la gasolinera limpian el parabrisas con el utensilio especial que guardan entre
las herramientas. Y se echan el trapo al bolsillo de atrás del pantalón. Un estrecho pitillo por el que asoma el calzoncillo. Abren el capó y miran el motor como si
entendieran lo que ven. El más sensato se rasca la cabeza y cierra deprisa.
Los Golf aparecen por la retaguardia. No importa la atención
que prestes, siempre te pueden sorprender. Aparcan de una sola maniobra. Son
capaces de recorrer Sevilla marcha atrás. Circulan perfectamente por las
rotondas, sin interrumpir, usando los intermitentes. Evitan atascos sin GPS. En
fin, los conductores de Golf son conductores, el resto, aprendices.
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