Dibujo de Eduardo Mazariegos |
El peatón es un ser autónomo. Solo depende de sus
propias ganas, energía y movilidad para deambular. Como libre que es, tiene capacidad
para realizar todos los movimientos, rotación, traslación y, si se pone,
nutación. Se puede parar o variar el ritmo de repente, cambiar de trayectoria
en todos los ángulos, andar en sentido contrario, agacharse. En fin. Las paradas no son obligadas en general, ni se deben a necesidad de gasolina
ni recargar; salvo que quiera hacer un alto en el camino para un símil con aperitivo o café; voluntario es pararse a charlar con otro de su misma condición. Sin olvidar el motivo más
importante del cambio de rumbo sorpresivo, que es entrar en un comercio. El
conductor también tiene comportamiento sorpresa a su paso por un escaparate. Su
reacción depende de tantas variables que la hacen imposible de predecir, por eso
es sorpresa. Influye la edad y el sexo, sobretodo el sexo. Pero también la
prisa, la hora del día, la meteorología, el número de niños que lleven de la
mano, en carrito o a hombros, la compañía, el humor, el bolsillo, la cuenta
corriente.
Volviendo al peatón, éste ve condicionada su vida y
su camino por el paso de cebra. Este elemento que en general acompaña al
semáforo obliga a cambios indeseados de itinerario y ritmo. Coarta su
libertad. Le corta las alas.
Hay ciudades con manzanas enormes en las que el
peatón, para cruzar la calle, debe recorrer el triple de distancia que si lo
hace atravesando en perpendicular la calle. Es frecuente cruzar sin hacerlo por
el paso de cebra. Para peligro de él y del conductor desatento. Igual que hay
pasos de cebra peligrosísimos, situados por ejemplo muy cerca de la salida de
una boca de metro, o de un centro comercial o un museo. El flujo de personas andando es
tal que el conductor que no cree en la frecuencia de suburbanos cada dos
minutos, torna creyente. No da tiempo a veces a colarse entre las hordas; se
forma una fila de coches que pitan sin ver al primero que no ve hueco para rebasar la barrera humana. Incrédulos ante la
tardanza desesperan los atados al volante. Se bloquean cruces. Y el flujo de gente sigue, lento pero seguro. Si hay una
excursión de japoneses, el uso del freno de mano es menester. La cara de los
andadores es de revancha. Ahora esperas tú. Incluso algún rezagado que iba a
permitir al impaciente conductor desatascar el paso por fin, acelera y echa una
zancada de galgo para reivindicar su derecho.
El caso es que, el manido talante es muy distinto en
la nutrida fauna de peatones. Desde el punto de vista del conductor. Éste
último puede ir circulando despacito por una calle de un solo carril (y
sentido, que no es obvio). A lo lejos hay un paso de cebra, y una mujer con su
carro de la compra y el bolso en bandolera para que no le roben, espera
paciente en la acera. Cuando el conductor está a punto de pisar las rayas
blancas, ella le mira desafiante y echa la pierna, o el carrito si es prudente.
Espera a que llegue el coche a su vera para empezar a cruzar, cargada de
razones. Y de imprudencia. Porque al vehículo se puede deducir, que el “cruzante” en cuestión no lo es, sino que
está esperando algo. También los hay que cuando el coche frena en seco al
llegar al paso de cebra, se disfrazan de guardias de tráfico y empiezan a gesticular
para que no se detenga la circulación. Tales personajes suelen se varones, que
no les gusta, coquetos, que les vean pasar despacito o que su galantería es tal
que dejan pasar a chicas conductoras. Un modo de recuperar el mando. También entran en el estudio los niños, que se saben con derecho a cruzar. Una cosa es que tengas preferencia y otra que tomes precauciones, aunque sea mirar solamente. Ya si se quitan los cascos el riesgo cae en picado. Falta hablar del origen del peatón. Mucho cuidado con los periféricos. Mucho más atrevidos que los de provincias que vienen a pasar el día a la capital. Éstos son prudentes, casi miedosos. Los de las urbanizaciones son temerarios como ancianos.
En ocasiones se llega a las manos, o al juzgado, por
el tema de las preferencias. En mi pueblo, donde también tenemos pasos de cebra,
claro; un día tuvimos lío. Un motero atropelló al dueño de un bar. El primero denunció al segundo, o al revés, da igual. En las alegaciones el
abogado defendió la inocencia del conductor porque el orondo caballero estaba saliendo
de un bar (el suyo, donde trabaja de sol a sol), segundos antes del incidente, ¡vete
tú a saber cómo iría!, y no estaba cruzando por el paso de cebra, sino por
la calzada. Temerario. Poca gente de mi pueblo sabe dónde está el paso de cebra más cercano a ese bar, si es que no se ha despintado el último invierno. Ganó el motero. La estupidez de aplicar la normativa sin sentido común tiene
sombra alargada, como la del ciprés.
Conocemos por experiencia carnal o virtual la
existencia de pasos de cebra con indicaciones: “mire a su derecha” “mire a su
izquierda” en esas ciudades cuya circulación zurda inquieta a los mayoritarios
habitantes de ciudades diestras cuando las visitan y salen de su zona de
confort. O esos puntos calientes de concentración peatonal donde se juntan
tantas calles que hay pasos de cebras solapados entre ellos, en diagonal, los llaman. Para hacer un
estudio. Un detalle peculiar el de nuestra alcaldesa de escribir frases y
poemas paralelos a la acera, para entretener la espera por si los veh
ículos pasan haciendo caso omiso de las rayas blancas. El caso es que el conflicto es compartir calzadas siendo tan distintos. Las diferencias provocan conflictos, a veces mucho aprendizaje. Ahora con bicicletas, patinetes y lo que se invente habrá que estar atento. No imaginaban Asimov y su panda el lío que íbamos a tener tan pronto sin salir a otro planeta a vivir. Normal, que antes del paso de cebra se coloque siempre una señal de peligro. Porque lo tiene.
ículos pasan haciendo caso omiso de las rayas blancas. El caso es que el conflicto es compartir calzadas siendo tan distintos. Las diferencias provocan conflictos, a veces mucho aprendizaje. Ahora con bicicletas, patinetes y lo que se invente habrá que estar atento. No imaginaban Asimov y su panda el lío que íbamos a tener tan pronto sin salir a otro planeta a vivir. Normal, que antes del paso de cebra se coloque siempre una señal de peligro. Porque lo tiene.
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