En
potencia ella se llevaba genial con su suegro, hombre de letras y emociones. En
realidad; un infarto el día antes de que se conocieran, dejó huérfano de padre
y madre al hijo único. Así es que ella nunca supo lo que era ser nuera, ni
tener familia política.
En
potencia eran cómplices. Se querían de verdad. Anticipaban deseos y detalles.
Pero fueron incapaces de hacérselo saber el uno al otro. Vivieron solos sin
sentirse queridos. Y queriéndose a rabiar. Llorando de amor.
El
uno se sentía solo. La otra se sentía sola. Dentro de su amor. Se reprochaban
sin palabras: falta de atención, falta de diálogo, falta de cariño, falta de
consideración; pensaban uno a la cara del otro ¿cómo no se dará cuenta? De
evidente que era, ni nombrarlo pudieron. Presuponiendo uno que era cristalino
se avergonzaban de la sola posibilidad de verbalizarlo. Eso no se dice. Eso no se toca. Sintiéndose el otro ninguneado y
solo. En potencia, lo hablarían. En realidad, sus almohadas se empaparon de
grandes silencios seguidos de caras largas y gestos de tristeza o enfado.
Cabreos solitarios, lágrimas solas. ¿Cómo pudo ser? Pues fue. No había desamor
sino distancia. Las ventanas de uno se cerraban preparándose para la inmersión.
El otro no podía más que enfadarse sobre mojado. Sin ser capaces de enfrentar lo
que les separaba, que era un fino muro de papel. Pero había que romperlo. Uno
fue hundiéndose bajo el agua calma. Le estallaban los oídos por el peso de lo
que llevó hacia abajo. Solo. El otro llenando de flores los rincones. Y al revés.
En el momento de mayor soledad del detallista, vestido de gritos al principio,
de distancia después; encontraba al otro cocinando ollas de amor colmadas de
lágrimas y sonrisas llenas de esfuerzo y amor. El alimento lacrimógeno solo
engordaba el enfado y la pena. Se había roto la armonía, iban desacompasados.
Es
cuando se transforma lo bueno en malo. Él ofrece un brindis y ella piensa que
ha olvidado una promesa. Ella agasaja con amigos y parientes y él piensa que
ella ha olvidado que quiere pasar tiempo solos. Las buenas intenciones no
bastan. Deberían. En potencia, las buenas intenciones son la solución. En
realidad, no son suficientes. Faltan las palabras. Un bocado exquisito se
convierte en una pesa que cambia el gusto y la balanza. Ella se levanta pronto
para que todo esté preparado y agasajar su vuelta. Él se lo toma como abandono
y desinterés. ¿Cómo el amor no puede arreglar los malos entendidos? En
potencia, el amor lo puede todo. En realidad, los obstáculos a veces son más
fuertes de lo que imaginamos. Voluntades
de hierro que se arquean ante lo más doloroso, la indiferencia de los seres
queridos, el desprecio, el no aprecio. Volvernos invisibles al otro, aunque le
amemos con toda la fuerza del mundo.
Aunque empeñemos nuestro corazón en hacerle feliz. Dicen que no es eso
el amor. Ahora hay teorías para todo. Para demostrar una cosa y la contraria.
Para abandonarse en comportamientos fuera de la moral o la ética. Vale todo, cualquier cosa. Pero la verdad
está en el corazón. Y un corazón que ama no entiende la diferencia de lo que en
potencia pudo ser y lo que la realidad rompe.
En
potencia tenían la vida por delante para ser felices. Rodeados de buenas
personas, como ellos mismos, hijos exitosos y guapos. Más buenos que guapos.
Guapos por dentro. Que todo sale. Trabajos bonitos. En fin, objetivos iguales o
afines, la paz mundial y el amor entre los pueblos satirizaría alguien. Bueno.
En potencia la vida era bella. En realidad no. En realidad, había un mar de
infelicidad sobre el que navegaban sin rumbo. Arenas movedizas en la base de su
amor. Licuefactó el cimiento de su relación. En potencia todo tiene
solución. En realidad, la rotura de un
corazón conlleva un trabajo y dedicación para él no está cualquiera preparado.
Es necesaria mucha renuncia, una falta total de egoísmo. Es menester la mayor
de las generosidades. En potencia ambos dan el perfil de no proteger su
ombligo. En realidad, los factores son tantos en la vida que no se pueden
dominar. En potencia es posible la alegría. En realidad, solo hay muerte. Un
enorme cuchillo saja la cuerda de la existencia. Un taladro sin fin elimina
toda posibilidad de llenado. Se vacía la esperanza.
En
potencia ella hacía tartas que daban olor a galleta a la casa entera. En
realidad, lo subcontrataba todo. Daba muy buenas explicaciones, tantas que
tardaba más que en hacerlo ella misma. Pero era incapaz de enfrentarse al
fracaso. Uno pequeño, que no subiera la masa, pasarse de azúcar. Mirar a la
cara, al cabo, a la dificultad cuya superación te hace crecer. Así que en
potencia ella era una excelente repostera. En potencia y a ojos del mundo
entero que degustaba sus dulces como transmisores de amor. Cada día: hoy hago
tarta de limón, hoy de manzana, de queso. En potencia las cocinaba todas en
realidad se alimentaba de bolsas de patatas baratas sin sacarlas del envoltorio
y colocarlas en un bol, pringándose de grasa y sintiéndose fatal después. En
realidad, ella se llenó de amargura en su fracaso; incapaz de equivocarse y
resolver el fallo, se fue haciendo pequeña. Se fue debilitando hasta somatizar
su pena en forma de enfermedad real. Para que por fin pudieran mirarla. Para
por fin poder pedir ayuda. Nada dulce llenaba sus días. Y mira que lo soñaba.
Ya desaparecida.
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