Los nombres son importantes. Sujeto, verbo y predicado. Intento siempre recordar una norma básica que me explicó el mío, mi padre, una norma infalible no solo para escribir, también para hablar, para que se te entienda hija. Sujeto, verbo y predicado. La regla no era suya, era de Néstor, su jefe, ucraniano que vino a España hace muchos años, de la mano de Triska. Nunca entendí porque Néstor era Néstor, nombre propio y Triska era Triska, apellido. Pero así era. La historia de estos dos hermanos de apellido diferente es otra. Una de las lecciones de Néstor era sobre el lenguaje. Ante la maraña que el discurso español supone, ante el barullo de comas, espacios de mayor o menor duración, ante frases subordinadas eternas (como ésta que me está saliendo), ante esas frases en las que identificar el sujeto es una labor de espeleólogos, Néstor, ingeniero de profesión, tenía una eficaz receta: Sujeto, verbo y predicado. De esta forma pretendía estructurar los paréntesis que se abren en el discurso escrito y oral. De esta forma quería acercar a su mente nevada el calor peninsular, lleno de esdrújulas y huecos llenos de adjetivos más o menos afortunados. Recuerdo un día en el que, en el trabajo, tuvimos que traducir al inglés un texto técnico del jefe. Nuestro jefe, de mente disciplinada, ingeniero en la sangre, militar de estructura; magnífico pintor de acuarela, construía frases que ocupaban una carilla de un folio. Traduce tu eso al inglés. En español lo veíamos claro, pero con nuestro parco conocimiento de la otra lengua nos era imposible construir análogo discurso. Recurrimos al truco: SVP, sujeto verbo y predicado.
Los nombres son importantes. He abierto paréntesis, corchetes, llaves, corcheas, semicorcheas. Pero vuelvo. Mi padre me dio el nombre, dijo ella cuando le preguntaron quién era él, tenía la niña cuatro años. Y es que es trascendente. Otros hablaron de la profesión de él, altura, genio, carácter. En el caso de esa niña, el nombre podría haber sido otro, más sonoro, riguroso, musical, con rima fácil; pero la madre tuvo una resistencia interna de origen desconocido, bloqueó la baraja de la distinción y no pudo aceptar una digna mención que el padre quería hacer. Se pactó un nombre neutro para un ser único. El nombre que podría haber sido era homenaje y la madre muchas veces se pregunta si ese fue el principio del fin. La madre se pregunta el porqué de su cerrazón en tan sensible asunto. Tenía miedo, mucho miedo, ahora lo sabe, aunque es demasiado tarde, pero entonces no encontraba las palabras para explicarlo. ¿Se arrepiente? Cada día. En el corazón de la madre germina desde que dio a luz, el nombre que el padre quería poner a la hija, que es quien es y hace honor a ese nombre que es único. Lo honra cada día.
Cuando se te adjudica un nombre, nadie sabe quién serás. Nadie sabe cómo serás, si te "pegará" ese par, tres, cuatro sílabas que te han adjudicado al nacer. Que por tener un padre o madre homónimo, llevarás con honra y gusto su herencia cada día. El futuro nos es incierto. El largo plazo que se mira en los ojos del bebé reciente es lo más parecido a la incertidumbre. Quizá no haya que darle tantas vueltas. Mira que hay Adolfos distintos y famosos por gestas cuya intersección es el conjunto vacío. Y no digamos Pacos, de Goya al Generalísimo hay años e inmiscibilidad. De Mussolini a Pérez Galdós, incluso entre dos conocidos Pablos, hay distancia. Según una hermana mía nosotras nos llamamos así porque a mi padre le gustaba Sorolla. No lo sé, a su padrino el nombre de ella le gustaba, aunque le olía un poco a jabón. Mi hermana pequeña fue el punto y aparte, nacida el día de la fiesta nacional, fueron a llamarla como alguien muy querido en la familia, para gran disgusto de los aficionados a las onomásticas.
El caso es que a veces se le hace una pequeña faena al hijo, que se llame como el día que nació, como su tía la del pueblo, como el médico, que se lo prometía. Hay promesas que traen cola. Aunque nunca se sabe. De pequeños hacíamos risas al respecto, claro. Con las palabras se jugaba, con las rimas, palabrotas, motes se construían pequeñas maldades. O grandes. Resulta que hay un chaval en no sé dónde que se llama Usair. ¿Por qué? Pues porque la madre trabajaba en un hospital durante la guerra mundial, y a él llegaban cartas con el sello de los Estados Unidos de América. En dicho sello figuraban las letras U.S. Air Mail. La romántica voluntaria se preguntaba quién escribiría tantas cartas, pensando que era un remite. Ante la certeza de que ese padre, que tanto quería a su hijo, le había perdido, decidió llamar a su hijo Usair, por él. Por el soldado desconocido. Me parece precioso. Destierra este apodo a las Dolores Fuertes de Barriga, Armando Guerra Segura, Ana Mier de Cilla. Estos últimos no son actos fallidos sino faenas que los progenitores les hacen a los hijos, más allá de la broma. Hay que ser niño y estar en clase, y que cada día pasen lista. La bromita de los padres, ya se la podían haber ahorrado.
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