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NO ESTOY DEPRIMIDA. ESTOY TRISTE
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LOS BESOS METRALLETA
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EL RUNRUN
El runrún mata la alegría, destruye a las personas, acogota la felicidad. Impide la vida. Hace más daño que una enfermedad. ¿Has visto a fulano? Pues no sabes cómo iba ayer. Yo no quiero decir nada, pero parece mentira de lo buena familia que viene y él por ahí tirado como una colilla se pasa las tardes. Que dicen que le han visto con Mengana. Otra que tal baila. No me digas. Si hija. No me cuentes. No si yo no te quiero decir nada, pero es que su hijo va con la tuya. A ver, que tu hija es buena buenísima. Pero ya sabes dime con quien vas. Y así, la vida entera. Con las amigas, con el marido, con los hijos, compañeros. Malmetiendo, como un sacacorchos, hundiéndose y rompiendo a la vez. Y zurra, y dale. ¿Qué no quieres decir nada? ¡Lo que te habrás callado! Es increíble. Menos mal que no quería decir nada. Cuando una conversación empieza por ahí, mal asunto. Hay que salir corriendo. Porque lo que viene después solo puede ser veneno. Hacen círculos de criticas y dimes y diretes en los que no hay títere que aguante su cabeza. Ni por un momento pienses que tu no eres foco. En cuanto te alejes, cogerá carrerilla pues mira lo que me ha dicho, hay que ver lo rara que está , si yo no he hecho nada, pues no sé por qué se enfada.
No me extraña que el hombre muera antes que la mujer. Porque eso no hay quien lo aguante. Es un desgaste físico, mental, emocional. No queda nada más que el chisme, el cotilleo. Siempre hablando de los otros. Lo que hacen, lo que no hacen, lo que les dicen o les dejan de decir. Al final todo es malo. Si uno habla, por lo que cuenta; y si se calla por lo que oculta. Las mujeres runruneadoras no tienen límite, son insaciables. Además, cuentan tanto que olvidan. Porque su incontinencia es bestial. Lo que les entra por un sentido lo escupen por otro. Es imposible pedirles silencio. Por mucho que les digas que no quieres oír. No dejan nada. Ni espacio para el otro. Invaden y ocupan como la lava. Matan la vida y no dejan brotar. No descansan. No se puede luchar contra ellas. Solo se puede coger distancia.
EL TIMO DE LA ESTAMPITA
10/09/2018
¿QUÉ TAL TODO?
08/09/2018
TE ECHO DE MENOS
LAS DEPORTIVAS O UNOS TENIS. CUESTIÓN DE CLASE
MOLINOS. ANA
06/09/2018
HE VISTO A PATXi
02/09/2018
ESE NIÑO QUE SE PASA EL DIA LLORANDO
He llegado a la
conclusión de que su madre es mala. No puede ser otra cosa. O su padre. O los
dos. No se oye otra cosa más que su llanto en cuanto cae el sol. Llora, llora y
llora sin consuelo y de pronto una voz masculina suelta “a dormir” y él
enmudece para coger fuerzas y volver a berrear. Visualizo que ocurre en cuanto
sale por la puerta el de la voz grave. Aunque estoy empezando a imaginar,
después de noche tras noche sin consuelo, que la instrucción la puede dar desde
otro cuarto, sin levantarse, el padre, mientras afila los cuchillos para la
próxima maldad que maquina. Mientras escucha las fechorías de las que se
enorgullece la madre al atardecer. Mientras se quita el disfraz de persona con
el que tapa su traje de bruja. “A dormir”. Y ya está.
Los niños cuando
lloran, lo hacen para comunicarse. Porque no saben hacerlo de otra manera. Pero
a este pobre chaval, que ya vuelve con deberes del cole, no le calmaron en su
día. No le cambiaron el pañal ni le arrullaron y ahora llora porque lo ha hecho
siempre. Llora por todo, no porque sea un mimado o esté malito, llora para
dormirse, como hacía de bebé cuando tenía motivos. Cuando no le calmaron,
cuando lloraba por sed, hambre, por lo que fuera. Ahora lo hace por costumbre.
Es su forma de encontrarse con el niño que fue, de conciliar el sueño. Y de
tanto llorar me va a hacer llorar a mí también. El que no quiera tener niños
que no los tenga. Y el que se crea que hay que dejar que los niños lloren hasta
que se hagan mayores, pues que tampoco tenga hijos. O que vivan muy lejos. Que
no quiero verlos.
PLUSCUAMPERFECTO MUCHI TAREAS
YO TODO SE LO DEBO A SALINGER
Hay una generación que se lo debemos todo, o casi
todo; que no es lo mismo, pero es igual, a Salinger. A Salinger y a su
guardián. O a Salinger y su guardián. O al Guardián de Salinger. No lo sé.
Da igual casi lo que
contara el libro. Aunque es lo más importante, lo que cuenta. Da lo mismo la
historia. Aunque la historia es la esencia. Pero cómo lo cuenta. El camino que
descubre, a través del lenguaje para filmar el trozo de vida que narra. Es fascinante.
Limpio, fresco y tan directo que da susto. Quita todos los filtros de los que
el lenguaje convencional dispone, para edulcorar y hacer bello el relato.
Desnuda el cuento. Le quita la piel.
Le debemos a Salinger.
Porque nos enseñó que lo que se siente se puede decir tal cual; que existen
palabras, expresiones, para todo aquello que bulle en tu alma. Que es mucho más
sencillo. Y doloroso. Que basta una sola voz. Una interjección resume el dolor
y la alegría. Nacieron vocablos viejos que en nuestra boca eran una seña
identificativa de comprensión. Porque sólo quien se había leído “El Guardián”
podía utilizar la palabra cretino con propiedad. Se estableció una red de
comunicación secreta por la que todo aquél que había leído el Guardián,
pertenecía, sin saberlo a una sociedad que nació a la sombra. Teníamos algo en
común de lo que no era necesario hablar. Y era mágico.