Preguntar "¿qué tal todo?
" y decir "tío no me cuentes que no me interesa" son sinónimos
en la mayoría de las ocasiones. Porque
no se puede responder a esa pregunta. No. ¿Cómo que qué tal todo? No hay
respuesta, ni breve ni larga. Es una cuestión vacía. Formal. Aunque hay quien la pueda interpretar
como cariñosa. No tiene ni idea. No digo
yo que vaya con mala idea la preguntita en sí.
La realidad es que la intención es inocente. Es una fórmula. Un convencionalismo que usan los torpes para
rellenar silencios cuando no se les ocurre nada inteligente que pueda salir por
esa boquita. Preguntar "¿qué tal todo?" y no decir nada es lo mismo.
Para eso, lo mejor es callarse. O no. Los italianos tienen expresiones buenisimas, gestuales. Ante semejante interjección unirían las yemas de los dedos de ambas manos, ambas mirando al techo y balancearían arriba y abajonlos codos. Muñecas rígidas. Movimientos cortos dirigiendo las yemas a los hombros, sobre un plano horizontal que está ligeramente por encima de las caderas. What? Diría un yankee.
A veces el receptor, siempre
necesario en esta situación, se bloquea ante la demanda. Está tan lleno y tan
vacío a un tiempo que, ante una invitación de esta categoría, siente una
inmediata disposición a agarrarse, aunque arda el clavo. Aunque queme. Lo
difícil es por dónde empezar. Ante la falta de filtro del emisor que, por pereza
o estupidez no ha sido capaz de dirigir la pregunta a un hecho en concreto.
Exámenes, familia, trabajo, en fin; centrar un poco el tiro tampoco es tan
difícil. Es sólo necesario disponer de un mínimo interés; deferencia, al menos,
de que la pregunta emitida va dirigida a una persona en concreto y no son un
grupo de palabras que podían lanzarse contra cualquiera. Ante la vaguería o
tontería del "preguntador", el preguntado se ve en la tesitura de
filtrar y decidir qué le cuenta. Si le habla de su reciente ascenso laboral,
quizá algo presuntuoso. No. Le puede contar que ha salido bien la cirugía que
le hicieron a su primo. De hecho, acaba de hablar con él. No. No conoce a su
primo el de Cuenca. A lo mejor le puede contar que los mellizos se casan. Sí. A
la vez. No. No son mellizas ellas. Eso quizá es de lo más inocuo. Si se trata de
a elegir entre cosas buenas y malas, siempre es mejor lo bueno, lo malo aburre.
Si escoge entre enfermedades o celebraciones, mejor lo último. El otro siempre
te puede rebatir con alguna operación a corazón abierto en la que está
implícito un "pues anda que a mí".
En fin, que después de darle muchas vueltas, lo que se
merece es un disparate. Tipo: Me han nombrado asesor personal del rey. O me he
enamorado de Robert Redford y mañana viene a verme. A mi hijo le han elegido
para ser abanderado de las próximas olimpiadas. ¡Yo qué sé! Ante preguntas
absurdas, al menos pásatelo bien al contestar. La otra opción es no decir nada.
Un lacónico “bien” cerraría una conversación que nunca tenía que haber
empezado. Pero no es bonito. Es bueno que te pregunten cómo te van las cosas. Y
que tú se lo cuentes. Y hablar. Mecer el tiempo con largas charlas
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