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27/09/2018

NO ESTOY DEPRIMIDA. ESTOY TRISTE

Sí.  Porque cuando se le adosado a alguien la etiqueta del diagnóstico se oye el suspiro de alivio.  Igual que a mi padre. Después de meses con febrícula, 37,5 un día detrás de otro. Sin tos ni mocos. Con resultados de libro 3n los análisis.  La tensión perfecta.  Las pulsaciones de un ciclista, distantes y serenas. Después de visitas mensuales a especialistas, consultas semanales recurriendo todas las salas y todos los despachos.  Después.  Reunión de pastores.  Cinco médicos alrededor del médico consorte, mi padre.  Es una FOD. Exclama triunfante en más veterano. Aquél cuya frente ha crecido hasta unirse casi con la nuca. Uh estallido de emoción y aplausos llena la salita. Carcajadas.  Compadreo. Abrazos. A excepción de la consorte, esto es, mi madre. Ella, analítica; con ese sentido del humor castellano inexistente, mira entre perpleja y agradecida a sus colegas.  ¿Qué es una FOD? Pregunta, casi sin querer, mi padre.  El que enarbola la bandera debla prudencia y jamás discute una decisión ni pide una segunda opinión; por primera vez se inquieta ante esa algarabía de risas y comadreo. Fiebre de origen desconocido.  Recita la consorte, la analista, mi madre.  Mi padre estalla en risa. Cuando las cosas tienen nombre se enciende la luz de la razón y el entendimiento.  Él se suma a las risas.  Mientras tanto la castellana duda. Sin vodka eso no se entiende.  Y mi madre ha sido siempre de la liga antialcohólica.
Pues con la pena lo mismo. No es que estés deprimido. Es que estás triste. Porque cuando te etiquetan de depresivo, peor todavía, aunque la preocupación del diagnóstico es severa, se instala una suerte de paz en el contrario.  Que tenga nombre quiere decir que tiene tratamiento, quizá.  Que tiene nombre es que hay un cajón en el armario de la sabiduría en el que cabe lo que te pasa. Y entonces vienen los consejos.  Tienes que salir más, haz ejercicio, ponte guapa. Cambia la casa, vete a la pelu. Todo lleno de la buenísima voluntad de aquéllos que te quieren, pero a la postre se trata de un maquillaje.  Que ni sirve de nada. Solo para que el que te ve llorar alivie su angustia pensando que estas mejor. Pero ni funciona así.
La pena hay que pasarla y mirarla de frente.  Con o sin ayuda. Pero como no la pases y la entiendas bien, se incrusta en tu alma mortal; y cuando menos te lo esperas, brota con mucha más fuerza.  Da un coletazo de pez moribundo. Así es que, no queda otra. Enfréntate a ella, lucha. Como la mala hierba, que por mucho que quitas vuelve a salir. Mira bien en los rincones, fumígalo todo.
Lo malo de estar triste es la debilidad que se apodera de uno en tales circunstancias.  Aun así, es cierto, hay que seguir; pero nunca tapar tu pena. Nunca bebas si estas triste. Creo que es el mejor consejo.  Eso de beber para olvidar es peor que el rímel. Aunque unos güisquises con los amigos de vez en cuando dan coraje para volver a la carga. ¡You kill my father, prepare to die!

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