Sí. Porque cuando se le adosado a alguien la
etiqueta del diagnóstico se oye el suspiro de alivio. Igual que a mi padre. Después de meses con febrícula,
37,5 un día detrás de otro. Sin tos ni mocos. Con resultados de libro 3n los
análisis. La tensión perfecta. Las pulsaciones de un ciclista, distantes y
serenas. Después de visitas mensuales a especialistas, consultas semanales
recurriendo todas las salas y todos los despachos. Después.
Reunión de pastores. Cinco
médicos alrededor del médico consorte, mi padre. Es una FOD. Exclama triunfante en más
veterano. Aquél cuya frente ha crecido hasta unirse casi con la nuca. Uh
estallido de emoción y aplausos llena la salita. Carcajadas. Compadreo. Abrazos. A excepción de la
consorte, esto es, mi madre. Ella, analítica; con ese sentido del humor
castellano inexistente, mira entre perpleja y agradecida a sus colegas. ¿Qué es una FOD? Pregunta, casi sin querer,
mi padre. El que enarbola la bandera
debla prudencia y jamás discute una decisión ni pide una segunda opinión; por
primera vez se inquieta ante esa algarabía de risas y comadreo. Fiebre de
origen desconocido. Recita la consorte,
la analista, mi madre. Mi padre estalla
en risa. Cuando las cosas tienen nombre se enciende la luz de la razón y el
entendimiento. Él se suma a las
risas. Mientras tanto la castellana
duda. Sin vodka eso no se entiende. Y mi
madre ha sido siempre de la liga antialcohólica.
Pues
con la pena lo mismo. No es que estés deprimido. Es que estás triste. Porque
cuando te etiquetan de depresivo, peor todavía, aunque la preocupación del
diagnóstico es severa, se instala una suerte de paz en el contrario. Que tenga nombre quiere decir que tiene
tratamiento, quizá. Que tiene nombre es
que hay un cajón en el armario de la sabiduría en el que cabe lo que te pasa. Y
entonces vienen los consejos. Tienes que
salir más, haz ejercicio, ponte guapa. Cambia la casa, vete a la pelu. Todo
lleno de la buenísima voluntad de aquéllos que te quieren, pero a la postre se
trata de un maquillaje. Que ni sirve de
nada. Solo para que el que te ve llorar alivie su angustia pensando que estas
mejor. Pero ni funciona así.
La
pena hay que pasarla y mirarla de frente.
Con o sin ayuda. Pero como no la pases y la entiendas bien, se incrusta
en tu alma mortal; y cuando menos te lo esperas, brota con mucha más fuerza. Da un coletazo de pez moribundo. Así es que,
no queda otra. Enfréntate a ella, lucha. Como la mala hierba, que por mucho que
quitas vuelve a salir. Mira bien en los rincones, fumígalo todo.
Lo
malo de estar triste es la debilidad que se apodera de uno en tales
circunstancias. Aun así, es cierto, hay
que seguir; pero nunca tapar tu pena. Nunca bebas si estas triste. Creo que es
el mejor consejo. Eso de beber para
olvidar es peor que el rímel. Aunque unos güisquises con los amigos de vez en
cuando dan coraje para volver a la carga. ¡You kill my father, prepare to die!
No hay comentarios:
Publicar un comentario