Me encantan los besos metralleta.
Se esfuman problemas de protocolo o costumbres locales respecto al número de
ósculos, si es uno o dos o hasta tres los besos que corresponden a un saludo. Se
puede empezar por la izquierda o por la derecha, a voluntad, y según te pille
la postura y la mejilla. No hay peligro de choque de bocas inintencionado. Los
besos metralleta se dan en la parte de la cara que te apetece, vale la frente. Y también vale repetir en ambos mofletes, por
ejemplo. Son terapéuticos y
sonoros. Los besos metralleta se dan
cogiendo uno a otro la cara por la mandíbula, hasta los pómulos. Una palma a cada lado. Cubriendo la cara casi
entera. Algunos dedos casi llegan a la nuca; donde nace el pelo alborotado. Las
manos sujetan la cabeza toda.
Los besos metralleta duran lo que
a uno le da la gana y son unidireccionales. Pero se pueden devolver. Aturden al besado de lo contenido y querido
que se siente. Los besos metralleta elevan al homenajeado. De verdad. Lo alzan
de gusto y físicamente lo separan un poco del suelo. Las puntitas de los dedos
de los pies, casi rozan el polvo. Formando un ángulo de 45 grados con la
horizontal. Los gemelos en tensión. Brazos asidos al antebrazo del otro, o lánguidos
pegados al cuerpo. Los besos metralleta lo distancian de tierra firme. Le
llevan más cerca del cielo de lo que nunca se puede estar con un solo gesto.
Los besos metralleta se dan
cuando a uno le da la gana. Valen para mayores y pequeños. Pero, ni cualquiera
los sabe dar, ni todos son capaces de recibirlos. Ruborizarse no significa que
no los toleres. Al revés. La turbación es a veces una señal que indica que se sienten. Que se merecen. Se entienden. Los besos
metralleta tienen la propiedad transitiva. Cuando uno es receptor idóneo puede
darlos. ¡Toma ya! Anda, ven, que te voy a dar yo un beso metralleta.
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