El
que inventó el despertador con la opción de "posponer" era un
fenómeno. ¿Qué no? A ver, que levante la mano el que no la ha usado.
Cuando
uno se acuesta, elige entre despertador y encomendarse a las ánimas benditas
para abrir el ojo a tiempo. No porque sea más seguro, pero lo convencional es
fijar la alarma. Y ahí viene lo jugoso. ¿A qué hora lo pongo? Si te
encomiendas, las siete son las siete. Pero si usas el despertador (hoy es
sinónimo del móvil) surgen las dudas. Si te tienes que levantar a las siete
para que te dé tiempo a desayunar y a tus abluciones matinales, a recoger un
poco y a preparar lo que sea menester... Si te tienes que levantar a las siete
según tus cálculos, hay quien fija la alama a las siete. Otros a menos cuarto.
Y los más osados a las siete y media.
¿Qué
pasa al día siguiente? Suena el ring o el pío pío. Hay dos tipos de personas:
las que saltan y se ponen en marcha y las que gruñen apacibles y optan por
posponer. El magnífico y conocido placer conocido como remoloneo. Los primeros
cinco minutos son de coeficiente de seguridad. Es decir, no pasa nada por
levantarte cinco minutos más tarde. Algo menos de lectura en el primer momento
del baño. Que se te adelante alguien, eso puede revestir gravedad dependiendo
del número cuartos de baño por miembro de la familia o habitante del hogar. Poco
más. Pero después de esos cinco vienen otros cinco, y van diez. Y otros cinco.
Un cuarto de hora. Llegar a las siete y media, sin un sueño reparador, en la
bruma del deseo de recuperar los sueños, ocurre sin darte cuenta. La cabeza
bulle en un me ducho en vez de bañarme, mañana me lavo el pelo. No desayuno,
total, tengo todo preparado. Cojo el coche, mañana voy en metro. De verdad. Y
te dan las ocho menos cuarto. Entonces, a volar. Y ese placer que has soñado el
que salta de la cama no lo entiende nunca. Ése, pone el despertador a las 7:45,
menos cuarto. Para el del remoloneo es inviable esa opción. Disfruta
postergando. O no. Es una mezcla entre el deber y el placer. Que no lo puede
resistir. No tiene que ver con la pereza. No es pecado ni venial, ni falta es.
Simplemente le gusta postergar. Empezar un poco más tarde.
Esas
dos mentes son distintas. No hay porqué preocuparse. Uno no es bueno y el otro
malo. Uno no es tonto y el otro listo. Son teorías de la vida diferentes. Y uno
no puede convencer nunca al otro de que lo suyo es lo mejor. Es frecuente que
las parejas estén compuestas por un miembro de cada grupo. Polos opuestos se
atraen. Pero no es motivo de preocupación. Solo de tolerancia a la diferencia.
Además, a veces las fronteras se diluyen y se cambia de bando.
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