De pronto todo cambia... Lo que antes era crucial, se convierte en una solemne tontería. Esas preocupaciones que atormentan tu estómago en el día a día, se tornan livianos. Y es que lo importante, es lo que importa. Aunque parezca una tontería.
Creo que al final, lo que queda es la esencia. De mi madre, ¿qué me queda? Su esencia, su olor a pino, a bosque, donde se fundía con la propia esencia de mi padre. De mi madre me queda su resumen, su piel suave y su agudeza, que cabe solo en el olor, que se impregna en mi recuerdo. Mi padre.
Este desorden mundial, ¿qué es? Es el resumen de los egos. No importan las ideas ni las convicciones políticas, al final, el motor de cada uno es su esencia, su bondad, o maldad, el esqueleto mismo de su carácter. Por eso los grandes líderes lo fueron, porque les sale del fondo de su corazón, no actúan, es su manera íntima de ser, es su esencia.
Este desorden mundial, este escenario de susto, solo lo entiendo con el carácter de cada uno de los líderes que abanderan las ideas. Por un lado un estratega, un señor convencido hasta la médula de lo que piensa, y actúa en consecuencia. Por otro una serie de personajes que van desde el líder al patán.
En España nos entretenemos con corruptelas, ¡qué oportunidad para dar un carpetazo han tenido algunos! Esos hombres buenos, que han superado miserias, malos momentos, esos hombres (y mujeres, claro) que solo ven lo esencial, la energía que hay detrás de cada uno. Esa gente que no se da cuenta si llevas gafas o falda. Esos caballeros de fino espíritu que no se dan cuenta del cambio de peinado de su chica, porque siempre la ven igual de guapa. Que no ven la barba de su jefe porque solo escuchan lo que está dentro. Necesitamos fiarnos más del instinto, escuchar al animal que está dentro de nosotros, que es tierra, fuego, aire, fijarnos más en lo primitivo y dejar los fastos.
Pero ahí están los americanos, os recibimos con alegría, olé tu madre y olé tu tía. Los americanos actúan desde la distancia, mandan tropas, teledirigen el mundo. No hay guerra en suelo americano, desde que acabaron de pelearse entre ellos. Eso sí, mandan tropas a países que no saben dónde están. Y se sorprenden del dolor de sus soldados cuando vuelven. Los americanos, que creen en su sueño, no se mezclan con el dolor del soldado herido en el alma, el que volvió de Vietnam, el que volvió de Afganistán, ¿volverán de ese suelo permafrost? Oí decir el otro día que antes se rinde un europeo porque no tiene calefacción que un ruso por hambre. Es la esencia, lo auténtico, lo que queda cuando ya no queda nada, lo que nos diferencia. Y nos hemos alejado tanto de la realidad que se nos ha olvidado, vestidos de trapos de moda, bebidas esotéricas, satisfacción personal, en el trabajo y en el amor, que nos hemos olvidado de lo esencial.
Y lo esencial es lo único que queda. Es lo que de verdad tenemos al final del viaje, porque es nuestra brújula interior, tantas veces desconectada por el ruido. La esencia se tapa con la queja, el deseo, el enfado. La esencia, el jugo último que nos diferencia, es lo único que importa. Y aquí estamos envueltos en la miseria de las discusiones de superficie, embarullados en la forma y lo superfluo, sobre un suelo helado. Cuando llegue el deshielo, solo quedará la esencia. La nobleza de corazón, de ese corazón fundido de la golondrina que se quedó a pasar el invierno con el Príncipe Feliz.