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13/08/2022

LLEGADAS.

Cuando llegas de viaje y nadie te va a recoger. La cara que pones. La cara que se te queda. La cara A es la orgullosa: "ya lo sabía" y sigues andando tal cual, sin alterarte, mentón alto y paso firme como si supieras dónde ir, sintiéndote observado, pensando que el mundo entero va a saber que vuelves solo; que, entre el mogollón de la sala de espera, nadie te ha lanzado los brazos para achucharte. La cara B es la de penita. Sabías que no iban a estar. Bastante insististe con tu retahíla de llego muy tarde, estarás, estaréis muy cansados. No hace falta, de verdad. Pero tenías la esperanza secreta de que te interpretaran correctamente. Querías que supieran que no, no es no en ese caso, es dame una sorpresa. Que estabas poniendo la boca muy muy pequeña. La traducción era por fa por favor por favor, venid. ¿Es que no estaba claro?

No hay quién no albergue la escondida esperanza de ver una cara que se alegre cuando aparece de las puertas que se abren y se cierran sin descanso tras los recorridos del aeropuerto. Esa barrera entre los que llegan y los que se quedaron y han venido a darles la bienvenida. A recibirles. Es muy bonito. En ese mapa de desconocidos dispersos que escrutan con entusiasmo mezclado con una miaja de desazón a los pasajeros que arrastran equipaje e historias. Historias que se van a quedar sin ser contadas. El que se fue siempre es otro que el que vuelve. La recepción cálida es lo que le devuelve al hogar, que le hace sentirse en casa otra vez.

El Coronel no tenía quién le escribiera. Tal cual. Como tú, que no tienes quien te espere a la llegada de un viaje. Aceleras el paso con forzada confianza y la mirada lejos, evitando el cruce con otras, evitando la envidia de los abrazos, evitando la bienvenida. Contienes con profesionalidad entrenada la decepción y el desconsuelo.

El más salado de los viajeros saluda a la afición con una sonrisa y cara de emoción, manos arriba, brazos en alto y abiertos al abrazo. El público que está esperando piensa mira que bien, le han venido a buscar. Pero está saludando al tendido. Por agradar y por sonreír. Eso es categoría humana. Se dirige a coger el metro.  Va ligero, sin culpa.

Se nota el que sabe. Para viajar hay que ir guapo, elegante, cuidado, como cuando vas al hospital. Preparado. Es una especie de gesto de respeto al viajero, como al enfermo. Por el aspecto, si estás un rato en llegadas empiezas a emparejar. No les hace falta cartel de identificación, sabes quién es de quién. Además, eso de que no funcione la  megafonía del aeropuerto es un inconveniente. Podrían decir en la Sala 10 empiezan a salir los pasajeros del vuelo de Iberia procedente de Paris, o el de Aeroflot, un suponer, procedente de Zagreb. Encima como nadie pregunta, estás mirando  a ver si viene quien tiene venir con la inquietud de que no te vea. Si encima querías dar una sorpresa, te la puedes llevar tu si se te escapa y se va a casa. Cariño, ya estoy aquí y tu con la mirada fija en las dichosas puertas y en el panel que indica el estado de los vuelos. Mierda.

Y es que en las recepciones hay mucho amor. Porque esa separación que se acaba en el andén, en la sala de llegadas, a pie de pista ¡qué tiempos!, esa separación que fue, que es física, que es real, da mucho espacio y tiempo para pensar. permite elaborar, reconstruir ciertas zonas de uno mismo que la costumbre o la pereza hacer olvidar. Aunque la vida puede seguir discurriendo en directo a pesar de la distancia, hay vivencias distintas de los que se separan, aunque las compartan. Vivencias que unen o alejan. Dan ganas de. Ir a la sala de espera del aeropuerto o a Atocha, Chamartín, solo por dar una alegría a alguien. Nunca se sabe.

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