Yo ya no me arropo. Yo no me tapo por la noche, ni sábana, ni colcha. El edredón para regalar. Después de la calorina que hemos pasado, necesito disfrutar del fresquito. Me voy a coger una pulmonía. Bienvenida sea. Como dice un amigo mío, es tal la inercia térmica acumulada en el cuerpo serrano este que tengo, que necesitaría remojarme dos días enteros en el Cantábrico para empezar a recuperar algo de temperatura normal. Eso sí, pasado el lapso, y debido a la transferencia térmica, que sería brutal; además de afectar al biotopo de la sardina, subiría un par de grados la temperatura del agua, no de mi cala, del mar entero. Y ya puede estar fría. He pasado tanto calor.
Tanto calor. Y eso que soy una suertuda, que lo he pasado en parte sumergida. El agua de las piscinas que he catado; afortunada yo, que tengo amigos y parientes que las comparten conmigo; a 30ºC, hasta en la Sierra. Con mayúscula. Sierre Norte. Sierra Oeste. Sí. No es que no se agradeciera el chapuzón, que se agradecía, claro. Se agradecía y era imperativo. Las ganas le hacían a uno saltarse las normas más elementales de educación. Sin protocolos ni cariños, ¡al agua patos!. Se agradecía, se necesitaba. No es que te apeteciera bañarte, es que temías por tu salud mental si no lo hacías. La presencia cercana de una masa de agua y la sola hipótesis de no estar dentro de ella, eran asuntos disjuntos. Una vez sumergidos, nos convertíamos en bolsitas de té, en boyas. Muy quietos todos. Piscina comunitaria o individual. Lo mismo daba. Bañistas quietos. Sin tener que temer que un nadador les arrolle. Porque, mira que mola nadar, que es el único deporte en el que no se suda. Pues yo creo que esos días, como que no apetecía ni a braza, no fuera a ser que entraras en calor. Esos grados que habías conseguido bajar, como si de fiebre se tratara, podías quizá recuperarlos con un poco de ejercicio. Y así, en modo bolsa de te o boya, tan a gusto. Como mucho haciendo el muerto, o la estrella, que se dice ahora. Sin movernos, hemos sobrevivido los suertudos a algunos días de asfixia veraniega.
Tanto calor. En cuanto a la inercia térmica y los manejos del hogar, confieso que yo ya he sucumbido a la oscuridad, hay que cerrar, se cierra. A cal y canto. Sangre andaluza propia y prestada. Como soy muy de ventilar, en cuanto se iba el sol, abría de par en par, buscando corrientes. Que no había. Buscando brisa. Que tampoco. Diez de la noche: 36ºC. Aislados a lo mejor no suponen un disparate, pero después de varios días de 42ºC, 40ºC de máxima, de máxima en meseta, mantenida; no un pico ocasional, 36ª es mucho, es cansado. No es anecdótico. No, es un día y otro. Cierro en cuanto el primer rayo de sol calienta; pero siempre hay alguien que te lleva la contraria. Una madre, un hijo, un marido, un suegro, un amigo, el repartidor de Amazon. Pero qué calor hace aquí, no se puede respirar. Yo me ahogo. Y abre sin más. El ojo me empezaba a temblar. Tú, que llevas manteniendo tu rutina de cerrar, que lo controlas; sabes que es un error. Demasiado tarde. Le ha dado un sofoco y ha abierto. No te quieres enfadar, pero la que te quedas luego en casa eres tú, en esas tardes de tu salón orientación oeste, sudando. La que estás ahí y lo sabes, eres tú. Sí. Y maldices al que abrió la ventana y a ti misma por callarte y juras en arameo que es la última vez, pero sabes que mañana va a ser igual.
Tanto calor. Es importante organizarse para ir a la compra a primerísima hora. Luego ya no se sale. A veces no está abierto el Mercadona, pues no se compra. Ea. Yo por no meter calorías en casa, no me seco el pelo. De hecho, me lo he cortado al rape, a lo Sinéad O'Connor. De usar la secadora no hablamos, la ropa sale seca de la lavadora, y si mojada, mejor, me la echo encima. Eso sí que es ahorro energético. A mi pesar, me tomo el café frío. No enciendo ni el microondas. Y de comer: ensaladas o lo que sea, pero frío, frío, y si hay que abrir un par de veces la nevera, mejor que mejor. Dejaría la mano dentro, o la cabeza. He reducido la ingesta calórica hasta límites insospechados. sin que se vea reflejado en mis pertinaces michelines. No bebo cerveza, no porque no me guste ni me apetezca, sino porque lo que me dan ganas es de tirármela por la cabeza, de fresquita que está, casi helada, como los botellines del Abeto.
Tanto calor. Por todo eso yo ya no me tapo. Ni me pongo jersey, ya puedo tener frío, que lo quiero disfrutar. Ole. No cierro ventanas, que corra el aire. Que de portazo. Me importa un bledo. Se que este frescor no es acumulativo. No pretendo que nadie me entienda. Quiero estar así desnuda en medio de la nieve. Y sigo tomando el café frío, sin hielo, pero frío.
Y lo que nos espera
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