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02/12/2022

EL SOL NACIENTE


La selección de fútbol japonesa. Ese gran desconocido. Entre risas cantan los animados comentaristas deportivos los nombres de la alineación. Que, si todos se llaman igual, señala un experto en el balón. Un futbolero, ex futbolista quizá; que ni conoce si dice
antes el apellido o el nombre. Muchos Itos. Que si será un apodo, que si un diminutivo, nombre común, tal se llamara Paco. Me parece que vamos a tener que estudiar un "poquín" de japonés. Visto lo visto. Son unas máquinas. ¡Cómo corren los tíos! Se lo toman muy en serio.

¿Y esa alegría ante el golazo contra España en la eliminatoria? Eso que fue un gol casi a traición. Un trallazo sin piedad. Si no fuera porque de un mundial se trata,  alguien hubiera tachado de abusón al matarife. Eso se avisa. ¡Que me habéis pillado distraído! No vale.  Poco se habla de la estrategia japonesa. Esa capacidad para hacerse invisibles, camuflados de césped y con la tensión justa en cada músculo, agazapados en un córner, en una línea. Corre por sus venas la disciplina. Cinco minutos después, ¡zas! otro. Entre la algarabía y el desconcierto por la duda de la validez no se puede sino admirar esa espera templada, mientras los expertos decidían desde todos los ángulos que las cámaras permiten, si de tongo se trataba (fuera de juego lo llaman). El retraso en el diagnóstico fue llevado con la calma de quien está preparado para movimientos sísmicos que rozan los máximos previstos por Mercalli y Ritcher. Esa compostura impecable del que anticipa el desastre cual león acecha en la sabana. Sin mover un musculo, sin que el aire mismo que le rodea, note su sólida presencia. Ese orden interior requiere una disciplina mental muy trabajada. Ante el resultado de los súper tacañones, la explosión de pirotecnia del equipo. Esos brazos de fibra pura que parecen a punto de reventar camisetas se juntan en un bloque de júbilo y celebración. Y en las gradas, más de lo mismo. Tras el derroche en la vestimenta,  las caras pintadas, las banderas, dejaron el estadio como una patena. Organizados y con exquisita disciplina recogieron su alegría y se marcharon. Con respeto y pulcritud,  la misma de la gheisa, de la ceremonia del té,  del jardín impoluto que parece sacado de un cuento.

Poco se habla del color del pelo de los futbolistas de la selección nipona. ¿Será para distinguirse entre ellos? Oigo a una señora que le comenta a otra mientras hacemos cola en la pescadería. Un amigo mío de manos grandes y dedos de jugador de baloncesto, esto es, formando curiosos ángulos las falanges entre sí, me dice, para marcarles, vas listo, a ver cómo sabes quién es sin ver el número de la camiseta.

Fiesta en Japón, pequeño país, ojito con él. Que ya nos han conquistado el estómago, han desplazado la pasta y la pista de la comida rápida y se han colado en todos los menús de los restaurantes de lujo. Quien no sabe comer con palillos no tiene nada que hacer. Veremos cuál es la próxima conquista.



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