Hay quien es muy de tomarse un vino él solo y hay quien no. Esto no es cosa de chicos o chicas. Es de cada uno. Yo un vino no me lo tomo sola, ni en casa. No es una norma, pero tampoco es broma, es que no me gusta beber sola. No me gusta nada. En ninguna parte. Necesito testigos. Tomarme un vino sola en casa y parecerme que lo estoy haciendo a escondidas, es todo uno. Como si no estuviera bien (¿pecado? ¿delito?). Esas imágenes bucólicas y pastoriles de las películas americanas en las que llega una señora a casa, lanza los tacones a una esquina, se arremanga a hacer el pollo al horno para Acción de Gracias y se sirve una copa de tinto. Sola. Inimaginable. Especialmente porque además de sola se lo toma solo, sin unas patatas ni unas almendritas. Beber para celebrar. Eso mola. Beber sola en un bar, si es terraza, con el periódico, ¡just waiting on a frind! todavía. Pero ¿en la barra?: me parece que estoy buscando guerra, o compañía, no. No es justo echarle la charla al camarero, ni con logros ni desventuras. Se mezcla el que está currando con el ocioso, un abuso me parece, no va con el sueldo ni con la caña.
A mi padre le encantaba, en Navacerrada, ir "al" Paco a media tarde en verano. Si estaba libre, elegía la mesa de la esquina, donde la sombra es más tupida y el aire de la plaza de la Fuente de los Angelitos, directo del monte, se junta con el que viene del Embalse. Desde esa mesa se ve la Maliciosa. Si desde casa se hubiera visto la Maliciosa, otro gallo habría cantado. Esa montaña tiene un especial imán. No se cansa uno de mirarla, sus aristas, su nieve, los tonos cambiantes de gris de sus faldas, según la luz y el día. Padre se sentaba allí y se empapaba de vistas y costumbres. Nos gustaba, a las hermanas, ir a verle, a su abrigo. Nunca estaba solo. Con su enorme presencia. Con su voz.
Mi amiga Angelita es abogado de reconocido prestigio, con fama de pertinaz en los jugados. Mi amiga Angelita es de las que acaba el juicio, recoge, se deshace de la toga, saluda, procede como sea oportuno con defendido, señoría, y demás letrados y se despide rapidito. La encontrarás en una terraza, cerca de los juzgados, saboreando su Marlboro y un Rioja con unas aceitunas. Sola. En su mundo. Casi no le hace falta ni lectura. Disimula mirando algún dispositivo. O no. Es su momento. Mi amiga Angelita es menuda y muy discreta, lista como el hambre. Provista de recursos y ocurrencias para dar y tomar. ¿Cómo no la temerán?
Sin embargo, Iñigo, su marido, no se sienta en un bar solo ni para tomar café. A Andrés, en cambio, la soledad en los bares le importa un comino. No busca socializar. Cuando viaja, selecciona en seguida, no solo establecimiento, si no la mesa, siempre mirando a la puerta, lejos de ésta y de los baños. Y algún que otro capricho que se le antoje. Va solo siempre. Toma café. Trabaja. Le encanta hacer de los bares su despacho provisional. Come. Se toma un vino. Cena, normalmente en el hotel, solo. Aunque conozca a la mitad de los alojados porque ha viajado a Tombuctú a un congreso de dedales, él se las apaña para bajar a deshoras y no coincidir con nadie. Ocupa la mesa con bártulos y espanta a los sociables. No es huraño. Le gusta su momento. Sus cositas. Ea. Me voy a tomar un vino, a mi aire, en la terraza, con un pitillo, que ya toca. Bimbo me acerca la pelota, no ve el momento de salir.
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