El Tamagotchi (popularmente conocido como Rumba o aspirador sin cable) y la máquina de hacer zumos del Mercadona en funcionamiento son hipnóticos. En casa llamamos Tamagotchi al robot aspiradora destroza alfombras.
El Tamagotchi es una pequeña mascota, con vida propia y movimientos aleatorios. Es cierto que, si uno le deja libre desde el primer día, probablemente se aprenderá la geometría del apartamento y limpiará con precisión rincones y alfombras. Recordará su mecánica memoria, las esquinas que precisan atención. Hace falta mucha paciencia para dejarle hacer. Igual que se interviene con el niño aprende a comer un puré: "venga te lo doy yo" (la madre que no puede soportar esos morretes verdes que deberían ser orgullo del aprendizaje, le puede la eficacia y que no ponga todo perdido. Nos sorprende luego la dependencia; "es que no aprende") En general, nadie se atreve a poner en marcha el Tamagotchi cuando no hay nadie en casa. Yo soy de las que levanta sillas, intentando dejar el camino libre. Pero el aparato puede resultar muy travieso. A mí me ha pasado de todo, por ejemplo: encontrar todo un rollo papel higiénico distribuido por la casa. Se enganchó con una esquina que alguien (posiblemente yo, que soy responsable de todo lo que sale mal en casa) había dejado colgar demasiado cerca del suelo y de ahí a recorrer la casa entera se ha dedicado el cacharro, con el gurruño consecuente que se hizo es sus entrañas. Si olvido recoger las cortinas, me puedo encontrar el bicho colgando de la pared, incapaz de deshacer el nudo que se ha formado entre los rodillos de sus intestinos y la tela. Con algo de mala pata, puede llegar a tirar las cortinas, que están colocadas con palillos. Un punto débil que siempre protejo, son los cables, pero siempre me olvido de alguno. El aparato puede no pasar al dormitorio, pero el cable suelto lo encuentra y aloja enrolladito e inservible en sus rodillos. Nunca vuelve a ser el mismo, el cable, ni en color ni en su estructura interna, por no hablar de los extremos USB. Difícil reaprovechamiento. Luego está, claro, cuando se engancha en un lugar insospechado, o se queda sin batería fuera de la vista y te pasas buscándolo media hora. Como no tiene alma, aunque sí nombre, no se le puede llamar. El temor a qué se habrá tragado siempre está ahí, una pulsera que habías perdido, un cinturón, o alguna prenda pequeña descuidadamente olvidada.
Por todo eso, al Rumba se le hace trabajar estando en casa. Su sonido, para unos inquietante "¿puedo apagar esto? , para mí es compañía, imán, como si un pequeño perrillo recorriera el parqué. Lo vigilo para que no tropiece, para que remonte las alfombras, cuyos flecos retan su poderío. Estoy atenta a que no salga al jardín, cuando las puertas están abiertas, se descalabraría en el escalón. De vez en cuando, le hablo. "Por aquí", " No , ahí no, llevas media hora en ese rincón". No lo puedo evitar, será que no me entiende, que vuelve a esa esquina cada día. Mira que se lo tengo dicho. ¿Qué habrá ahí? ¿Qué ha olido? ¿Migas del desayuno? Otras veces pasa de largo y coqueto por las alfombras, como si estuvieran impecables. He visto pelusas, que ha dejado el viento del oeste al ventilar. Podría agacharme a recogerlas, lo que pasa es que quiero que el Tamagotchi haga su trabajo. Entonces le impido salir del rectángulo persa. Con los pies en 90 grados, el perímetro controlado, pido ayuda a mis parientes: Tú ponte ahí, no le dejes pasar. Que esta alfombra se queda limpia hoy. Se ha convertido en uno más de la familia. Es por eso que tiene nombre. Ahora está mayor, ya no es como antes. Se le acaba antes la energía. No pone tanto empeño en los detalles. De la vista, fatal, porque no atina nunca. Y no digamos la memoria, se engancha en sitios relimpios, y deja peor que estaban, otros. Se le escapa basurilla por el camino. Sufre de incontinencia, pobre. Parpadea enseguida la luz de su cansancio. Y a veces incluso, avisa de errores fatales en su comportamiento, le falla el corazón. Llévame a casa, que no puedo más. Ya barro yo.
La máquina de hacer zumos del Mercadona me hipnotiza igual. No todas las exprimidoras son iguales. Las hay muy púdicas y no muestran su interior. El del Mercadona es único. No tiene vergüenza. Me pregunto si el tío Felipe lo usaría como ejemplo de mecanismo en sus exámenes. Es fenómeno, sonreiría. El efecto hipnótico que produce en mí tiene muchas veces consecuencias fatales. Se me sale el zumo, bien porque no coloco la botella correctamente o porque se me pasa el tiempo. Por eso compro la botella de litro, para poder disfrutar de la visión, aunque sea un ratito más. Van cayendo las naranjas. Unas remontan el primer hueco de esos dos cilindros que giran, por donde se dirigen al patíbulo donde se convierten en medias esferas con una guillotina oculta. Ver eso sería un exceso de morbo. Una indecendia. Hasta las máquinas deben cumplir con el recato que es de reglamento. Aparecen divididas para ser exprimidas a conciencia y por separado. Último paso del proceso. Lo que más me gusta en cuando se enganchan en el conducto de bajada. El mecanismo es tan sencillo que la solución también lo es. Basta un pequeño toque con el dedo índice para que se anime la procesión. Aunque no vaya a comprar zumo, si veo a alguien manejando la máquina, me entretengo en las frambuesas para disfrutar de las vistas. Eso sí, debo atarme la mano para no intervenir en caso de obstrucción. Al terminar, cierro con clic la botella de plástico. Es lo único que no me gusta. He valorado traerme de casa una de cristal. Soy creyente del reciclaje de vieja escuela, la reutilización. Y me consume una duda ¿Cuántas naranjas para un litro de zumo? ¿Es el timo del siglo? Nunca me acuerdo de contarlas.
Muy interesante y divertido.
ResponderEliminarGracias!
EliminarGenial, prima!
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