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05/05/2015

DON CLAUDIO

Era primavera, claro. No podía ser de otra forma. Seguramente abril, quizá mayo. Mayo era el mes favorito de mi abuela. El mes de las flores, el mes de la Virgen. Devota siempre. Yo creo que mis abuelos murieron al acabar la primavera. Él a los dos años de morir mi ella, de cáncer, de pena.

El día de la foto, a la salida de misa, en la Plazuela de los Espejos, en Segovia. Hacían 50 años de casados: Don Claudio y la yaya. Petra. Mis bisabuelos. Recién había nacido Ángel Carlos, ya en primera fila, en brazos de la yaya. Siempre en primer plano, curioso sin ser consciente. Desde bebé. Nunca se perdió un detalle. Don Claudio, al lado de su mujer, está pletórico. En la foto sólo falta su hijo Felipe, (y un hijo de éste, también Felipe) que murió en la guerra y su nuera Pilar, la mujer. Están Tía Pe (¡la afición que tenían mis parientes con los diminutivos!), a su vera su fiel Antonio, el tío Antonio, y el hermano pequeño, el querido Julio, tío Julio, con tía Pepita, su mujer. Nunca entendí, de niña, porqué era tía Petrita tía Pe y tía Pepita, tía Pepita, no sé si ahora lo entiendo mejor. Menudo nombre Petrita. La abuela Paquita (mía), porque para otros era tía Paquita. (o tía Pa, eso creo que es de mi cosecha) Los tres hermanos, los tres hijos: Petrita, Paquita y Julio. Y el ausente Felipe.

Mi abuela mira arrebolada al abuelo Ramón, que tiene esa serenidad en el rostro que mantuvo de por vida y le caracterizó en su modo de ser. Lleno de amor y comprensión, lleno de paciencia. Pocas veces vi enfadado a mi abuelo. Y en esas ocasiones siempre fue por pensar que alguien podía hacer daño u ofender a su mujer. Tapa un poco a la abuela Paquita (que no mira a la cámara) mi padre; el más guapo de la foto, con diferencia. Bueno, tío Julio la verdad es que parece un actor, el mentón inclinado hacia el pecho, la sonrisa amplia, sin abrir la boca (quizá esconde un diente traicionero descolocado) y los ojos burlones. Coqueto en conjunto. ¿Quién puede decir de Julio, viendo esta foto, que tuvo la Poliomielitis de niño, que sus piernas eran una mala pasada? Con ese porte gallardo. Tío Julio llevaba mariconera en los años 70 (imagino que antes también), con un bañador y una toalla dentro, por si había piscina, allá donde el destino le fuera a llevar. Tío Julio todo lo resolvía nadando. Eso, para un segoviano, es mucho decir. A tío Julio le encantaba contar enredos familiares. Me sentaba sonriente en la mesa estilo remordimiento español en el salón soleado de mi otra abuela (colgándome las piernas). Al lado de la máquina de coser. No eran parientes: mi otro abuelo y él, médicos los dos, habían sido amigos. Y siempre que coincidíamos en Segovia, iba a ver a Doña Sofía, viuda de don Luis, (mis otros abuelos). Yo escuchaba fascinada relaciones y parentescos que nunca entendí.

Falta Paula también, prima de Don Claudio, el abuelo Claudio, aunque en realidad es mi bisabuelo. Don Claudio Moreno era todo un personaje, con su metro noventa de altura y complexión grande, fuerte. Lo contrario que su hermano Matías, a la derecha de la foto, chiquitito, como todos los Moreno de Abades. Cuando murieron mis abuelos recuerdo a los parientes de Abades, reconocibles por la boina calada, bajitos y entrañables con nosotros, que no les conocíamos. Don Claudio era como Ángel Carlos, curioso, activo, atento. Se libró de la mili por bajito y luego, creció. A tiempo, cuando pasó la edad militar. Tuvo suerte o la fabricó. Don Claudio empezó su vida laboral colocando traviesas en el ferrocarril Madrid Segovia. No levantaba mucho más de un metro del suelo, era un niño. Quiero pensar que esta trayectoria ferroviaria a la que parezco abocada se la debo de algún modo a él. Para cerrar el círculo. Yo estudio vías férreas a construir en el mundo y él hizo la primera aquí en España. Yo tenía un año cuando Don Claudio murió. Le preguntó a mi madre: “Sara, ¿no has traído a María?” Yo debía haberme quedado roque en el canasto, rodeada de encajes, almidonada, en casa de mi otra abuela. Y luego dijo: “Deja, que te enciendo yo el pitillo”. Le dio una calada al Chesterfield sin filtro de mi madre y se quedó dormido. No volvió a despertar. Murió así. Hoy hubieran dicho que fue por culpa del tabaco, con 97 años.

Al lado de la yaya está mi tío Felipe, haciendo el ganso, como era su costumbre. Ahora, que debe tener la edad de Don Claudio en la foto, se parece a él. Siempre ha sido ‘el profesor’. Felipe de pequeño hacía trastadas, siempre se le ocurría algo. Cada día colocaba un cubo encima de la puerta entreabierta del cuarto de los hermanos. Llamaba zalamero a Doña Paquita pidiendo agua o un beso de buenas noches, ¡zas!

Mi padre, Ramoncete, el más guapo, delante de la abuela, su mano en el hombro de él; sostiene a su prima Ana Luisa en brazos –hija de Julio y Pepita- Está contento, como todos en la foto. Bueno, no todos… ¿será que Ana Luisa no confía en que mi padre pueda con ella? ¿La han obligado a vestir ese nido de abeja? ¿O ha recibido una regañina? Mi padre es indiferente a ese gesto. Él es feliz, como su amigo y primo Julio, detrás del abuelo y delante de tío Julio, casi tan guapo como él.

Digo que no está Paula. La prima de mi bisabuelo, chiquitita como todos los de Abades, (los Moreno) madre de Gregorio, a la derecha de la foto. Delante de Gregorio: Matías, el abuelo de Alfonsito Moreno que, como los pinos del Pinarillo, nunca creció. Y su mujer a su vera, enlutada Encarna. Paula siempre estuvo agradecida a Don Claudio. No se sentaba a la mesa de mi abuela Paquita. Jamás. Iba a Corpus, a casa, a ayudar Mª Luisa, la mujer que trabajaba en casa de mis abuelos. Ella llamaba Sita Paquita a mi abuela. ¿Me lo he inventado o Paula solo bebía café y vino? El agua para las ranas. Creo que esa era María, la mujer que cuidaba a Don Vitoriano, el padre de mi tío Antonio. Pero esa es otra historia. Paula quería mucho a Don Claudio, y a mis abuelos.

Falta tía Pilar también, digo. Su marido, tío Felipe, murió en la guerra civil, en realidad murió casi antes. Era militar, estaba a cargo del regimiento de Segovia cuando llegó la noticia de que el General Franco se había sublevado. Tío Felipe reunió a su regimiento y se lo llevó a la sierra, para intentar llegar a Madrid. Los mataron a todos antes de dejar la provincia de Segovia. Hay una tumba que lleva inscrito su nombre junto con el de sus hermanos y sus padres. Descansa en paz tío Felipe.

Tío Julio, el médico. Sonríe. Pero lo había pasado amargo en la guerra. No sé si luchó, nadie me lo ha contado, creo que estaba en el otro bando, como mi otra abuela, ella era hija de liberales, hija de médico, nieta de médico y esposa de médico. Leía a escondidas, tanto le gustaba. Roja hasta la médula. Se llevaban muy bien. Tío Julio, Gary Cooper. Era bueno. Y pensaba que todo se resolvía nadando.

Don Claudio erguido, sostiene a otro de sus nietos: Jesús, sonríe feliz, lleno. Sonríe como mi padre, como mi tío Felipe, como mi tía Mari Gloria, arriba del todo, la segunda por la izquierda. Entre sus primos Paco y Carlos, los mayores…Tendrán 14 años, los de la fila de arriba. Está More, hija de tía Pe. Con su tupé, a la última. More la bella. Se casó con Luis. Tuvo dos hijos, Luisito, que ahora seguro que es Don Luis… guapísimo, rubio, con el pelo largo (cuando tenía 15) y Carmencita, de ella no me acuerdo. More se casó con Luis y fue siempre tan feliz como en la foto. Y Luis igual. Luis murió hace unos años y More se ha venido a vivir a Madrid, cerca de Luisito, después de una vida catalana. More la bella, siempre pensé que era hermana de mi abuela, y en realidad era sobrina suya. tan mayor me parecía. Del bracete de Doña Paquita cuando iba a Segovia, confidentes, ¡qué amores con mi padre!

Mi tío Pepe ya era largo entonces, casi no le caben las piernas en la foto, le sobra cuerpo, no sabe cómo colocarse para que se vea a los que están detrás de él. Siempre pendiente de los detalles. Abraza a una prima suya, Carmencita, hija de tío Julio; él sentado, pantalón corto blanco, rodillas separadas, ella de pie, enganchada a su cuello. Contenta, enseñando su risa, como todos en la foto. (No como su hermana, en brazos de mi padre. Llevan todas las hijas de tío Julio el mismo vestido)

Tío Julio tiene su mano izquierda en el hombro izquierdo de Tía Pe, protector con su hermana mayor. Entre ellos, delante, Julio, sin corbata, la camisa abierta, el amigo de mi padre, hijo de Tía Pe, ¡qué lío de nombres! Julio sonríe también, y su mano izquierda, a su vez, reposa tímida en el hombro de Don Claudio. En las grandes espaldas de su abuelo. Todos se están tocando, es la gran cadena, porque Tía Pe también toca el hombro de su sobrino, lo contiene, ¿había que contenerlo? Julio, el primo de mi padre tuvo hijos después: Patricia, Esther, Astrid y Claudio. Recorrimos juntos un verano los secretos de la casa de mis bisabuelos, en Corpus, debajo de casa de tía Paquita, mi abuela.

Todos los niños llevan calcetines cortos blancos, impolutos. Hace ya diez años que acabó la guerra. En esos rostros sólo hay alegría. La gran familia. Sin sombras.

Don Claudio creció, después de colocar traviesas en lo que sería la vía férrea Madrid Segovia, después de cazar conejos para hacer sombreros, después de dormir bajo el mostrador de la tienda en Segovia. Don Claudio creció, estudió, prosperó, montó lo que entonces se conocía por un “economato”, fue alcalde de Segovia, le tocó dos veces el Gordo de la Lotería, una de ellas había comprado todos los números. Compró un cine. Don Claudio era un hombre afortunado. Cenaba acelgas a diario, ‘más aceite Petra’. Petra no era igual, pero nadie era igual a Don Claudio. Sus nietos se turnaban para acompañarle, calle Real abajo, al Casino, cada tarde. Iban al cine gratis. Sus biznietos también, a la platea número 9. Mi madre y mi tía se casaron con dos nietos de Don Claudio. Mi madre y mi tía con Pepe y Ramoncete. Ellos los nietos, ellas, según mi tío Antonio eran las Rodríguez, lo mejorcito de Segovia. Claro, él se casó con otra hermana. Eso sí, de armas tomar, todas. Don Claudio era un hombre bueno, muy bueno y buscó su suerte. Murió, como he dicho, después de dar una calada a un Chester sin filtro. Hoy dirían que murió a causa del tabaco. Tenía 97 años. Nunca había estado enfermo. Como mi abuela Paquita, que todo lo celebraba, desde un cumpleaños hasta la operación a corazón abierto de mi padre. Llamaron a Vicente, el taxista, y se vinieron a Madrid. Esperaron de pie, esperamos horas. Cuando supieron que todo había salido bien, se fueron a comer. ¿Lo sabías Ramoncete, en esa foto, en la que alzas orgulloso a tu prima pequeña, que mira a otro lado? ¿Tenías claro el amor de tus padres, arrebolados detrás de ti? Nunca quisisteis ninguno de sus hijos darles un disgusto. Comíais bocatas en Madrid, de estudiantes, dormíais en una pensión en la que servían los filetes en planos de postre, para que parecieran más grandes, pero eso nunca lo supieron los abuelos. Erais amigos del Dioni, que no tenía dientes, pero sí un gran bigote, como su corazón, jugabais con él al billar.

Esta familia de la foto era una piña, era feliz, porque ésta es La Foto, no es como ahora, que cada uno de los fotografiados habría hecho su propia copia con el Smart Phone y habría pedido otra, otra, porque fulano tenía los ojos cerrados. Todos salís con los ojos abiertos y la sonrisa clara, o la seriedad sembrando la mirada, como la Yaya, pero ella debía ser así. Sus motivos tendría, o no. Ese día hacían la yaya y Don Claudio, 50 años de casados; habría pasado lo suyo. Porque de ella nadie hablaba. Ella echaba más aceite a las acelgas cuando Don Claudio se lo pedía. Y vestía de negro, por alguien estuvo siempre de luto, ella es quien sostiene al Chaval. Ángel Carlos, el Chaval. También casado con una segoviana, como casi todos los hermanos. La conoció mientras ella tocaba la guitarra en el Salón, el paseo, en Segovia. Felipe, se casó con una de Ávila, todo queda cerca. El Chaval se fue al Sur, con su primo Luis, a montar un estudio de arquitectura. Nunca he visto a los hermanos criticarse entre ellos, solo dicen cosas buenas de los demás. Nunca les he visto no dispuestos a echarse una mano, a turnarse, nunca se han levantado la voz, jamás han dudado. Se han organizado casi sin hablar. Con fidelidad de soldados. Todo les ha parecido bien siempre, cómo repartieron sus padres la herencia: sin comentarios, como se distribuyeron para cuidarles cuando enfermaron: sin comentarios. Tanto es así que yo recuerdo estar deseando ir a dormir con mis abuelos cuando estaban enfermos. Tenía 19 años y no conducía. Eso significaba dos horas de autobuses varios, madrugón para llegar a clase a la escuela, ya había empezado a estudiar para aprender a colocar las traviesas que colocó mi bisabuelo. El paso de un hombre, 60 cm. Es por su culpa que soy ingeniero hoy, seguro. Don Claudio tenía mucha mano. Aunque cuando murió yo solo tenía un año, me inculcó esa curiosidad. Los loteros le metían en los bolsillos billetes de lotería con un cinco en medio y algún cero ‘Don Claudio, este es de los suyos, de los que tocan’ Era un hombre afortunado. Mi abuela se fue de casa para casarse, de la casa en la que vivió de niña, desde cuyo balcón vio por primera vez a mi abuelo, que hizo las milicias en Segovia. Mientras ella bordaba sentadita en el balcón, tras los visillos, el abuelo miraba hacia arriba, cada día, hasta que se hicieron ojitos. Y mi abuela, la solterona, porque con 28 años no se había casado, tuvo un día permiso para salir, acompañada de Tía Pe, que ya salía formalmente con Tío Antonio (o se acababan de casar). Gastaban zapatos calle Real arriba y calle Real abajo, con los dos sujetavelas detrás. Mi abuela se fue a vivir con mi abuelo a una casa nueva. Que el casado, casa quiere. Pero una vez embarazada de mi tía Mari Gloria, le dijo a mi abuelo ‘yo no puedo dormir sin escuchar el cierre de la Baldomera’ (extraño antojo) y volvieron a Corpus. A vivir al piso de arriba del mismo edificio en que vivían mis bisabuelos.

Las de los vestidos blancos y chaqueta oscura son Mari Tere, sonriendo con Pepe, y Pachi, a la izquierda de Don Claudio. Hijas de tía Pe. Mari Tere era madre de Javier y Bubi. Dos rubios fenomenales de pelo largo.

Y los tres chavales de abajo: la niña, mi tía Mari Blanca entre otro Julio, hijo de tío Julio, y Miguel Ángel. Mari Blanca se privaba cuando lloraba. Menudos sustos debía dar a mi abuela. En su cuarto estaba dibujado el cuento de Hansel y Gretel. Dormía en la cama de la Princesa del Guisante. Seguro que ella sabe algo más de esta foto. Ella tiene datos y una memoria especial. Según todos, yo guardo los recuerdos, o los cuento, de un modo parecido a ella. Pero es que es como lo vivimos.

¡Qué elegantes y qué guapos todos! Da gusto verlos, dan ganas de ser parte de la foto, parte de la familia. Que lo soy.

Y tío Julio, al lado del sacerdote, por supuesto. Tío Julio que se marchó de Castilla la Vieja a vivir cerca del mar, convencido de que el agua lo cura todo. La abuela Paquita, o tía Paquita, cuando se puso mala, con una hemiplejia (ahora sería un ictus), llamó mi abuelo a mi madre, su nuera, de madrugada, ‘Sara, que Paquita está mal’. De la noche a la mañana, sin haberse medicado hasta entonces. Eso sí, el que se levantaba cuando lloraban los niños era mi abuelo, por lo visto. Mi abuelo me enseñó a tallar la madera y a hacer tortillas francesas. “Sara, que Paquita está mal”, le explicó algo; ‘vete al hospital inmediatamente, vamos para allá’. Y allá que se fueron mis padres, sin pestañear, claro. Cuando llegaron, al hospital de la Beneficencia, de las monjitas…una habitación preciosa, desde la que se veía el Eresma nevado. Era una mañana de febrero. Hacía un frío bonito e intenso. Como solo hace en Segovia. Con viento. En esa habitación murió mi abuelo al par de años de hacerlo mi abuela, viendo el mismo río, pero en primavera. Cuando llegó mi madre, le dijo Doña Paquita, ’Sara no avises a Julio, que me hace bañarme en el río’: Y seguro que se le habría ocurrido, a Julio Gary Cooper. Le hubiera dicho a su querida hermana ‘te he traído un bañador, vamos a bajar al río a nadar un rato, que te va a sentar bien’…y puede que no le faltara razón.

Mi tío Felipe: la juerga que captó el fotógrafo ha viajado con él, desde el cuarto de Felipe, en casa de mis padres, pasando por la Avenida del Mediterráneo, por Zamora, con su perro Tron y su fiel química, de Ávila, hasta llegar a Valladolid, donde se quedó. Le pregunta a Teresa, su química, cuando salen a comer: ‘¿qué me apetece Tere?’ Cuando vivían en Zamora, sin hijos, los vecinos llamaban a su puerta. ¿Puede salir Tron?’ Era un magnífico ejemplar de pastor alemán. Jugaba al futbol con los chavales en el descampado, Tron. A mí de pequeña siempre me preguntaba si les había hablado a mis amigos de él. Me regaló el disco azul de los Beatles y el de Sargent Peppers, debía tener yo 12 años. Felipe decía que a los niños hay que tratarlos a lametazos. Eso mismo decía el tío Carlos de Fernando, mi ex novio, mi marido, el padre de Martita.

Y Mari Gloria… ¿sabría ella que iba a dar su vida entera a los demás? ¿Que llegaría a los 82 sana y activa y con esa media sonrisa? También ella se apoya en su padre, mi abuelo. Su mano en el hombro de él. Pasarían unos dulces años juntos mucho después de la foto.

¿Qué ocurrió antes de la fotografía? Hubo una comida y una misa, que para eso está Don Salustiano…en el centro. Felipe ató los cordones de los zapatos unos a otros de todos los comensales. La piña que se dieron cuando se intentaron levantar fue morrocotuda. ¿Y después? Después los chicos bajaron al Salón a correr, dando patadas a piedras o a los balones, lanzaron algo al río, hubo rodillas negras y magulladas…. Ellas, las primas, pasearon y se sentaron a charlar en los bancos de granito, a la sombra de los olmos, (pasión futura de mi padre) comentaron sus preocupaciones, sus intenciones, hablaron de sus padres, de la última vez que se habían visto, de lo que habían crecido los pequeños. More estaba ya prometida. Gregorio, el mayor de todos, hijo de Paula, ya se ocupaba en el negocio familiar.

¿Qué dice la foto? Que lo pasaban bien juntos. Eso es lo más importante. Estaban tan a gusto. Hacían por verse, porque lo pasaban en grande.

La vida en una ciudad pequeña da la oportunidad a una foto así: que tarda una eternidad en prepararse. Es un tiempo que todos tienen, que no pierden, porque lo aprovechan para estar contentos juntos. Se están tocando: uno posa la mano protectora en el hombro de su sobrino, otro la suya tímida en el del abuelo querido. Se cogen del cuello. Se abrazan entre ellos, se alzan. Mirando con un poco de cuidado se ven lazos de admiración, de amor, de orgullo, de complicidad, de amistad. Se están riendo. Se achuchan. Se están queriendo, están forjando los vínculos que nos han intentado transmitir. Posan orgullosos. Rebosan de alegría porque tienen tiempo, porque están en paz. Han jugado juntos. Se han visto nacer y crecer unos a otros, envejecer, cambiar. Se quieren, respetan a los mayores, les adoran, se pegan por estar con ellos, hay pelea por quien alcanza primero al abuelo, por acompañarle. Porque él les transmite paz, orden, saber hacer. Es un referente. Le quieren, se sienten queridos. Son una piña. Una familia. La mía.


7 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Muchas gracias. Me ha hecho mucha ilusión tu comentario

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  3. Hola, supongo soy tu prima, me llamo Pilar, soy nieta de Pilar González-Bueno, la viuda del Felipe, el militar.
    Buscando historias del frente de Somosierra para averiguar exactamente que pasó con el abuelo Felipe -tenemos dudas de si murió por querer pasarse al bando republicano- he dado con tu blog.
    felicidades por tu escrito, y si sigues ahí me gustaría contrastar contigo la información familiar que tengas sobre el abuelo Felipe. Un beso. Pilar

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  4. Hola Pilar
    No soy muy ducha en la informática y se me había escapado tu comentario.
    Escríbeme si quieres y nos ponemos en contacto para hablar de tío Felipe, tu abuelo. Mariamontoyar@gmail.com

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