Era primavera, claro.
No podía ser de otra forma. Seguramente abril, quizá mayo. Mayo era el mes
favorito de mi abuela. El mes de las flores, el mes de la Virgen. Devota
siempre. Yo creo que mis abuelos murieron al acabar la primavera. Él a los dos
años de morir mi abuela, de cáncer, de pena.
El día de la foto,
a la salida de misa, en la Plazuela de los Espejos, en Segovia. Hacían 50 años
de casados: Don Claudio y la yaya. Mis bisabuelos. Recién había nacido Ángel
Carlos, ya en primera fila, en brazos de la yaya. Siempre en primer plano,
curioso sin ser consciente. Desde bebé. Nunca se perdió un detalle. Don Claudio,
al lado de la yaya, está pletórico. En la foto sólo falta su hijo Felipe, (y un
hijo de éste, también Felipe) que murió en la guerra y su nuera Pilar, la mujer.
Están Tía Pe (¡la afición que tenían mis parientes con los diminutivos!), a su
vera su fiel Antonio, tío Antonio, y el hermano pequeño, su querido Julio, tío
Julio, con tía Pepita, su mujer. Nunca entendí, de niña, porqué era tía Petrita
tía Pe y tía Pepita, tía Pepita, ahora lo entiendo mejor. Menudo nombre
Petrita. La abuela Paquita (mía), porque para otros era tía Paquita… (o tía
Pa,….eso me lo he inventado) Los tres hermanos, los tres hijos: Petrita,
Paquita y Julio. Y el ausente Felipe…
Mi
abuela mira arrebolada al abuelo Ramón, que tiene esa serenidad en el rostro que
mantuvo de por vida y le caracterizó. Lleno de amor, de comprensión, lleno de
paciencia. Pocas veces vi enfadado a mi abuelo. Y en esas ocasiones siempre fue
por pensar que alguien podía hacer daño u ofender a su mujer. Tapa un poco a la
abuela Paquita (que no mira a la cámara) mi padre; el más guapo de la foto, con
diferencia. Bueno, tío Julio la verdad es que parece un actor, el mentón
inclinado hacia el pecho, la sonrisa amplia, sin abrir la boca (quizá esconde
un diente traicionero descolocado) y los ojos burlones. Coqueto en conjunto. ¿Quién
puede decir de Julio, viendo esta foto, que tuvo la Poliomielitis de niño, que
sus piernas eran una mala pasada? Con ese porte gallardo. Tío Julio llevaba
mariconera en los años 70 (imagino que antes también), con un bañador y una
toalla dentro, por si había piscina, allá donde el destino le fuera a llevar.
Tío Julio todo lo resolvía nadando. Eso, para un segoviano, es mucho decir. A tío
Julio le encantaba contar enredos familiares. Me sentaba sonriente en la mesa estilo
remordimiento español en el salón soleado de mi otra abuela (colgándome las
piernas). No eran parientes: mi otro abuelo y él, médicos los dos, habían sido
amigos. Y siempre que coincidíamos en Segovia, iba a ver a Doña Sofía, viuda de
don Luis, (mi otra abuela) y a los nietos. Yo escuchaba fascinada relaciones y
parentescos que nunca entendí.
Falta Paula
también, prima de Don Claudio, el abuelo Claudio, aunque en realidad es mi
bisabuelo. Don Claudio Moreno era todo un personaje, con su metro noventa de
altura y complexión grande, fuerte…lo contrario que su hermano Matías, a la
derecha de la foto, chiquitito, como todos los Moreno de Abades. Cuando murieron
mis abuelos recuerdo a los parientes de Abades, reconocibles por la boina
calada, bajitos y entrañables con nosotros, que no les conocíamos de nada. Don
Claudio era como Ángel Carlos, curioso, activo, atento. Se libró de la mili por
bajito…y luego, creció... Cuando pasó la edad militar. Tuvo suerte o la
fabricó. Don Claudio empezó su vida laboral colocando traviesas en el
ferrocarril Madrid Segovia. No levantaba mucho más de un metro del suelo, era
un niño. Quiero pensar que esta trayectoria ferroviaria a la que parezco
abocada se la debo de algún modo a él. Para cerrar el círculo. Yo estudio vías
férreas a construir en el mundo y él hizo la primera aquí en España. Yo tenía
un año cuando Don Claudio murió. Le preguntó a mi madre: “Sara, ¿no has traído
a María?” Yo debía haberme quedado roque en el canasto, rodeada de encajes, en
casa de mi otra abuela. Y luego dijo: “Deja, que te enciendo yo el pitillo”. Le
dio una calada al Chesterfield sin filtro de mi madre y se quedó dormido. No
volvió a despertar...Murió. Hoy hubieran dicho que por culpa del tabaco, con 97
años.
Al lado de la yaya
está mi tío Felipe, haciendo el ganso, como lo hizo siempre. Ahora, que debe
tener la edad de Don Claudio en la foto, se parece a él. Siempre ha sido ‘el
profesor’. Felipe de pequeño hacía trastadas, siempre se le ocurría algo. Cada
día colocaba un cubo encima de la puerta entreabierta del cuarto de los
hermanos. Llamaba zalamero a Doña Paquita pidiendo agua o un beso de buenas
noches…y ¡zas!
Mi padre,
Ramoncete, el más guapo, delante de la abuela, su mano en el hombro de él;
sostiene a su prima Ana Luisa en brazos –hija de Julio y Pepita- Está contento,
como todos en la foto. Bueno, no todos… ¿será que Ana Luisa no confía en que mi
padre pueda con ella? ¿La han obligado a vestir ese nido de abeja? ¿O ha
recibido una regañina? Mi padre es indiferente a ese gesto. Él es feliz, como
su amigo y primo Julio, detrás del abuelo y delante de tío Julio, tan guapo como
él.
No está Paula. La
prima de mi bisabuelo, chiquitita como todos los de Abades, (los Moreno) madre
de Gregorio, a la derecha de la foto. Delante de Gregorio: Matías, el abuelo de
Alfonsito Moreno que, como los pinos del Pinarillo, nunca creció. Y su mujer a
su vera, enlutada Encarna. Paula siempre estuvo agradecida a Don Claudio. No se
sentaba a la mesa de mi abuela Paquita. Jamás. Iba a Corpus a ayudar a la mujer
que trabajaba en casa de mis abuelos, Mª Luisa, que llamaba Sita Paquita a mi
abuela. ¿Me lo he inventado o Paula solo bebía
café y vino? El agua para las ranas. Creo que esa era María, la mujer
que cuidaba a Don Vitoriano, el padre de mi tío Antonio. Pero esa es otra
historia. Paula quería mucho a Don Claudio, y a mis abuelos.
Falta tía Pilar
también. Su marido, tío Felipe, murió en la guerra, en realidad murió casi
antes. Era militar, estaba a cargo del regimiento de Segovia cuando llegó la
noticia de que el General Franco se había sublevado. Tío Felipe reunió a su
regimiento y se lo llevó a la sierra, para intentar llegar a Madrid. Los
mataron a todos antes de dejar la provincia de Segovia. Hay una tumba que lleva
inscrito su nombre junto con el de sus hermanos y sus padres. Descansa en paz
tío Felipe.
Tío Julio, el médico.
Sonríe. Pero lo había pasado amargo en la guerra. No sé si luchó, nadie me lo
ha contado, creo que estaba en el otro bando, como mi otra abuela, ella era
hija de liberales, hija de médico, nieta de médico y esposa de médico. Leía a
escondidas, tanto le gustaba. Roja hasta la médula. Se llevaban muy bien. Tío
Julio, Gary Cooper. Era bueno. Y pensaba que todo se resolvía nadando.
Don Claudio erguido,
sostiene a otro de sus nietos: Jesús, sonríe feliz, lleno. Sonríe como mi
padre, como mi tío Felipe, como mi tía Mari Gloria, arriba del todo, la segunda
por la izquierda. Entre sus primos Paco y Carlos, los mayores…tendrán 14 años,
los de la fila de arriba. Está More, hija de tía Pe. Con su tupé, a la última.
More la bella. Se casó con Luis. Tuvo dos hijos, Luisito, que ahora seguro que
es Don Luis… guapísimo, rubio, con el pelo largo (cuando tenía 15)….y
Carmencita, de ella no me acuerdo. More se casó con Luis y fue siempre tan
feliz como en la foto. Y Luis igual. Luis murió hace unos años y More se ha
venido a vivir a Madrid, cerca de Luisito, después de una vida catalana. More
la bella, siempre pensé que era hermana de mi abuela, y en realidad era sobrina
suya…tan mayor me parecía. Siempre del bracete de Doña Paquita cuando iba a
Segovia, ¡qué amores con mi padre!
Mi tío Pepe ya era
largo entonces, casi no le caben las piernas en la foto, le sobra cuerpo, no
sabe cómo colocarse para que se vea a los que están detrás de él. Siempre
pendiente de los detalles. Abraza a una prima suya, Carmencita, hija de tío
Julio; él sentado, pantalón corto blanco, rodillas separadas, ella de pie,
enganchada a su cuello. Contenta, enseñando su risa, como todos en la foto. (No
como su hermana, en brazos de mi padre…llevan todas las hijas de tío Julio el
mismo vestido)
Tío Julio tiene su
mano izquierda en el hombro izquierdo de Tía Pe, protector con su hermana mayor.
Entre ellos, delante, Julio, sin corbata, la camisa abierta, el amigo de mi
padre, hijo de Tía Pe, ¡qué lío de nombres! Julio sonríe también, y su mano
izquierda, a su vez, reposa tímida en el hombro de Don Claudio. En las grandes
espaldas de su abuelo. Todos se están tocando, es la gran cadena, porque Tía Pe
también toca el hombro de su sobrino, lo contiene… ¿había que contenerlo? Julio,
el primo de mi padre tuvo hijos después: Patricia, Esther, Astrid y Claudio.
Recorrimos juntos un verano los secretos de las casa de mis bisabuelos, debajo
de casa de tía Paquita, mi abuela.
Todos los niños
llevan calcetines cortos blancos, impolutos. Hace ya diez años que acabó la
guerra. En esos rostros sólo hay alegría. La gran familia. Sin sombras.
Don Claudio creció,
después de colocar traviesas en lo que sería la vía férrea Madrid Segovia,
después de cazar conejos para hacer sombreros, después de dormir bajo el
mostrador de la tienda en Segovia. Don Claudio creció, estudió, prosperó, montó
lo que entonces se conocía por un “economato”, fue alcalde de Segovia, le tocó
dos veces el Gordo de la Lotería, una de ellas había comprado todos los números.
Compró un cine. Don Claudio era un hombre afortunado. Cenaba acelgas a diario, ‘con
más aceite Petra’. Petra no era igual, pero nadie era igual a Don Claudio. Sus
nietos se turnaban para acompañarle, calle Real abajo, al Casino, cada tarde. Iban
al cine gratis. Sus biznietos también, a la platea número 9. Mi madre y mi tía
se casaron con dos nietos de Don Claudio. Mi madre y mi tía con Pepe y
Ramoncete. Ellos los nietos, ellas, según mi tío Antonio eran las Rodríguez, lo
mejorcito de Segovia. Claro, él se casó con otra hermana. Eso sí, de armas
tomar, todas. Don Claudio era un hombre bueno, muy bueno y buscó su suerte.
Murió, como he dicho, después de dar una calada a un Chester sin filtro. Hoy
dirían que murió a causa del tabaco. Tenía 97 años. Nunca había estado enfermo.
Como mi abuela Paquita, que todo lo celebraba, desde un cumpleaños hasta la
operación a corazón abierto de mi padre. Llamaron a Vicente, el taxista, y se
vinieron a Madrid. Esperaron, esperamos. Cuando supieron que todo había salido
bien, se fueron a comer. ¿Lo sabías Ramoncete, en esa foto, en la que alzas
orgulloso a tu prima pequeña, que mira a otro lado? ¿Tenías claro el amor de
tus padres, arrebolados detrás de ti? Nunca quisisteis ninguno de sus hijos
darles un disgusto. Comíais bocatas en Madrid, de estudiantes, dormíais en una
pensión en la que servían los filetes en planos de postre, para que parecieran
más grandes, pero eso nunca lo supieron los abuelos. Erais amigos del Dioni,
que no tenía dientes pero sí un gran bigote, como su corazón, jugabais con él
al billar…
Esta familia de la
foto era una piña, era feliz, porque ésta es La Foto, no es como ahora, que
cada uno de los fotografiados habría hecho su propia copia con el Smart Phone…
y habría pedido otra, otra,…porque fulano tenía los ojos cerrados….Todos salís
con los ojos abiertos y la sonrisa clara…o al seriedad sembrando la mirada,
como la Yaya, pero ella debía ser así. Sus motivos tendría, o no. Ese día
hacían la yaya y Don Claudio, 50 años de casados…habría pasado lo suyo. Porque
de ella nadie hablaba. Ella echaba más aceite a las acelgas cuando Don Claudio
se lo pedía. Y vestía de negro, por alguien estuvo siempre de luto, ella es
quien sostiene al Chaval. Ángel Carlos, el Chaval. También casado con una segoviana,
como todos los hermanos. La conoció mientras ella tocaba la guitarra en el
Salón, el paseo, en Segovia. Felipe, se casó con una de Ávila...todo queda
cerca. El Chaval se fue al Sur, con su primo Luis, a montar un estudio de
arquitectura. Nunca he visto a los hermanos criticarse entre ellos, solo dicen
cosas buenas de los demás. Nunca les he visto no dispuestos a echarse una mano,
a turnarse, nunca se han levantado la voz, jamás han dudado. Se han organizado
casi sin hablar. Con fidelidad de soldados. Todo les ha parecido bien siempre,
cómo repartieron sus padres la herencia: sin comentarios, como se distribuyeron
para cuidarles cuando enfermaron: sin comentarios. Tanto es así que yo recuerdo
estar deseando ir a dormir con mis abuelos cuando estaban enfermos. Tenía 19
años y no conducía. Eso significaba dos horas de autobuses varios, madrugón
para llegar a clase a la escuela, ya había empezado a estudiar para aprender a
colocar las traviesas que colocó mi bisabuelo. El paso de un hombre, 60cm. Es
por su culpa que soy ingeniero hoy, seguro. Don Claudio tenía mucha mano.
Aunque cuando murió yo solo tenía un año, me inculcó esa curiosidad…Los loteros
le metían en los bolsillos billetes de lotería con un cinco en medio y algún
cero ‘Don Claudio, este es de los suyos, de los que tocan’ Era un hombre
afortunado. Mi abuela se fue de casa, de la casa en la que vivió de niña, desde
cuyo balcón vio por primera vez a mi abuelo, que hizo las milicias en Segovia.
Mientras ella bordaba sentadita en el balcón, tras los visillos, el abuelo
miraba hacia arriba, cada día, hasta que se hicieron ojitos. Y mi abuela, la
solterona, porque con 28 años no se había casado, tuvo un día permiso para
salir, acompañada de Tía Pe, que ya salía formalmente con Tío Antonio (o se
acababan de casar). Gastaban zapatos calle Real arriba y calle real abajo, con
los dos sujetavelas detrás. Mi abuela se fue de casa, pero embarazada de mi tía
Mari Gloria le dijo a mi abuelo ‘yo no puedo dormir sin escuchar el cierre de
la Baldomera’ (extraño antojo) y volvieron a Corpus. A vivir al piso de arriba del
mismo edificio en que vivían mis bisabuelos.
Las de los vestidos
blancos y chaqueta oscura son Mari Tere, sonriendo con Pepe, y Pachi, a la izquierda
de Don Claudio. Hijas de tía Pe. Mari Tere era madre de Javier y Bubi…más
rubios de pelo largo.
Y los tres chavales
de abajo: la niña, mi tía Mari Blanca entre otro Julio, hijo de tío Julio, y
Miguel Ángel. Mari Blanca se privaba cuando lloraba…menudos sustos debía dar a
mi abuela. En su cuarto estaba dibujado el cuento de Hansel y Gretel. Dormía en
la cama de la Princesa del Guisante. Seguro que ella sabe algo más de esta
foto. Ella tiene datos y una memoria especial. Según todos, yo guardo los
recuerdos, o los cuento, de un modo parecido a ella. Pero es que es como lo
vivimos.
¡Qué elegantes y
qué guapos todos! Da gusto verlos, dan ganas de ser parte de la foto, parte de
la familia. Que lo soy.
Y tío Julio, al
lado del sacerdote, por supuesto. Tío Julio que se marchó de Castilla la Vieja a
vivir cerca del mar, convencido de que el agua lo cura todo. Tanto es así que la abuela Paquita, o tía
Paquita, cuando se puso mala, con una hemiplegia (ahora sería un ictus)…llamó
mi abuelo a mi madre, su nuera, de madrugada, ‘Sara, que Paquita está mal’, de
la noche a la mañana, sin haberse medicado hasta entonces. Eso sí, el que se
levantaba cuando lloraban los niños era mi abuelo, por lo visto. Mi abuelo me
enseñó a tallar la madera y a hacer tortillas francesas. “Sara, que Paquita
está mal”, ‘vete al hospital inmediatamente, vamos para allá’. Y allá que se
fueron mis padres, sin pestañear, claro. Cuando llegaron, al hospital de la
Beneficiencia, de las monjitas…una habitación preciosa, desde la que se veía el
Eresma nevado. Era una mañana de febrero. Hacía un frío bonito e intenso. Como
solo hace en Segovia. Con viento. En esa habitación murió mi abuelo al par de años
de hacerlo mi abuela, viendo el mismo río, pero en primavera. Cuando llegó mi
madre, le dijo Doña Paquita, ’Sara no avises a Julio, que me hace bañarme en el
río’: Y seguro que se le habría ocurrido, a Julio Gary Cooper. Le hubiera dicho
a su querida hermana ‘te he traído un bañador, vamos a bajar al río a nadar un
rato, que te va a sentar bien’…y puede que no le faltara razón…
Mi tío Felipe: la
juerga que captó el fotógrafo ha viajado con él, desde el cuarto de Felipe, en
casa de mis padres, pasando por la Avenida del Mediterráneo, por Zamora, con su
perro Tron y su fiel química, de Ávila, hasta llegar a Valladolid, donde se
quedó. Le pregunta a Teresa, su química, cuando salen a comer: ‘¿qué me apetece
Tere?’ Cuando vivían en Zamora, sin hijos, los vecinos llamaban a su puerta? ¿Puede
salir Tron?’ Era un magnífico ejemplar de pastor alemán…y jugaba al futbol con
los chavales en el descampado, Tron. A mí de pequeña siempre me preguntaba si
les había hablado a mis amigos de él. Me regaló el disco azul de los Beatles y
el de Sargent Peppers…debía tener yo 12 años. Felipe decía que a los niños hay
que tratarlos a lametazos. Eso mismo decía el tío Carlos de Fernando, mi ex
novio, mi marido, el padre de Martita.
Y Mari Gloria… ¿sabría
ella que iba a dar su vida entera a los demás? ¿Que llegaría a los 82 sana y
activa y con esa media sonrisa? También ella se apoya en su padre, mi abuelo.
Su mano en el hombro de él. Pasarían unos dulces años juntos mucho después de
la foto.
¿Qué ocurrió antes
de la fotografía? Hubo una comida y una misa, que para eso está Don Salustiano…en
el centro. Felipe ató los cordones de los zapatos unos a otros de todos los
comensales. La piña que se dieron cuando se intentaron levantar fue
morrocotuda. ¿Y después? Después los chicos bajaron al Salón a correr, dando
patadas a piedras o a los balones, lanzaron algo al río, hubo rodillas negras y
magulladas…. Ellas, las primas, pasearon y se sentaron a charlar en los bancos
de granito, a la sombra de los olmos, (pasión futura de mi padre) comentaron
sus preocupaciones, sus intenciones, hablaron de sus padres, de la última vez
que se habían visto, de lo que habían crecido los pequeños. More estaba ya
prometida. Gregorio, el mayor de todos, hijo de Paula, ya estaba en el negocio
familiar.
¿Qué dice la foto?
Que lo pasaban bien juntos. Eso es lo más importante. Estaban tan a gusto.
Hacían por verse, porque lo pasaban en grande.
La vida en una
ciudad pequeña da la oportunidad a una foto así: que tarda una eternidad en
prepararse. Es un tiempo que todos tienen, que no pierden, porque lo aprovechan
para estar contentos juntos. Se están tocando: uno posa la mano protectora en
el hombro de su sobrino, otro la suya tímida en el del abuelo querido. Se cogen
del cuello. Se abrazan entre ellos, se alzan. Mirando con un poco de cuidado se
ven lazos de admiración, de amor, de orgullo, de complicidad, de amistad. Se
están riendo. Se achuchan. Se están queriendo, están forjando los vínculos que
nos han intentado transmitir. Posan orgullosos. Rebosan de alegría porque
tienen tiempo, porque están en paz. Han jugado juntos. Se han visto nacer y
crecer unos a otros, envejecer, cambiar. Se quieren, respetan a los mayores,
les adoran, se pegan por estar con ellos, hay pelea por quien alcanza primero
al abuelo, por acompañarle. Porque él les transmite paz, orden, saber hacer. Es
un referente. Le quieren, se sienten queridos. Son una piña. Una familia. La
mía.
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