Hay rostros que no existen. Porque son gente invisible. Me he propuesto mirar a todos a la cara. Porque ellos si te miran a ti. Y te recuerdan. Conocen tus costumbres, saben tu nombre, algunos saben donde vives, a lo que te dedicas, quién es tu familia...lo saben todo.
No es mi intención hacer un análisis exhaustivo de los rostros invisibles, pero todo empieza por el guarda jurado que está en la puerta del garaje edificio donde trabajas. Él sabe tu nombre, la planta a la que subes, con quién desayunas, tu horario. Y tú no serías capaz de reconocerle por la calle sin uniforme. A pesar de que tu eres de los que le saludan a diario.
El dueño del kiosco donde compras el periódico a diario, el conductor del 43, que coge tu mujer cada mañana. El portero de tu casa...que es nuevo (desde hace dos meses)...Es importante que las personas tengan nombre, para poder referirte a ellas, identificarlas, diferenciarlas. Pero todos estos elementos que componen tu día a día constituyen un mapa sin letras. Con un esfuerzo no muy grande puedes recordar su nombre. Y eso ya es un hecho que te diferenciará siempre. Ahondando en los rostros invisibles aparece Vladimir, que duerme en el cajero del Banco de Santander, el que está en la esquina, desde hace años. No sabes ni el color de su pelo, ni su nacionalidad...nada. Pasas a su lado sin mirar. No sólo no le miras a él, por no ofenderle o por pudor, no miras si está dormido o despierto, de refilón distingues un cartón de vino y unas latas de cerveza. No miras ese rincón que ha convertido en su hogar temporal. Ronca a veces. Podría darse la circunstancia de que Vladimir fuera un espía ruso, que está vigilando al vecino del 22, famoso terrorista internacional, que tiene dos niños rubios angelicales y una esposa deportista y encantadora. Tampoco sabes cómo se llama éste, por cierto. Coincides con él cuando sacas al perro por la tarde. Habéis hablado incluso, pero ni siquiera apostarías por si lleva o no gafas, ¿barba? ni idea. Y... hablando de todo un poco, el día que Vladimir enhebre su brazo alrededor del terrorista 'Giancarlo' y llegue una cámara de Telemadrid a tu portal, seguro que hay un vecino que asegura que Giancarlo era un hombre muy familiar, que nunca daba un problema, y tu pensarás 'me suena esa cara'. Pero no sabes quién es. Y cuando veas a Vladimir enarbolando un revolver y sujetando por las muñecas a Giancarlo: Vladimir erguido es apuesto, mide 1.90, la cabellera revuelta amarillenta leda un aire salvaje. Acaba de cumplir 40. Es corpulento...y sí, es el mismo que dormía y roncaba bajo los cartones. Como no mirabas nunca viste los micros, los periódicos acumulados no eran antiguos, eran del día, internacionales. El cartón de vino colocado estratégicamente ocultaba una cámara, las latas de cerveza, amplificadores...
Los más invisibles son aquéllos que nos remueven y están expuestos, no se esconden, burlan tu atención poniéndose justo delante de ti. El malabarista que lanza bolos al aire en el semáforo, la gitana que cojea (cada día de una pierna) y quiere limpiarte el parabrisas, el encantador gordito que te ofrece kleenex y si no compras te dice 'vale, otro día'. Podrían ser hijos del hombre más rico del mundo, que están haciendo una prueba para medir a dónde llega la maldad humana. Podrían ser policías camuflados, científicos haciendo pruebas extrañas... Y qué me dices del hombre que pasea por el bulevar rodeado de perros. Los animales están impecables. Ahora que lo pienso, eso le delataba. Podía tener el peor aspecto del mundo, pero no soportaba maltratar a sus perros.
En fin... lo mejor de todo es la habilidad de los periodistas de Telemadrid para encontrar a ese testigo que nunca sospechó del nazi del tercero
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