En un país sin sol, siempre me gustó ese estilo elegido para sus
apariciones públicas. De colores, como se visten los campos en la primavera.
Olé la reina elegante. Ole y ole. Desapercibida no pasaba. Ni falta que le
hacía vestirse de amarillo, rosa chicle o naranja. Ya quisiera yo esos colores
para subrayar apuntes. Quizá sacados de la gama de los primeros
"stabilo", la reina nos ha deleitado con un aspecto siempre original.
Conjugado el atuendo del vestir con un sombrero a juego, no se podía pedir más.
Su comodín: la sonrisa y el bolsito.
Y es que la elegancia del británico es innata. Se ponga lo que se ponga, un
inglés es un elegante. Si catedrático de universidad, nada como uno de Oxford
para imitar. Si lord, lord inglés. Si reina, Isabel, sin más.
La Reina Isabel nació en blanco y negro, nieta de rey y sobrina del
heredero al trono. Su padre, con cierta dificultad para la comunicación en
público, asumió el reinado después de que su hermano se marchara a hacer las Américas. Desde pequeña fue
testigo Isabel, de los derroteros que el amor conlleva, los cambios de rumbo
que la pasión arrastra. Las consecuencias del amor de su tío por una mujer
divorciada, nada más y nada menos que movieron los hilos de la herencia y la
colocaron como heredera al trono. A saber,
qué ocurrió entre Eduardo y la famosa americana, o si era ésta un poco
intrigas, aficionada a las cuñas y el mal meter, clásicos entre familia
política hasta en las de la realeza. Porque no era la primera vez que un
divorciado ostentaba la corona. Es curioso el rechazo al rey enamorado de una
yanqui divorciada por parte de un pueblo cuyo rey Enrique VIII organizó todo
tipo de intrigas para anular su matrimonio con Catalina sin tener que matarla,
como sí hizo con la segunda, Ana.
No es extraño, por eso, su comportamiento con respecto a las pasiones
ajenas. La benevolencia al amor de Carlos por la que hoy ya es reina, dejando
cornuda a una pobre Diana, cuya muerte estrelló la inocencia que ostentaba, y
como una vela en el viento quedó suspendido su recuerdo. Fueron épocas
convulsas las que vivió la Reina Isabel. Annus Horribilis, las calificó ella
misma a algún periodo. La Armada Invencible ya no era invencible. Ha recorrido
el s XX como actriz principal, nunca protagonista. Ha recibido desde Churchill
a su única tocaya en el cargo. Ha visto arriar su bandera en medio globo a
medida que el Imperio quedaba capitidisminuido. Pero. Siguió siendo la Roca que
es el Peñón. ¿Cómo serían esas reuniones que tanta cuerda han dado a los
cineastas? Sus perritos siguiéndole a todas partes.
Mucho podemos fabular, que la verdad se entierra ya. En realidad, poco
sabemos de la reina, más que lo que le daba la gana que se supiera. Y eso era,
entre otras cosas, su pasión por el arcoíris y sus caballos, los perros. Y por
su marido, al que le miraba y cogía del
bracete igual durante sus largos años de vida en común.
Yo imagino esa falta de soledad impuesta en los palacios, con una corte que
le rodeaba siempre, desde el vestir y desde que nació. La veo recorriendo
pasillos interminables de moqueta. Sola.
Y lo que no entiendo es este heredero que ha dejado. No hay derecho a que
alguien acceda al trabajo de su vida, bien entrada la edad de jubilación. Creo
que debería haber cedido el paso al siguiente.
Tienes que cuidarte que se te están ablandando los sesos y no tienes edad.....
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