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12/09/2022

LOS GESTOS

 

El gestito del ya Rey de Inglaterra en su primer acto como tal, tiene su miga. Ocurrió durante la firma en el Palacio de San Jaime, donde fue proclamado formalmente nuevo monarca. Se le vio el plumero.

No era para menos: Se ha hecho viral la mueca del rey, que acompañó con un aspaviento muy teatral con la mano diestra, (por cierto ¡qué manos!) para hacer que quitaran el plumier que le molesta para firmar. El conjunto en sí, la imagen, es de novato. El plumier, por cierto, un regalo de sus hijos, demuestra sensibilidad Don Carlos ante lo simbólico. A la gente normal, los que son padres mortales, el día del padre les regalan un vasito hecho con un tubo de cartón del papel higiénico, decorado con amor, donde poner los bolis, y el padre lo coloca orgulloso en su mesa de trabajo. Al heredero en cambio, le corresponden unos artilugios de plata para escribir, tintero, plumines. Fue un mohín de nuevo rico, con perdón, del que accede a un puesto cuya talla no es la suya. Ni que fuera el mismísimo César con su corona de laureles, que le saludan los que van a morir. Lo hizo mucho mejor su hijo que, siendo zurdo, se las vio y se las deseó para usar los útiles que se le ofrecieron y no su propia pluma, como hizo el ya rey, despreciando compartir sus propios útiles (es cierto que la pluma no se cimparte) Hasta Camila se organizó para firmar con elegancia y discreción. Ni el escritorio era pequeño ni los documentos grandes. Son los que son. Nobleza y tradición obligan, te aguantas. Es lo que hay.

Y es que parece que Carlos ni está cómodo, ni de luto. Aparenta más tristeza y soltura la mismísima Camila. A mí me importa un comino si el rey de Inglaterra sabe o no poner la pasta de dientes en su cepillo. Lo que me sorprende es que trascienda. Pero visto lo visto, no es para menos. Si lo primera vez que hace algo, imán de la noticia y el detalle, mete la pata, mal vamos. Otro gesto fue alejarse del papel para que su presbicia le permitiera ver dónde debía estampar su firma. Será la flema y la coña inglesa... "¿Donde tengo que firmar? ", pero, dado la solemnidad del momento, parece que no toca. ¡Ponte las gafas, puñetas! Además, mientras le están hablando para pedirle permiso para la publicación de su discurso, él parece distraído leyéndolo. Muy desconsiderado. Luego se lo encasqueta a su hijo. En fin. Un despropósito. 

A cada uno en nuestra escala, la mía mundana y mortal, se nos ve el plumero en los gestos. Que por mucho que uno diga, por mucho que proclame, al final: hechos son amores. Y ese defensor de los animales que entretiene sus mañanas haciendo sufrir a bichos inocentes solo por gusto, la pifia. O el que proclama la familia como eje de la vida y dedica sus impulsos a colocar palos en las ruedas de la vida de los suyos, la pifia. El que presume de fidelidad y es en verdad un ligón. O la soltera sabelotodo que va de amiga del alma y no hace más que sembrar cizaña. La que adora a su padre y le aparta de su lado para que no le arruine el vestido en su día grande. Hechos son amores.
El rey, igual. La pifia. Son fallos de novato. A su edad no se lo puede permitir. Ha tenido tiempo de sobra para prepararse su Majestad. Cada gesto, cada  momento va a ser escrutado. No se puede equivocar. Se lo tiene que saber. No es un niño chico que puede enrabietarse. No.

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