En la despedida del maestro en Londres, todos hablan la elegancia de Roger
Federer, tanto en el juego como en todo lo demás. Es cierto que parece hecho de
otra pasta que el resto de los tenistas. También es que tiene mejor gusto y una
percha estupenda. Y que es más guapo, que todo hay que decirlo. El buen
gusto, y que no es daltónico, se nota
hasta cuando va de uniforme; siempre hay un detalle que marca la
diferencia, el calcetín, las zapatillas, el largo del calzón, el
cuello del polo o la camiseta, o la manera de recogerse el pelo con cinta o
gorra. Y sus gestos en la pista, su posición cuando espera el saque, cuando va
a sacar él, cuando se esconde en dobles detrás de la red, para que saque su
compañero. Mientras otros adoptan posturas extrañas donde se aprecia tensión,
una cierta artificialidad, preocupación, músculos a punto de estalla, a él le
sale como natural. Parece que es sencillo, que lo lleva dentro, que es así como
debe ser. A todo le acompaña una elegancia innata y cultivada.
Además, cuenta con un imán y es que su mirada profunda, como la de Fabián,
un amigo que se fue. Los ojos atrás, tan lejos, que casi no se ven. Con sus
cejas pobladas queda una banda de sombra y oscuridad en su rostro. Es una
especie de incógnita que se despeja cuando sonríe. Se le frunce la cara entera,
se le llena de arrugas, los ojos se esconden un poco más, entre tímidos y
divertidos, casi cerrados. Parece que se ha encendido la luz. Federer sonríe
mucho y da gusto. Tiene mirada de miope, directa y firme, aunque un poco vergonzosa.
En el juego, él no hace gestos feos; solo, para celebrar los puntos
ganadores: aprieta el puño o levanta las manos con los brazos en uve como el
hombre de Vitruvio de Leonardo, de proporciones áureas. Él sí que es áureo.
Juega como un profesor, sin perder nunca la técnica, atento al detalle,
ralentiza el movimiento a más de 150 km/h, ese saque de libro, ese revés
sujetando ligeramente la raqueta con la zurda para abrir en ángulo llano el
tiro. Juega limpio, abierto. Federer juega de manera que la raqueta parece una prolongación
de su brazo. No tiene tics ni manías, solo dar la vuelta a la raqueta mientras
espera, que parece fácil. Nunca da golpes a “la remanguillé”. De esos que
parecen que van a descoyuntar algún miembro del jugador; que, si se le saliera
un hombro, no sería de extrañar. Brazos retorcidos, tropezones, tobillos en
quiebra por intentar llegar a una bola con resbalones y posturas imposibles.
Eso no le pasa al suizo. Da gusto verle jugar, no te duele nada. De tan buena facha que tiene, que no la estropea ni sudando, que no le cuesta, vamos. Algún secreto tendrá. De todas
formas, como dice un amigo mío mucha pena nos da ahora pero bien que nos
metíamos con él cuando hacía sufrir a Nada.
Este torneo de maestros me ha cambiado la idea que tenía de Djokovic. El entusiasmo con el que anima al equipo
europeo contrasta con la frialdad inglesa de Murray. Murray se pone nervioso y
serio. Y Novak, como un niño, animando, dando consejos y saltos de emoción,
sonriente. Contagia al banquillo entero, desde el joven Casper, conocido
noruego, hasta el noble anfitrión pasando por el alemán de Alemania, Borj y el toro
italiano.
Eso sí, poco se habla de los recogepelotas. ¡Qué tensión madre mía! Hasta
en eso es majete Djokovic, que se acerca a ellos con la raqueta plana para que
le dejen ahí las bolas, tres, se guarda una, deshecha otra y saca.
Para su último partido como profesional, Federer eligió un dobles con
Nadal, se hablan tapándose la boca para hacer estrategia. Detrás de las bolas
habla Rafa y de su muñequera Roger. En uno de los puntos ha habido que revisar
el reglamento por esa bola que ha dado Roger, que ha colado por un agujero
entre la red y el mástil que la sujeta. El propio McEnroe se echa las manos a
la cabeza ¿Pero eso vale? Aún se veía la red moviéndose, como si hubiera hecho
canasta el bueno de Federer.
Roger tenía que ser suizo, con precisión de reloj juega. No se le arruga la
camiseta . Se agacha cual velocista mientras saca su compañero. Partido
empatado hasta el final. Salta la red el contrincante para felicitar un punto
al equipo europeo. Hay alegría. Da igual quien gane. Pero hay que ganar. O
perder. Es un torneo especial en el que rivales habituales juegan en el mismo
equipo. Europa contra el resto del mundo. Olé.
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