Odiaba los campamentos. Lo único con lo que soñaba era con 'el dia de padres'. Secretamente hacía su mochila, todo doblado a conciencia. Separaba la ropa sucia. Lavaba bien los cacharros metálicos de la comida. Los ataba a los colgantes exteriores de la mochila. Enganchaba la cantimplora firme para que no diera golpes. Y recogía toda la basurilla generada en esa primera semana. Y sonreía. Por fin. El año que viene les diría a sus padres que no quería volver.
No era especialmente infeliz en el campamento. Participaba en las actividades como todos. Conocía y cantaba las canciones. Comía a disgusto. Pasaba miedo. Recogía leña. En fin. Una más. Pero por la noche, en el saco de dormir, se preguntaba qué hacía allí. Cada mañana, cuando se ponía la camisa azul claro sin quitarse el pijama ae prometía no volver nunca más. Durante las comidas, cuando unos contaban divertidas historias del colegio, ella simplemente recordaba a sus padres. Quería volver a casa. Le daba igual estar sola, que sus padres trabajaran, que sus hermanos sí fueran de campamento.
Lo que más le podía gustar del mundo era coger uno de sus libros de E
B. y tumbarse en el sofá del cuarto de F. y leer, sentir cómo se le cerraban los ojos, dejarse aplastar por el sueño caluroso de esos meses de julio aplastantes...abrir el ojo y rebuscar la página. Luego iría a la cocina a por algo de beber o de comer. Bajaría a la calle a hacer algún recado encargado por su madre cuando la había visto desayunando. (Le encantaba desayunar con sus padres, comentar en la penumbra cómo podía ser el día, los avatares de la noche anterior...le daba igual dormir poco, nunca se perdía el despertar. Su madre a oscuras con el pitillo en la mano, sin palabras, ella charlando sin parar, llena de luz. Su padre disciplinado por fuera y por dentro, un café, un beso y adiós)
Por eso el día de padres hacía su mochila a conciencia, pero nunca se atrevió a confesarlo. Y dejaba que se fueran sin el amargor de su malestar. Les torpedeaba con anécdotas para tapar su pena. Ya lloraría por la noche cuando los otros roncaran de agotamiento.
Por eso el día de padres hacía su mochila a conciencia, pero nunca se atrevió a confesarlo. Y dejaba que se fueran sin el amargor de su malestar. Les torpedeaba con anécdotas para tapar su pena. Ya lloraría por la noche cuando los otros roncaran de agotamiento.
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