Estar jodido es
ponerte a llorar porque no encuentras aparcamiento. Estar jodido es ponerte a
llorar porque se te ha enfriado el café, has olvidado poner el tapón a la
bañera o se te ha pasado la hora del telediario; porque ves marcharse el
autobús cuando llegas a la parada, porque se ha estropeado tu jersey favorito
en la lavadora. Estar jodido es ese desconsuelo que le empapa a uno por una de
pipas. Porque se ha acabado la pasta de dientes o el papel higiénico. Eso sí. Nada como el cielo de Madrid para devolverte la fe en que hay
que seguir.
Estar jodido es comer
sin hambre. Atracarse hasta el dolor de tripa y el empacho. Estar jodido es no
comer o tener un apetito desordenado. Estar jodido a veces leva a beber, a
fumar, a llorar, a hacer muchas estupideces, o a no hacer nada en absoluto. Estar
jodido enferma. Un alma rota hace daño al cuerpo que la aloja, porque no sabe
qué hacer ante la parte etérea y pura de su estructura, que es su motor.
Estar jodido es
arrastrar los pies como Gurb arrastraba la lengua. Plomo en el alma. Los niños
ven a través, como los animales. Acarician y miman las almas rotas. A lametazos
quieren levantarlos.
Cuando alguien está
jodido hay que ayudarle, aunque no se deje. Hay que cuidarle, aunque se niegue.
Hay que mimarle, aunque se resista. Aunque se enfade. Porque estar jodido es
subjetivo. No juegue nadie al y yo más. A cada uno la vida y sus compases le
afecta de una manera. Ni mejor ni peor. Alguien decía: “todo depende de cómo te lo montes”. Lo de estar jodido además es
que muchas veces no se nota. El alma solo es visible para aquellos que dominan
la aristocracia de las emociones. Y más un alma en pena. Como lo esencial, es
invisible al común de los mortales. Pero entonces, el alma ve el cielo de
Madrid y alucina de la suerte que tiene, de poder mirarlo otra vez. Porque
estar jodido no es para siempre. Pero es una mierda mientras tanto. Con perdón.