Si usted ve a un hombre parado en medio de la acera, con una consola
colgándole del cuello, bien abrigado si es invierno, y mirando al cielo,
preocúpese. No se trata de un friki ni de un pirado. No es un asalariado de la
NASA manejando drones que nos controlan. No es un agente enviado por los
extraterrestres para preparar un aterrizaje inminente y consecuente invasión.
No.
Es un gruista. De las personas más importantes de una obra. Discretos por
lo general. Se conocen las intrigas de la construcción, el camino más corto
para llegar de un extremo a otro, de la bandera a los sótanos. ¿Ve usted ese
edificio que tiene sembrados contenedores alrededor? Sí, son las casetas de
obra. Mire hacia arriba. ¿Ve lo que hay? Esa torre metálica a 70,00 m de altura
es una grúa. ¿Que cómo ha llegado ahí? Esa es otra película, cuyo protagonista
es el mismo personaje. Ese señor que mira para arriba y que parece inofensivo,
que lo es, es el gruista. Ni se le ocurra intentar despistarle. No lo va a
conseguir.
Esas planchas de acero que bajan de manera mágica, esa caseta, ese montón
de hierros, ese palet lleno a reventar, lo está manejando él. Con su pinganillo
escucha lo que ocurre arriba y con su consola dirige. Tienen algún lenguaje de
signos quizá, pero a veces van a ciegas, y a cierta distancia no hay signo que
valga. El gruista se podría decir también que practica el escapismo. En un
momento está a cota cero, y al siguiente, sin que nadie se dé cuenta, ni sepa
por dónde ha ido, aparece en la coronación, de la presa, el edificio... Hacen
magia con precisión.
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